AMLO se brinca todas las recomendaciones de la OMS; de su invisible secretario de salud; las del obsequioso subsecretario López Gatell y de todas las que se consideran razonables.
Duda existencial
De la cuasi invisible, opaca y prácticamente desapercibida intervención en el G-20, a las declaraciones y posicionamientos de los siguientes días, no hay mucha diferencia. La duda continua: ¿De verdad está pasando “eso” en el país?
Primero, se brinca todas las recomendaciones de la OMS; de su invisible secretario de Salud; las del obsequioso subsecretario López Gatell y de todas las que se consideran razonables. No es solo su negativa al gel o a dejar de mordisquear niños o besar y apapachar viejitas –que, por cierto, son del grupo más vulnerable– es retar, desafiar y romper lo establecido; no en el afán del aventurero anarquista iconoclasta, sino en el rol del magnificente Narciso que se retuerce frente a algo que percibe como opresor. Es la irremediable arrogancia del rompedor de esquemas y normas.
Como bien señala el maestro Antonio Maza: Si la amenaza de una grave situación sanitaria o de una dura situación económica, o ambas, no logra unirnos, no sé qué lo logrará. No necesitamos encontrar culpas. Necesitamos encontrar soluciones y tener la confianza necesaria de unos con otros, para llevarlas a cabo. (https://www.signis.mx/sociedad/3372-confianza-y-coronavirus)
Sin embargo, quien está a cargo del timón, no escucha ni quiere escuchar. Cuando habla, se eleva en franco éxtasis de taumaturgo. Por eso obsequia a sus floreros más cercanos, aplaudidores y audiencia reporteril, respuestas de 45 minutos, donde desgrana su facilidad para conectar el pasado que jamás abandonará porque quiere ajustar y adaptar el presente a aquellos momentos épicos que él rememora.
El quid
Como destaca Pablo Iriart: En los noticieros de distintas partes del mundo México es visto como desde hace años habíamos dejado de ser: un objeto de curiosidad. Risas (…) Eso lo provoca un médico que ha politizado la epidemia y un presidente que sigue peleando contra ‘conservadores’, cuando es momento de unidad para defendernos de ‘un extraño enemigo’ llamado coronavirus, con prudente temor, pero sin histeria. (El orgullo herido 20/03/2020)
También es irremediable el costo económico de una pandemia que no nos va a hacer nada, de acuerdo con las primeras declaraciones presidenciales y las de un trasnochado gobernador poblano.
Mientras que la Barra Mexicana de Abogados, pide, ruega y suplica a la Corte y a la Cámara de los Diputados, que intervenga con eficacia, los aplaudidores insisten en que su amado líder tiene 98 por ciento del amor y la entrega del pueblo bueno y sabio, aun cuando no presentan un solo dato, tal y como se acostumbra en la liturgia de la 4T. Por eso, el mandatario pide “no exagerar” Se trata de no alarmar a la gente como insistió en su gira multitudinaria por Oaxaca.
Gazapos
Seguro por algún gazapo traicionero, el presidente recomendó beber “Pinol”, el producto de limpieza. Para estas fechas, es bien sabido y reconocido el diagnóstico de Juan Ignacio Zavala: “El presidente López Obrador vive en un mundo paralelo al de sus gobernados. Así lo ha decidido. Piensa que su palabra puede crear realidades, que su palabra se transforma en acciones y beneficios inmediatos”.
Lógica avasalladora
A Juan Ignacio le asiste toda la razón. A pesar de que el presidente López empieza a dar marcha atrás, parece inexistente el mortal que sea capaz de llevarlo a la reflexión y sensatez. El Ejecutivo acaba de señalar: “SI NO NOS CUIDAMOS, SE NOS VAN A SATURAR LOS HOSPITALES”, como lo destaca la entrega de la periodista Noemí Gutiérrez de Reporte Índigo.
La línea de pensamiento es interesante para el análisis en dos vertientes: La primera, ubicada en la “tecnología de lo obvio”, porque si hay muchos enfermos y contagiados, seguramente se saturan los hospitales como ya se ha visto en otros países. Desde luego, a menor cantidad de enfermos, mayores espacios en los nosocomios. Verdad de Perogrullo, ¿no?
Y en un segundo nivel, dice la reportera: El presidente mostró una gráfica para explicar a la gente que, si no se quedan en casa, la curva de contagios será demasiado alta para atenderla en los hospitales.
El planteamiento presidencial les recuerda a mis adorables lectoras aquella anécdota que relata: “No puedo vender todas mis naranjas, porque si se las vendo todas, no tengo qué vender mañana”.
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