Para cambiar el rumbo que lleva el país con la muy mal llamada cuarta transformación, se necesitaba la acción de los partidos de oposición.
Me atrevo a tomar este título de la novela de Arturo Pérez-Reverte, aunque mi enfoque, en este caso, es muy diferente al del escritor español. Me refiero específicamente a los partidos de oposición, PAN, PRI, PRD y, quizás, MC. Me explico, las campañas políticas de los tres partidos (o cuatro) de oposición, parece que no obedecen a lo que una campaña política (con sus honrosas excepciones), en la vísperas de la elección más importante de la historia de México, debería ser y hacer, para ganarle al partido del gobierno.
Morena le ha provisto de abundantísimo parque a la oposición, pero ésta no ha sabido usar las armas de todo calibre que los múltiples errores, no solamente del presidente sino de casi todos los miembros de su gabinete, han cometido desde hace tres años (habrá que recordar que López Obrador empezó a mandar en el país, con la complacencia de Peña Nieto, desde el día después de las elecciones del 2018). Los partidos de oposición estaban pasmados, amorcillados (si se me permite esta expresión taurina), lamiéndose sus heridas.
Los ciudadanos esperaban que, quienes tenían los medios más propicios para la tarea, reaccionaran después de pasado el terremoto llamado López Obrador. Poco a poco los ciudadanos se fueron dando cuenta de que, si bien los partidos de oposición tenían la obligación de oponerse (sobre todo a través de su representación en el Congreso) a las locuras que diariamente ordenaba el presidente de la República, poca resonancia tenían los esfuerzos que aquéllos hacían. Los héroes parecían cansados, o realmente lo estaban. Sin embargo, para cambiar el rumbo que llevaba el país con la muy mal llamada cuarta transformación, se necesitaba la acción de los partidos de oposición.
Mientras no se invente algún otro medio para que los ciudadanos puedan acceder al poder político para servir a la comunidad, en vistas al bien común, la democracia siempre requerirá que los ciudadanos se organicen en partidos políticos. Es cierto que la democracia es frágil, tan frágil que ésta ha sido usada por algunos de los sátrapas de los siglos XX y XXI para, llegando a poder, consumar lo que yo llamaría un “golpe de Estado legal”. “En efecto: –dice Jean F. Revel- la democracia es ese régimen paradójico que ofrece a quienes quieren abolirla, la posibilidad única de prepararse a ello en la legalidad, en virtud de un derecho […] sin que ello se considere una violación realmente grave del pacto social. La frontera es indecisa –sigue diciendo Revel-, es una transición fácil entre el oponente leal, que utiliza una facultad prevista por las instituciones, y el adversario que viola esas mismas instituciones” (J. F. Revel, Cómo terminan las democracias).
Una razón fundamental de la inmovilidad de la oposición, no solamente es el cansancio -o se vende como si fuera tal- sino su mala conciencia. Un gobierno autoritario, como es el que actualmente rige en México, sabe explotar muy bien la industria de la culpa, el chantaje. Quizá su única nota de excelencia sea esa: saber doblegar al adversario, señalándolo como culpable de delitos graves contra la Nación, reales o inventados (generalmente esto último) para doblegarlo.
Frente a este ominoso panorama, hay que reconocer la acción opositora, valiente, de algunos personajes, ya sea empresarios o políticos, que no se han dejado amedrentar; han dado ejemplo de cómo se debe enfrentar el autoritarismo. Sólo por mencionar tres, me atrevo a mencionar a Francisco García Cabeza de Vaca, gobernador de Tamaulipas, al “Jefe” Diego Fernández de Cevallos y a la Coparmex.
Sin embargo, afortunadamente los mencionados no son los únicos. Frente al cansancio de los otrora héroes (no estoy seguro de que el PRI quepa en esta categoría), la sociedad civil se ha organizado como pocas veces en la historia de México. Es cierto que faltó mayor coordinación, pero lo logrado hasta aquí es muy bueno. Es ella –la sociedad civil organizada- la que impulsó a los partidos de oposición a buscar alianzas estratégicas para tratar de vencer al partido del gobierno y, eventualmente, para quitarle la mayoría (ilegal) que ahora ostenta Morena en la Cámara de Diputados.
Es ella, la sociedad civil organizada (la no organizada, simple sociedad civil, como algunos gustan en llamarle, es una señora gorda que nadie sabe cómo se llama y en dónde vive) la que ha hecho la mejor campaña opositora en las redes sociales y en las calles de las ciudades. Contrasta esto con la mayoría de las campañas electorales de los partidos políticos: insulsas y repetitivas, faltas de imaginación, aburridas. Decíamos, líneas arriba, que el presidente y su partido han provisto a la oposición de un arsenal enorme, para echarle en cara su torpeza, la destrucción de muchas instituciones valiosas, su ineficiencia, su ineficacia, su derroche, su nepotismo, sus innumerables mentiras y traiciones a la patria y, en pocas palabras, su inefable corrupción. ¿Qué no era esa la insignia de su “lucha”?
La sociedad civil mexicana se ha organizado para señalar, con gran precisión, cada uno de los errores del presidente y de su partido. Todos los días recibo (y seguramente muchos millones de ciudadanos también) videos y notas creativas, inteligentes y hasta divertidas. Casi todos estos instrumentos valiosos de comunicación llaman a votar por la oposición y hoy, como pocas veces, se advierte que detrás de cada video (“enviado muchas veces”) hay conocimiento de la ley, del contexto de la elección, pero sobre todo hay talento. Existen también organizaciones de la sociedad civil que se han dedicado a estudiar distrito por distrito; alguna sección por sección, señalando las oportunidades de triunfo de los partidos de oposición, y obsequiándoles a estos esa valiosa información.
Sin embargo, hay muchos ciudadanos que temen que México se convierta en una copia de Venezuela. Mi opinión es que no, Venezuela careció –y carece aún- de una sociedad civil bien organizada, como la que hemos visto crecer en México. Esto nos abre una gran ventana de esperanza en que se pueda controlar, si bien no totalmente, sí en buena medida, el poder presidencial. Para eso, todos los ciudadanos conscientes debemos ir a votar e invitar a votar a los indecisos. Los que puedan, ofrezcan sus servicios como representantes de casilla a los partidos de oposición.
Te puede interesar: El secreto (a voces) de AMLO
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com