La mujer objeto, triunfo del feminismo radical

Las mujeres, no sólo las que han sido atrapadas por el garlito de aplazar su maternidad, sino las que piensan que deben competir con el hombre para sentirse en igualdad, lo que demerita su naturaleza.


Machismo disfrazado


El feminismo radical es presa de las más dañinas contradicciones, y su primera víctima es la propia mujer. Algunos ejemplos: la condición de la mujer en el islam, en la India o en China, no es del interés de las feministas radicales. No importa que sean miles de millones de mujeres excluidas o humilladas por esas culturas que la menosprecian. ¿Cuándo se han manifestado las feministas radicales en una mezquita o ante una embajada china en Occidente? No lo han hecho ni lo harán. No importa que la mujer bajo el imperio de la sharia o ley islámica sufra humillaciones y exclusiones que no se ven en países occidentales, sólo por ser mujeres. Generalmente, en esas culturas las mujeres no pueden salir solas, ni conducir un auto, ni estudiar en una universidad, etc. Hay algunas regiones en las que se practica la cirugía en sus genitales, para impedir que sientan placer en una relación sexual. Ante todo esto, no solamente callan las feministas que se sienten “defensoras de la mujer” en Occidente, sino que los medios mantienen un silencio cómplice, tan culpable como el de las feministas radicales.

En Occidente, por otra parte, peligra la dignidad de la mujer. Con el pretexto del derecho de la mujer sobre su cuerpo, se le atribuye un derecho sobre otro cuerpo que no es el suyo. Vaya, ni siquiera sobre su cuerpo tiene derechos absolutos. Por ejemplo, una mujer no puede vender un riñón para ser trasplantado en otro ser humano, porque es inmoral y la ley prohíbe el tráfico de órganos. Además, con el mito de la igualdad entre hombres y mujeres se considera un triunfo para la mujer la paridad con el varón, ya sea en la política o en puestos de trabajo, cuando la verdadera igualdad entre varones y mujeres es atributo esencial de su humanidad y no de su desempeño en sociedad. Sólo por el hecho de ser humanos, hombres y mujeres participamos de la misma dignidad y sólo en eso somos perfectamente iguales, en todo lo demás somos diferentes. La gran riqueza del género humano consiste, entre otras cosas, en que todos somos diferentes.

En todo caso, se debe propiciar la estricta igualdad de oportunidades, para que sea el talento, la capacidad y otras cualidades ad hoc de hombres y mujeres la que determine el número de mujeres y de hombres en las actividades laborales, ya sea en la producción de bienes, en los servicios o en actividades políticas, etc. Desde hace milenios, hombres y mujeres se reparten las labores propias del campo, sin que estas últimas se quejen de discriminación. Y cuando es necesario, en caso de guerra, de enfermedad o de muerte de los hombres de la familia campesina, las mujeres han tomado el trabajo rudo de los varones, y lo han hecho tan bien o mejor que ellos. Lo que nunca han hecho es imponer una paridad que, por simple sentido común, es descabellada.

La igualdad forzada entre hombres y mujeres ha propiciado, entre otras cosas, la objetivación de estas últimas. Es objetivamente, es humillante (aunque por conveniencia muchas mujeres no lo perciban así) que una mujer, sólo por ser mujer (cosa del sexo femenino), ocupe un puesto (en cualquier institución, pública o privada) a costas de un varón mejor preparado, o inclusive de una mujer más talentosa, pero que no fue señalada por la tómbola feminista. Lo contrario también es injusto. Las cuotas de género se han convertido en un mercado en el que el varón le da graciosamente un lugar a la mujer (remember las juanitas del PRD, ahora de Morena), muchas no por su talento o capacidad, sino para cumplir un requisito para que esas mujeres se sientan “empoderadas” en un lugar y en un juego que no es necesariamente el suyo, porque es preconcebido por el varón que es el dueño de la taquilla, del balón y él mismo generalmente es el árbitro.

Es objetivamente también que una mujer (como sucede en Estados Unidos, España, Francia y otros países y no tarda en ocurrir en México), aplace el maravilloso hecho de ser madre por la oferta de conservar en criogenia (congelados en nitrógeno líquido) sus óvulos, esperando un tiempo mejor para ser mamá, mientras consagra su vida a tener éxito en su actividad profesional (Freeze your eggs. Free your career*. Bloomberg Businessweek). Lo que ya está pasando con esas mujeres es que, una vez que se deciden a ser madres (la edad promedio de las pacientes era de 38 años), la mayor parte de los óvulos conservados con la técnica de la criogenia, ya no son viables años después. En el Langone Prelude Fertility Center, de la Universidad de Nueva York, sólo 29 “pacientes” de 231 han dado a luz. Ellas tenían edades que iban desde los 48 a los 53 años. La mayor parte de estas mujeres se han sentido traicionadas (objetivadas, por las grandes empresas que dan servicio a algunas universidades estadounidenses) por las promesas de un futuro fértil, porque no han logrado coronar su sueño de maternidad con su material genético congelado.

Muchas mujeres no se han dado cuenta de que han caído en la trampa de un machismo disfrazado de feminismo. No solamente las que han sido atrapadas por el garlito de aplazar su maternidad, para tener éxito económico y social, sino las que piensan que deben competir con el hombre para sentirse en igualdad, lo que demerita su naturaleza. Por esta degradación de la verdadera femineidad, que no significa necesariamente renunciar al mundo laboral o político, la humanidad está perdiendo eso que Ortega y Gasset llama la “sabiduría diferente” y que solamente la mujer puede aportar al mundo para completarlo de una manera diferente, más sabia, es decir, a la manera de la mujer que es mujer al 100% y no una mujer masculinizada.

 

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