La cortesía al volante es inteligente

Cada conductor consciente, que hay muchos, puede intentar convencer a quienes no lo son, del por qué es mejor la cortesía que la agresividad.


Conductores


Tal como está la vialidad de la zona metropolitana de la Ciudad de México, y las proyecciones sobre el parque vehicular, transporte público y urbanización vial, es y seguirá siendo caótica. El costo en horas-hombre perdidas, la contaminación producida y las consecuencias del estrés generado por circular en la gran capital, son enormes. Es, cualquiera lo piensa, indispensable hacer algo al respecto.

Desde el punto de vista ciudadano, pueden hacerse varias cosas, que casi no se hacen, como compartir vehículos, caminar, modificar horarios de trabajo y usar más bicicletas (con el peligro que implica). La mayor parte de ello requiere campañas enormes y permanentes de promoción, oficiales y privadas. Pero hay algo más.

El capitalino al volante muchas veces parece ser el personaje de la novela inglesa El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, aquel médico que asumía una personalidad totalmente distinta y perversa al tomar una pócima. Lamentablemente, algunos capitalinos al sentarse tras el volante parecen convertirse en una persona diferente; al menos esto se observa cuando se estudia el comportamiento de buena parte de los conductores en la gran capital.

Tengo casos de conocidos que son, como se dice, “finísimas personas” en el trato común, pero una vez al volante de su auto, se vuelven verdaderos energúmenos. No solamente buscan circular lo más rápido posible, sino que estorban conscientemente a los demás. Preguntaba a uno de ellos cuando aceleraba para evitar el cambio de carril de otro conductor: “¿por qué no lo dejas pasar?”, “no ¡que se friegue!”, “pero ¿por qué?” y nueva respuesta “nomás”.

Otro amigo me decía: “cuando pones tu direccional para indicar que quieres cambiar de carril, los otros aceleran para no dejarte, y como así lo hacen ‘todos’ yo también lo hago”. Y se trata también de otra “finísima persona”, amable y educado.

Buena parte de la dificultad de circulación en la Ciudad de México se debe a la apabulladora falta de cortesía al volante, algo que en la mayor parte del mundo se considera absurdo. Parecería que al conductor capitalino, la cortesía al volante le parece como algo vergonzoso, que le resta valor, casi como una humillación.

Hay muchos ejemplos de la descortesía capitalina al volante. Un caso crítico es el bloqueo de cruces de calles. En vez de ayudar al paso de quienes circulan por la calle transversal, dejando espacio, se hace exactamente lo contrario, avanzar sabiendo que se bloquea el paso sin obtener nada a cambio, más que una enfermiza satisfacción. Parecen pensar: “si yo no puedo avanzar, veré que tú tampoco”. Estos entrampamientos son quizá el mayor generador de embotellamientos capitalinos, que pueden alargarse varias cuadras a la redonda.

Observamos también el bloqueo innecesario de carriles para paradas momentáneas. En vez liberar el avance a otros conductores, deteniéndose a la orilla de la banqueta, se detienen a sabiendas que entorpecen el tráfico. Esto es muy común con taxistas y con quienes dejan y recogen niños fuera de las escuelas. El caso extremo son los conductores de camionetas transportadoras de valores, contra quienes hay muchísimas quejas.

Lo que es más grave quizá y notorio, es la agresividad contra el peatón. A muchos conductores les encanta que el peatón, aunque sea una ancianita, tenga que apresurar el paso o correr para evitar ser atropellado. La falta de respeto al paso peatonal es muy frecuente. Podemos observar que muchos automovilistas tocan el claxon a peatones que cruzan frente a él, sin que realmente se corra algún riesgo, porque “¡cómo que cruza por donde voy a pasar!”

El gran peligro para un ciclista es la actitud agresiva de los conductores. Por su parte, muchos ciclistas creen que la reglamentación de tránsito no es para ellos, circulan por donde les da la gana, incluyendo banquetas. Y se exponen al peligro y perjudican al peatón. También muchos motociclistas actúan de la misma manera, el sentido de circulación o los semáforos, no son para ellos, se ve que piensan, y que el peatón se cuide, como pueda, de ellos.

Es interesante contar, en los cruceros semaforizados en calles y avenidas anchas, el número de conductores que se pasan en plena luz roja, “pegaditos” a los de enfrente. Cada conductor que espera su luz verde, sabe que debe cuidarse de quienes se pasarán en rojo para no chocar.

Otra descortesía al volante es el “agandalle” en las filas para salir de avenidas, por ejemplo, en que los conductores conscientes hacen su fila pacientemente, mientras que los “gandallas” quieren meterse al frente de la fila por la fuerza de su vehículo, sin hacer fila, logrando hacerlo porque el otro no desea dañar su vehículo.

Lo malo de todo esto, es lo ya mencionado de que al conductor la cortesía le parece como una humillación o un ceder que afecta su personalidad. Claro que no es característica solamente mexicana, pues sucede en muchas grandes urbes del mundo, pero en México solamente se da a nivel grave en la Ciudad de México. No pasa en otras zonas metropolitanas del país a ese nivel.

Hace ya años, un amigo me dio esta receta para conducir en la Ciudad de México: “yo me cuido del de enfrente y que el de atrás se cuide de mí”. Lamentablemente, es cierto, pero no debe ser así, sino al contrario “yo cuido a los demás y los demás me cuidan a mí”. Ante la agresividad al volante, como es el caso de ganar el paso en cruceros y en angostamiento de carriles, el conductor capitalino ha desarrollado, eso sí, una excelente alerta para evitar la colisión.

¿Qué hacer? concientizar a los conductores que la cortesía es inteligente, que es eficaz. Cuando se practica la cortesía al volante, la circulación se hace más fluida, mucho más fluida, pues cada conductor está atento a facilitar el tráfico de otros conductores, sabiendo que ellos harán lo mismo; el estrés de conducir se reduce sensiblemente. He encontrado que taxistas “viejos” sí lo saben y practican. Para lograrlo, se necesitan campañas oficiales, académicas, sociales y familiares, para enseñar al conductor actual o futuro que la cortesía al volante facilita el tráfico.

En lo personal, cada conductor consciente, que hay muchos, puede intentar convencer a quienes no lo son, de por qué es mejor la cortesía que la agresividad.

 

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