En su obra literaria Solzhenitsyn no hizo sino describir la verdad sobre la situación de la sociedad rusa, en lo político, económico y social, bajo un gobierno marxista-leninista. Por esta razón, Rusia condenó al escritor disidente al exilio.
Este año se cumple el 50 aniversario en que el escritor ruso, Alexandr Solzhnitsyn (1918-2008), fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. En un artículo anterior he relatado cómo fue perseguido y encarcelado en Siberia por las autoridades rusas, entonces, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) por sus comentarios críticos hacia el dictador José Stalin.
Sus obras más célebres son: Un día en la vida de Iván Denísovich, Pabellón de cáncer, El primer círculo, Agosto de 1914, La casa de Matriona, y Archipiélago Gulag. En este último detalla –con datos precisos– la amplia red de campos de concentración que la URSS tenía a lo largo y lo ancho de su territorio.
En toda su obra literaria no hizo sino describir la verdad sobre la situación de la sociedad rusa, en lo político, económico y social, bajo un gobierno marxista-leninista. Por esta razón, Rusia condenó al escritor disidente al exilio.
Pero pocas personas están suficientemente enteradas que también en los países occidentales fue bastante incomprendido. Estados Unidos, Inglaterra, Francia y otras naciones esperaban que fueran permanentes sus críticas hacia el gobierno ruso y “utilizarlo” como una especie de bandera anticomunista.
En efecto, en un principio narró los horrores y aberraciones que acontecían en su país natal. Posteriormente, comenzó a dar conferencias en diversos ámbitos analizando la crisis de los países desarrollados en Occidente, muchas veces ausente de valores y con una marcada orientación hacia el materialismo hedonista.
En su memorable discurso en la Universidad de Harvard (8-06-78) afirmó que los Estados Unidos había llegado a un Estado de Bienestar en el que los ciudadanos tenían tal cantidad de bienes materiales que se había generado un consumismo compulsivo y de irracional derroche.
Todos esos excesos de dinero, posesión de bienes materiales, el culto al tiempo libre, la ilimitada libertad en los placeres, estaban mostrando su máscara perniciosa, particularmente en los jóvenes.
Que se había perdido la distinción entre el bien y el mal; ya no se buscaba lo que es verdadero ni cuál es el fin de la existencia humana. Muchos parecían decir con sus conductas: “Lo que es legal, es lo correcto”. Es decir, se había caído en una estructura meramente legalista, o como se dice en nuestro tiempo, acepto “lo políticamente correcto”, lo que hoy y ahora me conviene, independientemente de que sea justo, honrado o no.
También comentó este escritor que observaba un abuso de la libertad que se había convertido en libertinaje y en decadencia en los valores, que se manifestaba en “violencia moral contra los jóvenes bajo la forma de películas repletas de pornografía, crimen y horror”.
Coincidió con el reconocido psiquiatra vienés, Dr. Víktor Frankl en que afirmaban que: “Occidente debe de defender no tanto los derechos humanos sino las obligaciones humanas”.
Es innegable la presencia del mal en los países occidentales. Comentaba que es asombroso el número de crímenes, asaltos, secuestros, robos, fraudes y demás actos ilícitos. Esta problemática está más acentuada en Occidente que en Rusia.
En este sentido reconoció: “Es cierto que hay multitud de prisioneros en nuestros campos de concentración (Gulags) acusados de ser criminales, pero la mayoría de ellos jamás cometió crimen alguno. Simplemente trataron de defenderse de un Estado ilegal que recurría al terror fuera del marco jurídico”.
También tuvo la valentía de afirmar que la vida de las naciones desarrolladas occidentales no eran un modelo para Rusia por sus existencias vacías, superficiales, sin sentido y en la que reinaba el capitalismo salvaje.
Que lo que proponía era formar ciudadanos con carácter firme y convicciones bien determinadas; con ideales trascendentes, más profundos.
En otra ocasión, durante una entrevista, comentó que la publicidad le parecía desagradable y sumamente banal. Decía que no comprendía que, en la radio y en la televisión, dedicaran tanto tiempo en anuncios sobre jabones, pastas de dientes, desodorantes, lociones, tintes para el cabello, etc. cuando en tantas partes del planeta necesitaban de una urgente ayuda social y asistencial; de personas que se estaban muriendo por falta de medicinas o alimentos, o bien, en promover programas que subieran el nivel cultural de la población.
Después de transmitir estos mensajes, tan claros y directos, en muchas naciones, foros universitarios, sindicatos de trabajadores; entre políticos y en los medios intelectuales, Solzhenitsyn fue duramente boicoteado y no se le quiso invitar a más participaciones ni a entrevistas.
La razón era sencilla: estaba criticando la esencia del capitalismo y sus funestas consecuencias. Por otra parte, Estados Unidos, y su entonces Secretario de Estado, Henry Kissinger, deseaban tener un mayor acercamiento con China y Rusia y este escritor disidente estaba estropeando sus planes diplomáticos.
Así que el Premio Nobel se recluyó, con su esposa, en una casa campirana en el estado de Vermont. Años después regresó a Rusia y, posteriormente, el presidente Vladimir Putin le rindió un homenaje nacional destacando su valentía en denunciar las atrocidades cometidas por el gobierno comunista de la URSS.
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