López Obrador sigue en campaña como candidato eterno, pues es lo único que sabe hacer. Como gobernante es una nulidad.
En un artículo publicado en la revista Expansión, firmado por Javier Rosiles Salas, se pregunta el autor, a propósito de la mal llamada “austeridad republicana, si lo que estamos viendo y sufriendo no es el fracaso del gobierno esbelto”.
Debo aclarar que este artículo me lo envió un amigo, a quien le agradezco el envío, porque me da la oportunidad para escribir mi opinión al respecto.
Dice el autor del susodicho artículo que el de López Obrador es “El primer gobierno de izquierda en México [que] optó por un modelo de gobierno de derecha”. Lo primero que hay que averiguar es qué se entiende por derecha e izquierda en economía. Y preciso que en economía, porque en otras materias es más fácil distinguir lo que es un gobierno de izquierda con uno de derecha. China, por ejemplo, sí es un gobierno de izquierda (comunista) en lo político, porque ha cancelado todas las libertades civiles, mantiene un férreo control de la población, pero en lo económico es capitalista. No sé si le alcance la denominación de derecha.
“En el Proyecto de Nación* –sigue diciendo Javier Rosiles– se plantea alcanzar un ‘gobierno esbelto’” cuya base se puede encontrar “en el Centre for Policy Studies, un think tank que se define a sí mismo como ‘el principal grupo de expertos de centro derecha de Gran Bretaña. Su misión es desarrollar una nueva generación de pensamiento conservador** construido alrededor de la promoción de la empresa, la propiedad y la prosperidad’”.
La verdad es que el gobierno de López Obrador no es ni un gobierno esbelto de izquierda; tampoco es un gobierno de izquierda que atienda a los más pobres, si es que alguna vez un gobierno de izquierda ha acertado en reducir la pobreza. Más bien, lo que han hecho estos gobiernos es aumentar o perpetuar la pobreza, para perpetuarse en el poder. Es más, podemos decir, sin temor a equivocarnos que el de López Obrador no es un gobierno. Él sigue en campaña, como candidato eterno, que es lo único que sabe hacer. Como gobernante es una nulidad.
No podemos decir que sea un gobierno, sino una administración que quiso ser esbelta, a fuerza de despedir a funcionarios y trabajadores sin ton ni son, con tal ineptitud que, en lugar de quitar la grasa que sobraba, le quitó el músculo que hacía falta. El tema de la salud es el ejemplo más visible y dramático: las medicinas escasean o simplemente no hay (niños con cáncer), y el manejo de la pandemia ha sido terrible; ha causado un “Daño Irreparable”, como demuestra en su libro la Dra. Laurie Ann Ximénez-Fyvie. Lo que pasa –y lo dice con toda claridad Javier Rosiles– es que “El presidente López Obrador no confía en la administración pública federal, de la que él es responsable y sobre cuyo funcionamiento debe rendir cuentas por mandato constitucional. Dos acciones dan cuenta de ello: la carga de responsabilidades que ha puesto sobre los hombros de las Fuerzas Armadas y la creación de una estructura paralela conocida como los Servidores de la Nación”. Este cambio de estrategia (hay que recordar que AMLO decía que los militares deberían regresar a sus cuarteles) es obligado por lo que pueden influir con su acción estas dos estructuras: las elecciones y las vacunas.
Por otra parte, el combate a la corrupción, como objetivo principal del gobierno, no se ha traducido en transparencia. Ha resultado también en un sonado fracaso. “Resulta interesante leer –dice Javier Rosiles–, en la página 53 (del Proyecto de Nación), para ser más precisos, que esta aspiración no tiene que ver sólo con reducir el costo del gobierno, sino que se asegura que de esta manera se detectará más fácilmente la corrupción”. No solamente no ha detectado o disminuido la corrupción interna, sino que ésta es igual o mayor que la del gobierno anterior pero, “como ellos son diferentes”… Es una frase que repite mil veces, con la esperanza de que alguna vez se le convierta en realidad. Afirma, con gran hipocresía, que los corruptos eran los de antes, cuando tiene su gabinete plagado de “los de antes”, que ya no son corruptos porque se han arrepentido de sus múltiples pecados. ¿Arrepentidos? No, sólo hay que recordar las casas de Bartlett y de la Secretaria de la Función Pública, los negocios turbios de Zoé Robledo y compañía, más los negocios de los familiares del presidente, y un largo etcétera.
Sabemos que ha metido a algunos presuntos delincuentes a la cárcel. Esos actos le cayeron como anillo al dedo, porque la mayoría no son investigaciones que haya hecho su administración, sino que fueron resultado de procesos penales en curso que aprovechó para el espectáculo mediático, que tanto le gusta y le sirve para decir que está cumpliendo con uno de sus compromisos más importantes. En lugar de justicia y combate a la corrupción huele más a venganza y, como no puede tocar a las Fuerzas Armadas, desestimó (la FRG, que es una especie de apéndice del propio presidente) las pruebas que aportó la DEA de Estados Unidos en el fallido juicio al General Cienfuegos.
Por si fuera poca la destrucción del país, hay funcionarios y legisladores que, atraídos por un movimiento que se decía de izquierda, tienen una agenda claramente de ese signo, muy radical, y que han tratado de meter sus iniciativas con calzador, tanto en el ámbito federal como en el local. Otro día trataremos este tema más ampliamente.
En resumen, la administración (que no gobierno) actual no es de derecha ni de izquierda. Es ciertamente populista, porque el populismo lleva siempre el sello de quien manda. Tampoco Morena es un partido político, ni siquiera un movimiento, sino un mazacote de intereses individuales que cohabitan en el espacio público de la política mexicana. Sin embargo, el catalizador de estos grupos e intereses personales, el populista por antonomasia se llama Andrés Manuel López Obrador. La actual administración no es republicana, ni austera, ni busca el bien común de México, ni trata de aliviar la pobreza. Sólo se le puede llamar populismo “lopezobradorista”. Él es el alfa y el omega. Todo debe estar sujeto a su suprema voluntad, mientras tenga la mayoría en ambas cámaras. Este año nos ofrece quizás la última oportunidad de ponerle un dique firme a ese desbocado populismo, si pierde la mayoría de la Cámara de Diputados. La cita histórica es el 6 de junio.
*Proyecto de Nación es una mala expresión. Se debe decir, en todo caso, “Proyecto de País”, porque la Nación Mexicana existe desde su nacimiento (del latín natio-onis), de manera que las personas que tienen un mismo origen, aunque vivan en otro país, se llaman connacionales. La Nación no se inventa ni se protecta, ya existe como realidad extraterritorial y multisecular.
**Conservador es un término que tiene muy diversas connotaciones. En Europa se distinguen los conservadores por ser defensores de la empresa, la propiedad privada y el libre mercado. En el lenguaje de López tiene una connotación peyorativa, nada más alejado de la concepción del Centre fon Policy Studies de Gran Bretaña.
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