En pleno centro de Culiacán, Sinaloa, a mediodía, sin preocupación alguna, unos sicarios asesinaron a un distinguido periodista sinaloense: Javier Valdez Cárdenas. ¿Por qué habrían de preocuparse, si no ha habido ni se espera justicia en estos casos?
Claro que además de quitarse de encima a un periodista que publicaba historias sobre el narcotráfico, quienes ordenaron su muerte buscan amedrentar al gremio para que deje de hablar del crimen organizado. Que se ocupen de otras cosas, como del pequeño ratero y del asesino de su amante. Nota Roja clásica, pues.
Javier fue uno de los fundadores del semanario Río Doce, uno de los periódicos de prestigio en Sinaloa, siempre presente eso sí, en la Red. En él escribía Javier, además de ser corresponsal de La Jornada en Culiacán. Había escrito varios libros sobre el narcotráfico, comenzando con “Malayerba”, colección de reportajes publicados en Río Doce, y a punto de ser reeditado. Tenía además en su haber varios premios por su labor editorial, junto con Río Doce.
Según él, los periodistas deberían ser cuidadosos con lo que se escribe sobre la delincuencia organizada, pues la vida corre peligro. Él pensó que no había traspasado la línea de la prudencia, al escribir solamente historias de personas relacionadas de alguna manera con el narcotráfico, pero calculó mal, y ahora está muerto.
Había dicho Javier que: “el buen periodismo, valiente, digno, responsable, honesto, no tiene sociedad alrededor; está solo, y eso habla también de nuestra fragilidad, porque significa que, si van contra nosotros o esos periodistas y les hacen daño, no va a pasar nada”.
No es exactamente que esté solo, sin sociedad a su alrededor, sino que esta sociedad no está en posibilidad de hacer algo para proteger al buen periodista que se arriesga a contar la verdad, cuando con ello afecta los intereses de la delincuencia. Una autoridad que está coludida con la delincuencia, y que por sus personales intereses con el crimen organizado, no hace su trabajo. A veces busca salvar la cara “haciendo como que hace” investigaciones, pero al final, salvo excepciones: ¡no pasa nada!
Y éste es el problema, ya que las policías o son incompetentes (por lo que sea) o son tolerantes o participantes de la criminalidad. Los responsables de la procuración de Justicia dejan demasiado que desear en su trabajo, y para terminar, el Poder Judicial también. Así que la expectativa de tener justicia ante la muerte de Javier es casi un sueño, uno que en el fondo se siente como pesadilla.
Pero el gremio de la prensa de todo tipo no puede quedarse impasible, estupefacto ante el homicidio de éste y otros periodistas, y no lo hace, reclama justicia nacional e internacionalmente. Cuando un periodista es muerto, los demás mueren un poco, anímicamente.
Y la sociedad tampoco debe quedarse en su estupor, su miedo, su intranquilidad, su sensación de inseguridad personal, familiar y comunitaria. ¿Quiénes pueden en la llamada sociedad civil hacer algo, protestar, exigir justicia? Quienes lideran organizaciones sindicales, patronales, empresariales, políticas sobre todo. También las cabezas de las llamadas ONG’s, de todo tipo, cuyas voces son más o menos escuchadas en los medios de comunicación y en la alta política. Y por supuesto los voceros religiosos, que tienen obligación de clamar por la justicia.
La academia, en donde se forma a la niñez y la juventud, en donde se profundiza en el conocimiento y la ciencia, y se divulga, también se debe exigir justicia, en éste y en todos los otros casos. ¿Y por qué poner el énfasis en los periodistas? Porque son las voces y las plumas de la sociedad, sin ellos la sociedad está aislada del mundo, en manos de lo que les quieran decir los malos gobernantes.
Javier Valdez corrió lo que creía un riesgo calculado. Otros periodistas “se brincan la raya” y directamente acusan, denuncian y señalan a los capos de la narcodelincuencia y sus compinches en “la autoridad”, y viven en peligro de muerte y de daño a sus familias. Y a algunos los han asesinado, o los han callado, en ciertos casos.
Pero alguien debe hacer el trabajo de informar sobre el delito, y quien lo hace es un valiente que ayuda a la sociedad, para que de alguna forma “la autoridad” haga algo, al menos para intentar dar la imagen de que busca hacer justicia. Pocos resultados, pero los hay, en la lucha contra el crimen callejero al menos y hasta en ciertos casos, contra la corrupción. Contra la delincuencia organizada… mucho que desear, con capos encarcelados y sus organizaciones criminales continuando en plena actividad.
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