El semáforo en rojo parece no tener importancia para nadie, porque las giras del presidente siguen, ¿qué va a suceder si se hace necesario y urgente, volver a cerrar los negocios?
Elocuencia
Si hay algo que este escribano le admira al presidente López es su elocuencia para encantar a sus seguidores. De verdad, según destacan mis bellísimas lectoras y amables lectores, la voz del mandatario obnubila mentes, derrite argumentos, enerva pasiones y lleva a su gente al paroxismo.
Él y sus estrategas, son verdaderos magos para la invención de conceptos, la extrapunitividad (así le llamó el doctor Basave Fernández del Valle) al arte de siempre echarle la culpa a otros del fracaso propio. Su retórica envuelve y embriaga a su feligresía, por eso no admite posiciones ni razonamientos en contra, léase CONAPRED, su extitular y los “ex” que se han atrevido a contrariar la voluntad suprema y por lo mismo, engrosaron la fila del holocausto moreno.
Así surgen las tesis macuspanas: Ya se acabó la pandemia, el mundo escuchó su ruego y bajaron las gasolinas; el vejestorio del Chu-chu Maya recibió la absolución; la economía en la lona; las familias de los enfermos esperando lo que “algún día llegará”; siete de cada 10 microempresas que no abrirán de nuevo porque se les acabaron los seis mil pesitos; o el hazmerreír internacional que México hace comprándole carbón a un legislador, mientras la hija de una secretaria de estado se gradúa en energías limpias.
Hoy, la frase del día es “la nueva normalidad” que le cayó como anillo al dedo.
El breve espacio donde él no está
Una nota interesantísima del periodista David Martínez en Reporte Índigo (https://www.reporteindigo.com/reporte/compleja-nueva-normalidad-para-comercios-crisis-pandemia-cdmx-riesgos/) facilita el recuento del breve espacio donde no se ve ni se oye en Palacio Nacional, paradoja al calce, porque como los pobres son primero, su ardoroso defensor vive en un Palacio.
Gracias a la voluntad suprema, en varias ciudades se reabrieron los espacios, con y sin normas de sanidad. No importan porque ni él las respeta, menos la gente que cree en su inmunología moral. Así, la mal llamada “nueva normalidad”, opera ya con un ingustable éxito: casi 18 mil muertos y un número indeterminado de contagiados que no se ven.
Miles de personas regresaron a trabajar, con dos problemas: la crisis económica disminuye el consumo; porque también, mucha gente se ha quedado sin empleo, sin empleados y sin negocio. Se complica el pago a proveedores, falta variedad en la mercancía… y así nos vamos.
El discrecional criterio de las “actividades esenciales y no esenciales” puso en jaque a las 4.1. millones de pequeñas y microempresas, que son –refiere la nota en comento– el 41.8 por ciento del total de empleos. De todas formas, el pico de contagios va al alza aunque el jinete López Gatell diga que ya se domó la pandemia.
Pregunta obligada
¿A quién le echará la culpa el presidente y su rockstar, si surge un rebrote con un virus que ya mutó y un sistema de salud pública que carece de los indispensable para afrontarlo?
El semáforo en rojo parece no tener importancia para nadie, porque las giras del presidente siguen, ¿qué va a suceder si se hace necesario y urgente, volver a cerrar los negocios?
El comercio ambulante toma forma como una bomba de tiempo, como una moneda en el aire cuando se habla de nuevos contagios, porque ahí ese tema de “la sana distancia” es totalmente desconocido.
La cifra es elocuente, dice Reporte Índigo: el 67 por ciento de la población que está ocupada –de 4 millones 275 mil 110 trabajadores–, se encuentra en la informalidad y es clasificado como aquellos que nos perciben un salario.
¿Para qué esperar que el semáforo se pinte de naranja, si en este país, se puede hacer cualquier cosa, con protocolos y sin ellos?
Para este escribano, la nueva normalidad se encamina a una nueva atrocidad. No es pesimismo ni contenidos catastrofistas. Es que todo este escenario es parte de la nueva realidad. Al tiempo.
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