El control de nuestra vida puede estar manejado por inseguridad, preocupaciones y miedo.
La dinámica social que la realidad nos ofrece de manera constante gira en torno a dos dimensiones radicales y peligrosas que hemos comenzado por asumir y conformar de manera inadvertida: el control y el cálculo.
Todo en nuestra vida lo queremos medir y calcular desde nuestros parámetros, estableciendo como único criterio válido lo que el “yo” decide, piensa y hace. De repente pareciera que se comienzan a imponer máximas éticas en nuestra vida como: “¡yo soy la medida de todas las cosas!”, de todas mis relaciones, de todos mis ambientes, de todas mis decisiones. El espejismo de pensar que “todo”, absolutamente todo, depende de mí, donde el centro lo ocupa el “yo” es ¡la autorreferencia en su máxima expresión!
En este sentido, nos suele pasar que si no logramos ejercer, en el menor tiempo posible, el control y la medición constante de “ganancias” sobre nuestro dinero, nuestro tiempo, las distancias, nuestros compañeros de trabajo, nuestros empleados, nuestros hijos, nuestro cónyuge, nuestra relación de noviazgo, nuestra fe (medir y controlar a Dios en mi vida) etc., comenzamos a sentirnos inseguros y con ansiedad, pues terminamos conformándonos con esa realidad subjetiva, para convertimos en personas controladoras de los demás, calculadores con todo lo que tenemos y damos, en personas inseguras y desesperadas –sin esperanza–, centradas en el aquí y ahora –sin visión de futuro–.
Esta conducta tiene consecuencias éticas profundas en nuestras relaciones y en nuestro ethos –en nuestro entorno, en nuestras circunstancias, en nuestros valores, nuestras costumbres y nuestras convicciones–, especialmente con aquellas personas a las que decimos amar incondicionalmente. Entonces la fórmula de vida se establece así: entre más inseguro y ansioso soy: más control, cálculo y egoísmo despliego sobre los demás, incluidos a los que más amo ¡Qué paradójico!, siendo seres extraordinarios –dotados para las relaciones libres, seres con inteligencia, voluntad y capacidad de amar, con la gran posibilidad de hacer de este mundo un lugar mejor, más solidario y justo–, terminamos constantemente por reducirnos, confundirnos y deshumanizando a nuestra persona, nuestra familia y nuestra realidad.
Pero, ¿qué hacer? ¿Cómo romperle el ciclo a esta dinámica de control y de cálculo en nuestra vida? ¿Cómo salirse del círculo de la inseguridad, la ansiedad y la desesperación?
La respuesta está en el Amor. Allí está la clave. En la entrada libre y consciente a la lógica de la libertad, la apertura, la donación, la generosidad, los procesos, la paciencia, la donación constante y el futuro. La realidad de la familia, el dinero, el trabajo, el noviazgo, la Iglesia, la vida social y política, el gobierno, la ciencia, la cultura, la economía, la comunidad, serán transformadas únicamente desde el amor. Esto significa la búsqueda del bien de manera constante para adherirnos a él con determinación, donación y apertura, con libertad.
Porque sólo desde el amor se puede explicar por qué salimos a trabajar incansablemente todos los días para llevar el pan a los que amamos; por qué emprendemos arriesgándolo todo para generar empleos dignos para los demás; porque sólo desde el amor tiene sentido pagar tantas colegiaturas tantos años, aunque esto implique muchas veces quedarnos sin nada para darnos un gusto lícito; o quedarse en casa a trabajar muy duro para brindarles a la nuestra dignidad cuando limpiamos los cuartos, lavamos su ropa, les hacemos de comer, los atendemos en la enfermedad o acompañamos con paciencia en los procesos a cada uno de los integrantes de la familia, quedándonos en el anonimato, sin ser reconocidos; o cuando te quedas sin empleo y ves cómo los hermanos, suegros, padres, cuñados, amigos te extienden la mano para que no te falte lo necesario para los tuyos; o simplemente cuando estás esperando a un hijo a altas horas de la noche con la preocupación de que no le vaya a pasar nada; o cuando te enteras de la extraordinaria noticia de que estás esperando un bebé y te dicen que tiene un problema congénito o de salud y te encuentras de frente ante el misterio de la vida, y determinas pagarlo todo con la moneda más valiosa: entregarle tu vida para amarlo incondicionalmente, porque sabes que es un hijo que Dios te regala para que sea feliz, para que te entregues a él, lo recibas con el corazón abierto y te encuentres dentro del gran misterio de ser papa o mamá.
¡Esto es amor!, esto es sacarle ganancias a la vida, esto es dar sin contar, sin calcular, sin sacar las cuentas de todo lo que hemos dado a los demás, sin reproche, sin miedos, sin angustias. Esto es descolocarse de la autorreferencialidad para ubicarse en ese “salir de sí” (que significa trascender) para entregarse a los demás. Frente al misterio el hombre deja de tener el control. Le toca dar saltos de fe, de amor, servicio de entrega. Pierde la seguridad de “cómo y cuánto” se la va a retribuir.
Cuántos de nosotros nos caemos en el “yo ya he dado mucho” y no he recibido lo que esperaba. Así, nos toca, todavía más, envolvernos en el misterio del amor. Déjate impregnar por el misterio del amor que nos llama a tomar parte (participar) en la vida y servir. Porque sólo desde la óptica del amor entendemos la vida y reconocemos todas las cosas buenas que nos rodean, que desde la “visión del conteo” no alcanzaremos a percibir. Entonces, amigos y amigas míos, les propongo que la fórmula quede así: “a mucho Amor, pocas cuentas. Pero a poco Amor, muchas cuentas”. Tú decides. La vida es un regalo, o la donas sin cobrar o la cobras con intereses.
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