Juárez, con su “Ley de Desamortización de Bienes de Manos Muertas”, impidió en buena medida que siguiera la evangelización la Iglesia Católica.
A principios del siglo XVI, las culturas mesoamericanas tenían indiscutibles avances. En astronomía, urbanismo, alfarería y otros, pero tenían grandes carencias: Su agricultura era muy rudimentaria, se basaba en el monocultivo del maíz. Desconocían el uso de los metales, no conocían la rueda, no contaban con alfabeto y, sobre todo, no tenían la cultura que había permitido a los pueblos mediterráneos y de Asia Menor que desarrollaran una gran civilización: la cultura del agua. Es de Perogrullo decir que había la misma distancia entre América y Europa. Los naturales de América no tenían la menor idea de la navegación marítima.
En términos comparativos, las culturas mesoamericanas se encontraban más o menos en el mismo grado de desarrollo que los sumerios 3,500 años antes (Jacques Attali, 1492, Ed. Fayard, Paris, 1991), es decir, en el periodo neolítico. De la disputa del mar interior, el Mediterráneo, Europa había pasado a la exploración del océano Atlántico; su sociedad se encontraba en plena ebullición. Había logrado reducir la mortalidad en la población. La ciencia y la técnica habían hecho grandes progresos. La explosión de las bellas artes, le estaban dando una nueva fisonomía a las ciudades. España, después de la caída de Granada (y de toda Andalucía) se había constituido en la primera nación europea, dueña ya de su territorio perfectamente definido, unidos los diferentes reinos a través de Isabel de Castilla y de Fernando de Aragón. El 1° de enero de 1492, Antonio de Nebrija presentaba la primera gramática de la lengua española, la primera en la historia de la humanidad. “En las clases acomodadas (en los reinos de Italia, en Francia, en España, etc.) las mujeres aseguran ellas mismas la educación de sus hijos. De hecho, numerosas mujeres saben ya leer. Un jurista italiano escribe: ‘Nunca hubiera creído que las damas de Florencia estuvieran tan al tanto de la filosofía moral y natural, de la lógica y de la retórica’” ( Delumeau, La Civiliation de la Renaissance , Arthaud, Paris, 1984).
El 12 de octubre de 1492, se dice comúnmente, que se produce el encuentro de dos culturas. Yo no estoy tan seguro de eso. Ese año las carabelas de Colón se encuentran una isla en el mar Caribe. No es sino hasta el tercer viaje cuando Colón se encuentra con el continente, en donde hoy es Venezuela, porque el río Orinoco le da cuenta, por su caudal, de que eso no puede ser una isla. Hay que hacer notar, que las islas del Caribe y de las Antillas tienen una población y una cultura muy diferentes a lo que después se encontrará Cortés en la Gran Tenochtitlan. Si comparamos el desarrollo de los indígenas de las islas del Caribe con el de los pueblos azteca, tlaxcalteca, cholulteca, zapoteca, etc., sin mencionar a otros, es muy disparejo, entre ellos mismos, pero no tanto, sin embargo, como la diferencia que había entre las culturas mesoamericanas y las europeas que ya apuntamos. Cabe decir entonces que el encuentro no se dio entre la cultura europea y la mesoamericana, sino que se dio entre muchas culturas y pueblos. Vale decir, como expresa el mismo Jacques Attali, que es “el descubrimiento de la otra parte del ser humano que no conocíamos” (Attali, op. cit.).
Seamos claros: la conquista no se produjo por la intervención militar de un ejército formado por españoles que, a sangre y fuego, dominaron todo un país que se llamaba México. Lo cierto es que el número de españoles que tomaron parte de la susodicha conquista no se sabe a ciencia cierta, pero oscila entre 150 y 300 y no era un ejército. Lo cierto es que, como bien se sabe, fueron miles y miles de indígenas de muy diversos pueblos, sojuzgados cruelmente por los aztecas, los que tomaron las armas para ayudar a los españoles a su liberación. Los tlaxcaltecas, los totonacas, los cholultecas, etc., estaban hartos de la sangrienta dominación de los aztecas y vieron, en los españoles, la esperanza de su liberación. Sin ellos, Cortés, con todo y su genio militar, no hubiese podido con los aztecas que según algunos cálculos tenían un ejército que oscilaba entre los cien mil y los ciento cincuenta mil hombres. Por esto es cierto aquello que se dice: “la conquista la hicieron los indios y la independencia los españoles”.
También es cierto, como dicen muchos autores que, si no hubieran sido los españoles, hubiera sido cualquier otro. Si eso hubiera sucedido, nada hubiera sido igual. Veamos: Sólo los españoles (y los portugueses es buena medida) se mezclaron con los indígenas. Conquistaron, evangelizaron y colonizaron durante 300 años, fundaron ciudades, crearon instituciones, entre ellas el Derecho, ampliaron el territorio en el norte a lugares inimaginables. Hoy nos encontramos que, además de los territorios perdidos en la guerra del 48-48 del siglo XIX, encontramos nombres españoles en Utha, en Washington o en Oregon; signos indelebles del paso de los evangelizadores.
Pero los misioneros, en su labor evangelizadora, no alcanzaron a cubrir todo un inmenso país que crecía delante de sus ojos, sobre todo en las partes más agrestes y difíciles de llegar del sur. Hubo regiones que no fueron evangelizadas.
La expulsión de los jesuitas en 1876 y luego la independencia abortó la evangelización en las zonas más abruptas y difíciles de la Nueva España. En el México independiente se rompió la unidad; la ambición y los prejuicios acabaron con una paz que había durado casi 300 años. Juárez, con su “Ley de Desamortización de Bienes de Manos Muertas”, impidió en buena medida que siguiera la evangelización la Iglesia Católica. Yo sé que esta es una afirmación muy atrevida, pero esto que digo explica en buena parte que todavía existan en varios pueblos indígenas en México, en el siglo XXI, los “usos y costumbres” que perpetúan el machismo, en su peor expresión, y todavía asistamos, impávidos, a la compra-venta de niñas, que realizan los adultos para unir a sus hijas, sin su consentimiento con los adultos compradores, para hacer de ellas sus esclavas sexuales y de trabajo forzado. De eso soy testigo cuando fui, como diputado federal, miembro de la COCOPA que pretendía conocer lo que pasaba en los altos de Chiapas, con el objeto de “ayudar en la pacificación” de la zona.
El día 12 de este mes, día de la Hispanidad, apareció en el periódico Reforma una noticia terrible e indignante, que sólo dio para dos días de seguimiento en ese periódico: el encarcelamiento, en Cochoapa, en la montaña de Guerrero, de toda una familia indígena, la abuela y cuatro nietas, una de quince años, que pretendió ser violada por el “suegro” que alegaba que la niña era de su propiedad, porque había sido vendida a su hijo (el cual había emigrado), pero él la había pagado. La policía comunitaria (usos y costumbres) mantuvo en la cárcel por diez días a la abuela, a la niña y a sus hermanitas menores, por el adeudo que, según el desalmado “suegro”, ascendía a la cantidad de 210 pesos. Si no hubiese sido por una asociación civil -de esas que abomina el presidente- aún estarían esas cuatro mujeres en la cárcel. Ah, por cierto, los grupos feministas que están a favor del aborto y contra el “patriarcado heterosexual y machista”, brillaron por su ausencia, como es su costumbre en estos casos.
En una pena que la civilidad aún no llegue a esos pueblos, olvidados por los gobiernos actuales, tanto locales como federal, porque no son fuente de votos, pero más grave aún es que no haya un esfuerzo misionero para llevar la Verdad a esos pueblos de Dios y liberarlos de una vez por todas.
“Os rogamos insistentemente en el Señor -señala el papa Alejandro VI a Fernando e Isabel, los Reyes Católicos- y afectuosamente os requerimos, por el sacro bautismo en que os obligasteis a los mandatos apostólicos… para que, decidiéndonos a proseguir por completo semejante emprendida empresa… queráis y debáis conducir los pueblos que viven en tales islas a recibir la profesión católica“. De esta manera la Iglesia, en la bula Inter caetera del 3 de mayo de 1493, estableció cuál era el fin por el que España debía conquistar América.
Conviene destacar que no solamente la Iglesia -como resulta lógico- fue evangelizadora en el Nuevo Mundo mediante la acción de sacerdotes diocesanos y regulares y de religiosos de diversas órdenes y congregaciones -entre las que se destacan los dominicos, los franciscanos, los mercedarios y los jesuitas- sino que, como afirma el hispanista francés Jean Dumont en El amanecer de los derechos del hombre, “la monarquía española, por lo que se refiere a América, estaba revestida de poderes apostólicos por delegación o vicaría definitiva otorgada por Roma. Por tanto, era responsable ante ella misma de la evangelización y del gobierno cristiano de los indios”.
Esta condición de monarquía católica evangelizadora de nuevas tierras se trata de algo singular en la Historia. Uno de los principales ámbitos en los que impactó esta misión cristianizadora fue el Derecho. Efectivamente, España inventó todo un ordenamiento jurídico conocido como Derecho Indiano mediante el cual desarrolló, a partir del Descubrimiento de América (12 de octubre de 1492), su obra a la vez evangelizadora y civilizatoria.
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