El PAN es un ente de utilidad pública, según dice la Constitución, y aunque no lo dijera, porque AN nació para servir a la sociedad mexicana, no para servirse de ella.
Es verdad que las instituciones políticas reflejan la naturaleza y la composición moral de la sociedad de su tiempo. Es verdad también que dichas instituciones tienen, entre sus fines, la de servir a la sociedad para orientar y representar a los ciudadanos. El Partido Acción Nacional ha tenido, desde su fundación, el objetivo de construir ciudadanía. En 1939, año de su fundación, la sociedad mexicana tenía una incipiente idea de lo que significaba la democracia; ahora, digamos que existe una mayor conciencia democrática, pero aún falta mucho por andar. Es realmente, como lo dijo Don Manuel Gómez Morín, una brega de eternidad. El avance democrático que ha tenido México se debe, fundamentalmente, a Acción Nacional. No es verdad que la democracia nació con Cuauhtémoc Cárdenas y lo que después fue el PRD. Cuando ellos no eran sino una izquierda en formación, se colgaron de lo que había construido Acción Nacional desde hacía 50 años.
Hoy vivimos una degradación de la oferta de propuestas. Todos los partidos han caído en una declinación acelerada. Falta claridad y creatividad en los temas que interesan y que sean atractivos para la sociedad. Sin embargo, no todos los partidos han sufrido tanto (aunque tengan menos votos que el PAN) con la evidente descomposición política, como Acción Nacional, porque durante décadas fue construyendo un prestigio que le daba su dirigencia, su gente, su pensamiento y su acción política. Es cierto que Acción Nacional es la segunda fuerza política, pero no nos engañemos, es una segunda fuerza que está lejos de la primera, lejos de la posición que el PAN debería ocupar por su historia y, sobre todo, por su oferta política que no ha sabido posicionar entre los ciudadanos, si es que hoy sus dirigentes se acuerdan de ella.
Ciertamente las circunstancias han cambiado. La sociedad es dinámica y cambia a ojos vista, pero las ideas, las buenas ideas no cambian. “Yo soy yo y mis circunstancias –advierte José Ortega y Gasset-, pero si no las salvo a ellas no me salvo yo”. Las ideas tienen consecuencias; las buenas ideas son las que salvan las circunstancias. “Las ideas son nuestras armas, ni tenemos otras, pero tampoco las hay mejores”, decía don Manuel Gómez Morín, y ya hemos comprobado que el PAN es capaz de ponerlas en práctica en los buenos gobiernos municipales, en las gubernaturas de los estados y también en la presidencia de la República.
Acción Nacional tenía fama de ser un partido que atraía por sus principios de doctrina, por sus militantes y por sus propuestas, y era dirigido por gente brillante. Tenía fama, bien ganada, de tener los mejores parlamentarios de México. Esto no quiere decir que el Partido no sea hoy dirigido por gente decente, ni haya buenos parlamentarios, sino que quienes están al frente distan mucho de tener el prestigio, el brillo intelectual y el carisma de quienes los precedieron, y los grupos parlamentarios no destacan precisamente por su talento. Por supuesto que hay muy honrosas excepciones. Sé, que lo que digo, representa un enorme reto para los dirigentes actuales y para los que vengan.
¿Qué le pasó al PAN? ¿Por qué está tan desdibujado en el ánimo de millones de ciudadanos? Son muchos los factores que han incidido en su desprestigio pero, si hay que señalar uno solo, debemos recordar la asamblea en la que, de un plumazo, la institución más representativa de lo que era el PAN, su Consejo Nacional, dejó de ser “la conciencia democrática del partido”, como le llamó don Efraín González Luna. Cualquier prestigiado panista se podía postular a un cargo interno del Partido, y tenía posibilidades de conseguirlo. Hoy, para ser candidato a presidente de Acción Nacional se necesita conseguir 27,000 firmas de militantes, de por lo menos 17 estados distintos y, para eso, ¡se necesita un dineral! El mismo caso, en escala menor, se reproduce en todos los estados para optar por la jefatura estatal, a menos que haya designación directa por el CEN.
Por otra parte, poco a poco se ha ido perdiendo el sentido trascendente de los principios y de lo que presumíamos como “la mística del PAN”, y éste se fue asemejando a cualquier otro partido político que, en México o en el mundo, busca afanosamente el cargo público, para satisfacer intereses personales y de grupo, sin considerar que el Partido no es de los dirigentes, ni siquiera de los panistas de a pie, sino del pueblo de México. El PAN es un ente de utilidad pública, según dice la Constitución, y aunque no lo dijera, porque AN nació para servir a la sociedad mexicana, no para servirse de ella.
Hoy debería haber muchos más militantes panistas que hace una década y que hace dos o más, pero hay menos, apenas para conservar el registro ¿Qué ha sucedido con los panistas de a pie y de los que alguna vez fueron piezas importantes en el Partido? La mayor parte de ellos viven en el anonimato. Muchos, se han salido del Partido, decepcionados por el rumbo que ha tomado Acción Nacional. Otros más se han ido a otros partidos, seguramente aguijoneados por la ambición y explotando el poco o mucho renombre que hayan podido alcanzar gracias al PAN, y a Dios que se retiraron… Pero todavía quedan los panistas, con o sin credencial, que siguen creyendo en el Partido, porque creen en sus principios trascendentes. Son los héroes anónimos que sostienen aún el vetusto edificio, cuyos cimientos y columnas han resistido tormentas y crisis de diferentes intensidades. Hay, diseminados por todo el país, pensadores, escritores, comunicadores en diferentes medios de comunicación, que le dan vida intelectual al Partido, pero también hay albañiles, meseros, carpinteros, campesinos, obreros, taxistas, peluqueros*, etc. Por ellos y por México, el PAN debe volver a ser el partido distinto y distinguible que algún día fue.
*Me siento obligado a aclarar que no he usado “lenguaje inclusivo” para denominar a los pensadores y pensadoras, escritores y escritoras, comunicadores y comunicadoras, albañiles y ¿…?, meseras, carpinteras, obreras, taxistas y ¿…? etc., porque en nada contribuye a “visibilizar a la mujer” y sí entorpece el lenguaje. Más aberrante aún sería el uso de la “e” o de la @. En una reciente consulta a la RAE sobre el tema, contestó: “#RAEconsultas. El uso de la letra “e” como supuesta marca de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género”.
Nota: Este análisis continuará.
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