Lo que escribió y publicó Aguayo refiriéndose a Humberto Moreira, fue de lo más cuidadoso que se puede ser.
Está como tema candente en los medios, el caso de Sergio Aguayo, demandado por daño moral por Humberto Moreira. Su solicitud de amparo va al Consejo de la Judicatura de la Ciudad de México, en donde lo razonable es que se falle en favor del periodista.
Lo que escribió y publicó Aguayo refiriéndose a Humberto Moreira, fue de lo más cuidadoso que se puede ser, habiendo escrito así: “Moreira es un político que desprende un hedor corrupto; que en el mejor de los escenarios fue omiso ante terribles violaciones a los derechos humano cometidos en Coahuila, y que, finalmente, es un abanderado de la renombrada impunidad mexicana”. No más, no menos.
Ni siquiera le dijo corrupto, como sí se lo dijeron muchos políticos y periodistas, tampoco lo hizo directo responsable del no ejercicio de procuración de Justicia ante las flagrantes y bien conocidas violaciones a derechos humanos en su administración de gobierno. Y sobre la impunidad, la protección absoluta y descarada de Enrique Peña Nieto se ventiló y volvió a ventilar en medios. Su caso se volvió el ejemplo ideal de trato impune por el gobierno a cargo de su partido.
Pero lo publicado es nada frente a la andanada de acusaciones directas contra Moreira hechas en ese tiempo tanto en la prensa nacional como extranjera. La reputación pública del profesor estaba no por los suelos, sino más abajo, así que de qué manera podría Aguayo haberle causado daño por la supuesta intención de “ofender, insultar, calumniar y propinar injurias”, atentando contra sus “sentimientos, afectos, creencias, decoro y reputación”. Pidió “por lo menos 10 millones de pesos” por “daño moral”.
El daño moral se debe de probar ante tribunales, y Humberto Moreira no tenía una “buena” reputación que perder, y sobre el decoro… sus públicas bravuconadas ante las acusaciones de mal manejo de miles de millones de dineros del erario, las hizo sin decoro alguno, burlándose de sus acusadores. Que “para todos tengo” decía al responderles con agresiones e insultos (todo ello publicado en medios, pues ante los mismos lo declaraba).
Tan totalmente perdida estaba su reputación, que le costó la presidencia del Partido Revolucionario Institucional. Se volvió una carga demasiado pesada para la vida política de ese partido. Sufrió acusaciones internas en el PRI, y no se le ocurrió demandar a nadie de esos políticos, para quienes era ya una peste insufrible ya no digamos solo por la imagen del partidazo, sino para la misma acción política del mismo, y que dañaba directamente al presidente Peña Nieto. ¿Algo que no se haya sabido o se sepa de esto? Todo era vox populi. Por eso se tuvo que ir del PRI, así de grave era su actuar y bravuconear. “Que se vaya”, decían, y se tuvo que ir.
Si realmente Moreira hubiera querido defender un honor que solo existía en su cabecita (y quizás ni allí, siendo el protagonista y nada tonto), lo hubiera intentado frente al mundo, pues estaba completamente deshonrado por sí mismo, por la ventilación periodística de su vida política. No tuvo siquiera una defensa propia cuidadosa políticamente hablando, como hacen políticos astutos que son acusados públicamente. Su mala fama, tras las acusaciones en México de haber desaparecido miles de millones de pesos, vinieron las de España al ser detenido (y salvado por Peña Nieto) y en los Estados Unidos. ¿Qué daño podía haberle hecho lo escrito por Aguayo? Ninguno.
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