El gobierno de la autollamada “cuarta transformación”, la 4T, ha fallado prácticamente en todo lo que ha hecho, y la realidad, la vida diaria y la información de los medios de comunicación y de redes sociales aportan las pruebas irrefutables de que así es. El presidente miente textualmente todos los días y hace promesas que ni siquiera podría cumplir; sin embargo, la adoración por él y su partido Morena sigue en la mente de millones de mexicanos. ¿Qué pasa y qué se debe de hacer?
Primeramente, es preciso aclarar que no es un fenómeno mexicano, se da y se ha dado a través de la historia. El populismo crea falsas expectativas, pero quienes escuchan del populista lo que les gusta oír lo creen a pie juntillas. Y su mente fanatizada, engañada, no procesa la información, lo que ve en la realidad, y al no procesarla y creer ciegamente lo que se les dijo no lo van a poner en duda y por tanto no concebirá que son errores, mentiras y no cambiará de opinión fácilmente.
Deificar al populista les hace pensar que no puede estar equivocado, que es incapaz de mentir, de equivocarse, y con esta concepción del personaje, cuestionar lo que dice está fuera de lo posible. Un populista puede decir algo descabellado, una promesa imposible de cumplir, una afirmación de que lo que ha ofrecido se ha cumplido, sin dar ninguna prueba o evidencia, y el admirador ciego se lo cree. Y se lo cree precisamente a ciegas, no es capaz de reflexionar siquiera un poco de que algo está mal.
La credulidad ante un populista, un falso líder que tiene la astucia de manipular a las personas es muy fuerte, a veces imposible de poner siquiera en duda, y en eso radica principalmente su fuerza de control social. Como se dice en un chiste, sí él dice que los cocodrilos vuelan, debe ser cierto, aunque vuelen bajito.
El problema de quienes desean abrirle los ojos a los manipulados por el líder populista es que en principio éstos no desean abrir los ojos. Se les puede poner la evidencia al frente y se niegan a verla. ¡No es cierto!, piensan y dicen, porque simplemente no puede ser cierto, debe ser falso, mentira. La evidencia no cuenta, lo que vale es lo que el líder populista dice, y punto.
Pero, además, el poner en duda la calidad moral del populista al que adoran, sus seguidores se enfurecen, gritan, se pelean, insultan y hasta amenazan al osado de contradecir a su ídolo (y hasta cumplen sus amenazas). Y su enojo hace que refuercen su absoluta confianza y fe en el líder “falsamente acusado” por sus enemigos. Es un círculo vicioso que difícilmente se rompe.
Pero, por supuesto, no todas las personas se ciegan de esa manera, y la realidad que se les estrella en la cara, sobre todo cuando afecta gravemente a ellos, a sus familias o comunidades, descubren, a su pesar, que les vieron la cara, que los engañaron. Pero entonces aparece otra característica que afecta a los seres humanos, la soberbia (esa que va más allá del orgullo y el amor propio). Tragarse la verdad de que se les engañó, y que dieron su apoyo, su confianza y su voto, pega demasiado fuerte al ego, al orgullo, que va hasta la soberbia: “No puedo haber sido tan tonto, no”.
El solo hecho de aceptar ante sí mismos que se burlaron de ellos, es un dolor muy fuerte, y al darse cuenta de ello, entran en una crisis interna difícil de controlar. Y peor, el reconocer ante terceras personas, sobre todo las que una y otra vez les advirtieron del engaño, es todavía peor: ¡nos engañó, nos dejamos engañar!
Y aun habiéndose tragado la pildorota de la decepción y la furia contra sí mismos de haber sido tan crédulos, muchos todavía seguirán apoyando al populista, al menos en parte, como una cierta mecánica mental. Y entonces viene la etapa de buscar culpables, esos enemigos del líder que lo señalaron, lo acusaron y que deben forzosamente ser culpables de algo. Y esto se magnifica cuando el tal líder les ha señalado sistemáticamente a esos enemigos suyos que no lo dejaron cumplir sus promesas.
Hay así un enorme bloque psicológico que impide o dificulta la aceptación del engaño y la reacción que deben tomar ante el descubrimiento de la triste verdad que no quisieron aceptar, y por eso pueden abandonar al líder, pero negarse interna y abiertamente a hacer algo al respecto, su credulidad y su soberbia se han impuesto sucesivamente para llegar a una crisis que hasta puede afectar su salud mental y física.
El desengañado puede reaccionar de diferente manera, a veces extremas, como rebelarse y volverse violento contra el líder que le vio la cara, sumirse en una depresión de inactividad, o tratar de actuar en lo posible a favor de la verdad, la defensa de sus interés familiares y comunitarios para colaborar a reconstruir lo que les fue destruido. Y hay que estar alerta ante estas reacciones y actuar humanamente en consecuencia.
Si quienes buscan evidenciar al mentiroso manipulador líder populista no toman en cuenta estas realidades de la mente humana y su afectividad y amor propio, fracasarán en sus intentos de abrir las mentes. De esta forma su proceder debe ser muy cuidadoso, para tratar de convencer reduciendo al mínimo la reacción psicológica negativa del crédulo, y sobre todo del desengañado que se enfrenta a su propio orgullo, que puede llegar hasta la soberbia que no perdona.
¿Tarea muy difícil? Lo es. Requiere un gran sentido humano y respeto en el trato a la persona engañada, no pensar que la burla y el escarnio funcionan, que el “¡ya vez, te lo dije y te lo repetí, te vieron la cara, jajaja!”. Estas actitudes despiertan las reacciones naturales de la defensa del amor propio de la otra persona, y o se cierra o se lastima profundamente.
Los intentos de convencimiento deben ser muy hábiles y prudentes, y demostrando respeto, no humillación para las personas, y darles tiempo para reflexionar y reducir las malas reacciones del desengaño, y permitirles cambiar su actitud hacia la búsqueda de soluciones a las crisis creadas por el populismo. Que pasen de la frustración del desengaño, a la intención y acción a favor de la verdad con una buena actitud, que les ayude a respetar su amor propio y autoestima.
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