Pedir al ciudadano que “razone su voto”, sólo sirve relativamente, al ser el hombre razón y emoción.
¿Tienen los pueblos los gobiernos que merecen? Cuando libremente eligen, sí, para bien o mal, según el caso. El problema es cómo deciden sus votos, ¿por razón o por emoción? En mucho, es emocionalmente, por manipulación.
Los populistas son, precisamente, populares, vendedores de ilusiones, con sentimentalismos –se crean la imagen de defensor de causas populares, “hablan bonito”–, y dan limosnas oportunas.
La historia política de elecciones más o menos libres, está llena de casos de populistas elegidos por aclamación popular, con urnas o sin ellas. Los pueblos han encumbrado ídolos sociales que los llevarían a la ruina económica, o a alguna forma de dictadura, y luego tratan de corregir su mala elección por medios violentos: golpe de Estado, levantamiento armado o motín callejero.
Un hecho: la mayoría de las decisiones humanas, para bien o para mal, son más emotivas que razonadas. La mentira que se quiere oír, convence; el llamado al sentimiento –o más bien sentimentalismo–, gana adeptos. El ataque, la difamación y la calumnia, bien manejadas –que no es difícil–, persuaden. El liderazgo es emocional, carismático; como todo líder, el populista se hace querer.
¿Qué hacer para que los votantes no elijan a líderes populistas? Educar en la democracia. Es un proceso necesariamente continuo, a la mayor escala posible, enseñando al ciudadano el análisis sereno de personalidades, de propuestas electorales, discursos políticos e informes de gobierno; que evalúe si realmente podrán resolver sus problemas.
Pedir al ciudadano que “razone su voto”, sólo sirve relativamente, al ser el hombre razón y emoción. Lo ideal es educarlo a usar más la razón (¡e intuición!) para saber lo conveniente a futuro, no de inmediato; a no dejarse embaucar con sueños de opio, dádivas en efectivo, despensas u ofertas incumplibles, pues no habrá dinero que alcance. Debe distinguir entre manipulación y convencimiento, o entre mesianismo y servicio público.
Este proceso educativo –más informal que formal–, dará ejemplos que el pueblo conozca o pueda conocer (¡mírate en ese espejo!), diferenciará el regalar populista y las verdaderas soluciones a la pobreza; pero de la mano con lo que el populista, cuando le conviene, llama “descalificación”, es decir la verdadera denuncia –veraz y objetiva–, y exhibir sus mentiras, derroches, ilegalidades e incompetencias ejecutivas. Deben hacerse ejercicios de análisis de ofertas políticas y de historiales de candidatos y partidos. Democracia sana es madurez de juicio.
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