López Obrador, si fuera consecuente con su discurso en favor de los “pueblos originarios” de estas tierras, debería pedir perdón a los indígenas y a todos los mexicanos: primero a los indígenas, en nombre de Juárez, por el despojo, los abusos y las vejaciones que han sufrido.
Por si fuera poco, a España le debemos la escritura, junto con la imprenta y el papel, que le dieron a la Nueva España (y luego a México) un impulso civilizatorio definitivo. La Iglesia, junto con el gobierno virreinal construyó colegios y hospitales (El Hospital de Jesús, que ininterrumpidamente ha prestado servicios de salud durante casi 500 años), asilos, hospicios, dispensarios, escuelas para niñas, niños, adolescentes y adultos indígenas y, nada menos que la Real y Pontificia Universidad de México, que fue fundada apenas 30 años después de la conquista. A Castilla primero y luego a España entera le debemos que este país que amamos haya podido dar un gigantesco salto histórico, no solamente cuantitativo sino sobre todo cualitativo, es decir material y, especialmente, espiritual. Esto no hubiera sido posible si México hubiese sido construido sobre ese cúmulo de mentiras y monstruosidades que cuenta la leyenda negra. Es un hecho que México no existiría sin la Madre Patria.
Sin la educación y la instrucción en la paz, en el respeto y en el amor al prójimo, no se hubiera logrado lo más importante: lo que nos une y le da sentido a la formación de la nueva civilización novohispana (luego mexicana) e hispanoamericana, que es la lengua castellana y la religión católica. Esto lo atestiguan 300 años de armonía y paz social que contrastan, lamentablemente, con 200 años de guerras en nuestra vida independiente. En el balance, salimos ganando de manera clara y contundente. Ni todo el oro del mundo vale nuestra hermosa civilización cristiana.
Desde los fuertes de Alaska y Dakota hasta la Patagonia, se extendió la obra civilizadora de España. Lo que no dice la leyenda negra es que la difusión de la Cruz es ejemplo único en la historia del amor con el que, desde los reyes de España hasta el último de los frailes, trataron a los conquistados. Es cierto que hubo españoles crueles, pero “allí donde había un español cruel, había frailes que los defendían” (Joseph Schlarman, México Tierra de Volcanes, Ed. Jus, México 1950). “Los monarcas hispanos no consolidaron la conquista de América a sablazo limpio, sino gracias a un ejército de maestros y curas” (Juan Sánchez Galera). Isabel la Católica, exige e insiste en su testamento, en 1504: “Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y que si algún agravio han recibido, lo remedien”. La misma reina, reconoce que “Las libertades de los hombres y de los pueblos son algo inherente a ellos mismos y, por tanto, les pertenecen por encima de las consideraciones de cualquier príncipe o Papa. Esto lo pudo haber dicho cualquier declaración moderna sobre Derechos Humanos” (J. Crouset, El origen de los Derechos Humanos, París, 1999).
Isabel la Católica, seguida por los frailes dominicos de la Universidad de Salamanca (Vitoria, Molina y otros), por los Emperadores Carlos V, y Felipe II y muchos teólogos, letrados y juristas, son los que originaron –descubrieron– lo que hoy, en el mundo entero, conocemos como Derechos Humanos, porque de las directrices de estos personajes surgieron varias leyes de protección a los nativos que, en su conjunto, son llamadas Leyes de Indias. Las primeras, llamadas las Leyes de Burgos de 1512, son sucedidas por otras que tratan el mismo tema, por ejemplo Las Leyes Nuevas, promulgadas por Carlos V en 1542. “Se parte completamente de cero con la premisa de establecer unas nuevas normas de convivencia entre los hombres, basadas no ya en lo que se entendía hasta ese momento como cierto en Europa, sino unos valores comunes a todos los hombres de todos los tiempos” (Juan Sánchez Galera, Vamos a Contar Mentiras, Madrid, 2017).
Llegados aquí, vale la pena mencionar un hecho histórico extraordinario: la suspensión, ordenada por emperador Carlos V, del avance de la conquista en América, por la controversia derivada de las acusaciones de fray Bartolomé de Las Casas a los conquistadores. Carlos V convoca a una Junta en Valladolid, el 15 de agosto de 1550 para discutir la legitimidad de la conquista. En realidad, es un debate organizado por el Consejo de Indias, debate al que asistieron letrados, juristas (entre los que destaca Juan Ginés de Sepúlveda, abogado opuesto a Las Casas) y teólogos y que dura hasta 1551. En este debate se plantea, por primera vez de manera formal, la cuestión de los derechos fundamentales de los seres humanos, por el simple hecho de ser humanos. Pero el caso insólito y único en los anales de la historia universal, es que el emperador más poderoso del mundo suspende el desarrollo de la conquista de España en tierras americanas, hasta fundamentar en derecho su justicia.
En doloroso contraste con las disposiciones de Isabel la Católica y, en general, por la corona española hasta el siglo XIX relativas al reconocimiento de los derechos de los indios, incluido el derecho a la posesión de sus tierras, Juárez expropia los bienes de los indios que España había respetado, porque su liberalismo económico (hoy AMLO le llamaría “neoliberal”) le exigía que las tierras que no produjeran excedentes, es decir, que sólo sirvieran de autoconsumo para las comunidades indígenas, debían ser vendidas al mejor postor para que produjeran más, y para que la economía nacional se repusiera de la gran depresión en la que se encontraba. Ese es el verdadero Juárez, ese es el Juárez al que tiene López Obrador como un ídolo, el que violó el derecho de los indígenas a la propiedad de sus tierras, respetada por España durante 300 años.
López Obrador, si fuera consecuente con su discurso en favor de los “pueblos originarios” de estas tierras, debería pedir perdón a los indígenas y a todos los mexicanos: primero a los indígenas, en nombre de Juárez, por el despojo, los abusos y las vejaciones que han sufrido en el México independiente hasta la fecha; segundo, a todos los mexicanos por su patente ignorancia de la Historia de México y por su maniqueísmo al intentar dividirnos todas las mañanas.
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