La cristianofobia tiende a suprimir, a matar, todo lo que sea cristiano y, si además es católico, con mayor razón.
Estaba yo escribiendo sobre un tema distinto a este cuando, de todas partes, por medios electrónicos católicos y cristianos, me llegaron horrendas noticias que me hicieron cambiar de tema. Se trata de un fenómeno social y político que tiene mucho tiempo de estar presente en todo el mundo occidental. En algunos países con menor intensidad que en otros, pero pocos son los que se salvan de la sub-cultura del odio al cristianismo (me resisto a llamarle cultura). Dicho esto, me obligo a definir el término “fobia”, tan querido por los que denuncian como “fóbica” cualquier actitud que difiera de sus preferencias ideológicas. Dice el DRAE que fobia, en una primera acepción, es la “Aversión obsesiva a alguien o a algo”. En la segunda, se define como “Temor irracional compulsivo”. Una “aversión obsesiva”, sin embargo, no es sinónimo de odio, mucho menos un “temor irracional compulsivo”. Odiar algo o a alguien es “desearle el mal”, dice el DRAE. Es el deseo imperioso de suprimir a alguien, de matarlo, porque su sola existencia es considerada como un insulto insuperable para quien odia. Se puede decir que hay niveles de aversión y, como yo lo entiendo, la cristianofobia tiende a suprimir, a matar, todo lo que sea cristiano y, si además es católico, con mayor razón.
Para documentar el rencor al cristianismo o la cristianofobia, por llamarle más suavemente a ese fenómeno, debo empezar por comentar lo que está sucediendo en África porque, aunque el fenómeno de odio al cristianismo se ha dado allá desde hace mucho tiempo, especialmente desde el surgimiento de los grupos islamistas radicales, hoy cobra especial importancia por la indiferencia de los gobiernos y de los medios de comunicación occidentales. Los espantosos acontecimientos que voy a narrar deberían haber merecido la condena de los gobiernos (por lo menos los europeos) y reportados en sus primeras planas los medios de comunicación, porque son hechos, tanto o más graves, que los recientes tiroteos ocurridos en los Estados Unidos. Usted juzgará.
Durante la celebración del domingo de Pentecostés, en la iglesia católica de San Francisco Javier, en la localidad de Owo, estado de Ondo, Nigeria, un comando armado con rifles de asalto masacró a los feligreses que asistían a la Misa, resultando más de 40 (algunos medios hablan de 50) muertos e incontables heridos. A estas fechas ningún grupo islamista (de los muchos que hay) se ha hecho responsable del ataque. Resulta ocioso decir que había mujeres y niños entre los muertos y los heridos. Además, testigos de los hechos narraron que los terroristas detonaron explosivos, al interior de la iglesia.
Hay quienes señalan a un grupo que se dedica al pastoreo y a la ganadería, de la etnia Fulani, como el causante de la masacre, inconforme por las políticas agrarias del gobernador de Ondo, Rotimi Akeredolu. Sin embargo, quien conoce mejor la realidad de la región, como el Obispo de la Diócesis de Makurdi, Monseñor Wilfred Anagbe, que hace unos meses hizo reveladoras afirmaciones sobre el mencionado grupo, llamado Fulani, de pastores musulmanes: “No se trata sólo de cuestiones de pastoreo. Para mí, esto es una guerra religiosa. Tienen una agenda que es la islamización de este país (Nigeria tiene 200 millones de habitantes, de los cuales casi la mitad son cristianos). Y lo están haciendo eliminando a todos los cristianos y ocupando sus territorios. Si se trata de pastoreo, ¿por qué matar a la gente? ¿Y por qué quemar sus casas?”.
La Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN, por sus siglas en inglés), hizo un llamado a “todos los líderes políticos y religiosos del mundo para que condenen la masacre”. La respuesta a este llamado fue un silencio atronador, tanto de los gobiernos como de los medios de comunicación occidentales, y solamente algunos líderes religiosos se atrevieron a lamentar lo ocurrido. Tal parece que a los otrora países europeos de profunda raigambre cristiana, no sólo no les preocupa lo que pasa con los cristianos perseguidos, y no solamente en África sino en buena parte del mundo, sino que lo celebran en silencio.
“La terrible masacre perpetrada en un templo católico de Nigeria no ha recibido la importancia que merece en muchos de los principales medios de comunicación de mundo. De hecho, hay un sufrimiento de segunda clase que provoca otro sufrimiento, que proviene de sentirse olvidados, de ver que el propio dolor, por grande que sea, no es digno de atención”. A esta reflexión, aparecida en un medio digital español, se le puede agregar esta cita demoledora: “Es una estratagema peor que el odio, la indiferencia, es peor. Odiando a alguien, no dejas de expresarle un sentimiento de existencia” (Joseph Bielot, Le jour où Albert Enstein c’est échappé, 2008).
Hay, por otro lado, una cristianofobia institucionalizada, esto es, una especie de política pública, que “tiene aversión obsesiva por lo cristiano”, especialmente, por lo católico. Por ejemplo, en España, existe una especie de deporte o competición que consiste en ver en qué municipios y ciudades, gobernadas por el PSOE, por comunistas o separatistas, se derriban más cruces, con el pretexto de que todas las cruces recuerdan a Francisco Franco.
El caso más doloroso para los católicos españoles y no españoles es que la Cruz del Valle de los Caídos, la más alta del mundo, está amenazada de ser derribada por el gobierno (si sigue Sánchez), y expropiado el propio Valle, abadía incluida. Otro de los muchos casos: un capitán del ejército español fue fulminantemente destituido, por atreverse a pedirle a un sacerdote que bendijera su destacamento en el Valle de los Caídos, a pesar de que existe una disposición del Reglamento de Honores Militares, que contempla la participación de las fuerzas armadas en actos religiosos católicos.
Hay muchos ejemplos más en Europa de actitudes cristanofóbicas, de leyes que dicen proteger el laicismo pero que lo que hacen es perseguir a los cristianos, como es el caso de una profesora que fue multada y destituida, en Islandia, por citar en una de sus clases la Biblia en relación con la homosexualidad. El juicio duró casi tres años y finalmente fue absuelta, pero la libertad de cátedra quedó vulnerada en ese país, como en otros muchos, que se dicen demócratas. En la misma otrora católica España, ya hay pena de cárcel para quienes se atrevan a rezar en las inmediaciones de una clínica dedicada a practicar abortos. Es de celebrarse que los católicos no se hayan amedrentado con esta nueva amenaza.
En otra parte del mundo, en la “civilizada” pero no culta Canadá, durante varios meses se desató una furia incontenible de hombres y mujeres indignadísimos, que culminó con el incendio criminal de iglesias e instituciones católicas, y todo por el bulo, o mentira malintencionada, que consistía en decir que, durante los siglos anteriores (nunca dijeron, porque no podían, ubicar los lugares y el tiempo), cientos o miles de niños indígenas habían sido asesinados y enterrados en internados pertenecientes a la Iglesia Católica. Descubierta la mentira, ni las autoridades ni los medios (apoyados en investigaciones de algunas universidades) pidieron disculpas públicas a las autoridades católicas de aquel país.
En los Estados Unidos, la ignorancia y el fanatismo cobró la destrucción de estatuas de personajes históricos como las de Fray Junípero Serra o de Isabel la Católica, acusados de ser los fundadores del esclavismo en EE UU, ignorando (como es costumbre entre los fanáticos), que Fray Junípero fue un protector de los indios, incluso en contra de los esclavistas anglosajones, y la reina Isabel dejó un testamento que puede considerarse como el prefacio al reconocimiento de los derechos humanos en el mundo. No puedo dejar de mencionar que Biden (“el católico”) y su gobierno no hicieron la menor mueca de desaprobación por tales desmanes, como tampoco (eran parte de lo mismo) de los saqueos e incendios provocados por las manifestaciones violentas de Black Lives Matter que se unieron alegremente a la fiesta.
En Hispanoamérica, dos países han sido teatro de profanaciones y vandalismo en contra de templos católicos, incendios incluidos: Chile y Argentina, con oprobiosa complacencia de las autoridades. El pretexto, las leyes abortistas y la oposición a las mismas de la Iglesia Católica y de los católicos que no se han dejado contaminar por los virus de los tiempos modernos. En México también se han dado lamentables hechos de profanación de templos católicos, e incluso de asesinatos de sacerdotes. La lista de ataques, institucionales o no, contra el cristianismo en Occidente es enorme (se pueden consultar las páginas de ACI Prensa y de la Fundación Pontificia ACN, en donde se pueden encontrar noticias similares provenientes del Oriente y del Medio Oriente). A pesar de todo esto, Iberoamérica sigue siendo una reserva cultural del cristianismo en Occidente (igual que África), pero no sé por cuánto tiempo más.
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