La revolución como inútil sacrificio

“En el asesinato del otro no hay más que perdedores, porque negar la humanidad del otro equivale a negar la propia”: Octavio Paz.



La Revolución confirma, por el sacrificio, la superstición. Charles Baudelaire

Poesía, Mito, Revolución es un pequeño libro que editó la revista Vuelta, en 1989, con motivo de la ceremonia del premio Alexis de Tocqueville, otorgado por Francia a Octavio Paz, en el que se compendian los discursos de Francois Mitterrand a la sazón presidente de Francia, además de las palabras del Dr. Pierre Godefroy, presidente de la Fundación Tocqueville, y del Dr. Alain Peyrefitte, miembro de la Academia Francesa y la Respuesta del mismo Octavio Paz, galardonado con el Premio Tocqueville. Elegiré de este pequeño libro algunas expresiones de los actores, especialmente de Octavio Paz, y haré algunas anotaciones que me parecen reflejar la realidad de hoy, sobre todo en consonancia con lo que dice nuestro genial poeta.

El Dr. Alain Godefroy, en su breve discurso, cita a Tocqueville, en su Democracia en América: “Doctrinas semejantes (las revoluciones) falsas y cobardes, no podrían forjar más que a hombres débiles y naciones pusilánimes. La Providencia no hizo al género humano ni del todo independiente ni esclavo del todo […] pero dentro de sus vastos límites, el hombre es libre y poderoso. Sucede lo mismo con los pueblos […] La libertad de la inteligencia es cosa santa” (p. 13).

Del Dr. Alain Peyrefitte, rescato las últimas palabras de su discurso: “La libertad y la democracia –dice usted, refiriéndose a Paz- están aún por inventarse en América Latina […] La clase intelectual es allí autoritaria, dogmática, intolerante” (p.26). Es cierto y síguelo siendo: la “clase intelectual”, a la que se refería Octavio Paz, es esa formada en la izquierda académica, que predica la tolerancia pero no tolera ningún otro pensamiento que no sea el suyo. Hoy vive esa izquierda una crisis provocada por uno de sus frutos más podridos, llamado López Obrador. Casi toda esa “intelectualidad” ha confesado haber votado por él y haberse arrepentido de haberlo hecho (menos los más primitivos, que son los que viven de la nómina del gobierno). Esa “intelectualidad” no pudo ver lo que se estaba cocinando durante 18 años, en esa izquierda que ama la Revolución como hacedora de la historia. Ellos están viviendo la cruda de la traición, me dijo un amigo. ¿Cuál traición? Muchos sabíamos lo que le esperaba a México si López Obrador llegaba al poder.

Por su parte Francois Mitterrand, después de haber elogiado la vida y el pensamiento de Octavio Paz (tal parece que lo estudió a detalle), incluso su afición por la poesía de Sor Juana, destaca de éste –de su pensamiento- algunas frases reveladoras: “…Dice usted, además, que la comprensión de los otros no es cosa fácil, ya que nos obliga a cambiar incesantemente sin dejar de ser nosotros mismos” (p.41). Dice usted también que en el asesinato del otro “no hay más que perdedores, porque negar la humanidad del otro equivale a negar la propia” (p.42). Esta frase es tremendamente actual y lo será mientras existan seres humanos sobre la tierra. Se aplica, tanto a los que hoy promueven o ya han legislado a favor de la eutanasia, como a los que defienden el asesinato de seres humanos en el vientre de su madre. Porque, y lo repito y repetiré la frase de Octavio Paz cuantas veces sea necesario: “en el asesinato del otro (en cualquier etapa de su formación) no hay más que perdedores, porque negar la humanidad del otro equivale a negar la propia”…

En su respuesta a las personalidades francesas, Octavio Paz (obviamente, toda la ceremonia se llevó a cabo en francés) hace alusión a la barbarie que desata la Revolución, cualquier revolución, pero refiriéndose a la Revolución Francesa cita a un autor muy querido por los franceses, Francois-René de Chateaubriand, con estas palabras proféticas: “La Revolución me habría arrastrado… pero vi la primera cabeza en la punta de una pica, y retrocedí. Jamás veré en el asesinato un argumento de libertad, no conozco nada más servil, más obtuso que un terrorista. ¿No encontré después a toda esa raza de Brutos al servicio de César y de su policía”? (p.49). La Revolución es mito y es historia, señala Paz, es fantasía de redención pero, siendo mito, la Revolución no redime, como pensaban los que la iniciaron, los que se nutrieron de ella y los que la hicieron su modus vivendi. Me imagino que, además de otras revoluciones, Octavio Paz estaba pensado en la Mexicana. Y, si viviera hoy, no dudaría en señalar como tiranos a los revolucionarios dictadores hispanoamericanos, como Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua y los Castro en Cuba, con su pelele Díaz Canel. “La Revolución es un acto histórico -Prosigue en su discurso Paz- y, no obstante, negador de la historia. El tiempo nuevo que pretende instaurar, es una restauración del tiempo original” (P. 55). “La Revolución comienza como promesa, se disipa en agitaciones frenéticas y se congela en dictaduras sangrientas que son la negación del impulso que la encendió al nacer” (p.58).

Esta idea de Revolución, tan cara para los que profesan la fe en la izquierda, incluyendo a los que ahora se llaman a sí mismos “progresistas”, fue magistralmente descrita por Octavio Paz, quien comulgó con esa ideología hasta que, horrorizado por lo que pasaba en la URSS, cambió de bandera y se identificó con el liberalismo, no sin hacer también de éste una dura crítica. “El liberalismo no ofreció nada en cambio y circunscribió la religión a la esfera privada. Fundó la libertad sobre la única base que puede sustentarla: la autonomía de la conciencia y el reconocimiento a la autonomía de las conciencias ajenas. Fue admirable y también terrible: nos encerró en un solipsismo, rompió el puente que unía el yo al tú y ambos a la tercera persona: el otro, los otros” (p.61). Mejor definición del individualismo que hoy vivimos, es difícil de encontrar.

También hace Paz una crítica (que seguramente algo incomodó algo a los franceses) a la Revolución Francesa, en diferentes momentos de su intervención. La más severa, a mi juicio, se desarrolla cuando se refiere a la fraternidad, como símbolo de la Revolución. ¿”Cuál podría ser el fundamento de la fraternidad? Robespierre y Saint-Just quisieron fundar la solidarida en la virtud, por decreto, en el terror. Pero el terror no puede engendrar sino en dos fraternidades inconciliables: la de los verdugos y la de las víctimas”. “El liberalismo democrático –concluye Octavio Paz- es un modo civilizado de convivencia. Para mí es el mejor entre todos los que ha concebido la filosofía política. No obstante, deja sin repuesta la mitad de las preguntas que los hombres nos hacemos: la fraternidad, la cuestión del origen y la del fin, la del sentido y el valor de la existencia” (pp. 61-62). Es natural. Para un hombre sin fe (por lo menos en esa parte de su vida), como O. Paz, esas preguntas quedan sin respuesta. Sin embargo, esas preguntas sí tienen respuestas. Ya nos ocuparemos de ellas en otra ocasión.

 

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