Tener a Dios presente en nuestras vidas le da un significado, pues en una vida lejos de él; se desconoce el bien del mal.
El papa emérito, Benedicto XVI, con la expresa autorización del papa Francisco, acaba de publicar un revelador documento, titulado: “La Iglesia y el escándalo del abuso sexual”. En el que aporta valiosos consejos y sugerencias para resolver esta dolorosa situación por la Iglesia está atravesando desde hace algunos años. Una de sus conclusiones es que la verdadera solución se encuentra en volver al amor Dios.
Considero que este importante documento de Benedicto XVI hay que leerlo con calma, sopesando cada una de sus frases, porque vierte muchos conceptos luminosos y brinda bastantes pistas para comprender mejor esta compleja problemática. Todo ello es resultado de su amplia experiencia pastoral, lo mismo que de sus análisis e investigaciones como un brillante teólogo de nuestra época.
Parte desde la revolución sexual de los años sesenta hasta lo que está ocurriendo actualmente en ciertos ambientes de la Iglesia. Todo este cambio radical del pensamiento y del sistema de valores, condujo a algunas personas a introducirse dentro de una mentalidad hedonista, manifestada en una afanosa y desbocada búsqueda “del placer por el placer mismo”.
El papa emérito realiza un espléndido diagnóstico en que resume el fenómeno de este convulsionado tiempo, cuando escribe: “Un mundo sin Dios solo puede ser un mundo sin significado. (…) En cualquier caso, no tiene propósito espiritual. De algún modo está simplemente allí y no tiene objetivo ni sentido. Entonces no hay estándares del bien ni del mal. La verdad no cuenta, en realidad no existe”.
Pero uno de los conceptos que más me impactaron es su afirmación de que detrás de todos los desórdenes sexuales dentro de la Iglesia Católica, en el trasfondo subyace una profunda crisis de fe. Porque hay teólogos que ya no creen en el mensaje de Jesucristo. Y comenta que en el Posconcilio se quiso crear una “nueva iglesia”, algunos teólogos y clérigos realizaron el experimento, pero fracasaron.
Ante esa confusión doctrinal, el papa Juan Pablo II, con ayuda del cardenal Ratzinger y un equipo de expertos, elaboraron el Catecismo de la Iglesia Católica. Sin embargo, hubo quienes se opusieron a aceptar las verdades objetivas, universales y perennes, sobre todo en materia de moralidad.
Debido a ello, se publicó la encíclica Veritatis Splendor (El esplendor de la verdad) en la que se aclara –entre otros temas– que es equivocado pensar que la moral es relativa; meramente circunstancial, pasajera y efímera; en la que todas las conductas del actuar humano son concebidas dentro de una visión laxa y opinable (subjetivismo).
Como algunos teólogos no obedecieron ni fueron dóciles a este trascendental documento papal vino todo este estado de caos y anarquía, particularmente en materia de sexualidad. Y en su confusión, siguieron las teorías psiquiátricas de Sigmund Freud (Pansexualismo), Erich Fromm, Alfred. Adler, Wilhelm Reich, Carl Gustav Jung, y todo ello, mezclado con las doctrinas de Karl Marx, Friedrich Engels, del filósofo Herbert Marcuse (quien propone conjuntar las teorías de Freud con las de Marx), etc. El resultado fue esa combinación explosiva y devastadora que observamos en nuestros días.
Gracias a Dios, todo lo descrito no es una situación generalizada dentro de la Iglesia, sino que se reduce a puntos muy focalizados. En otras palabras, todo lo expuesto no nos debe llevar a una actitud pesimista y desesperanzada. En primer lugar, porque la Iglesia es Jesucristo presente entre los cristianos, el Cuerpo de Cristo, el Pueblo de Dios y Sacramento universal de Salvación y, además, durará por siempre. En segundo lugar, porque continuamente se está renovando y surgen en los cinco continentes numerosas vocaciones para la vida sacerdotal, religiosa, misionera y laical. Son miles de personas las que se convierten, encuentran a la Persona de Cristo y son bautizados. Se palpa a diario cómo la gracia de Dios fluye abundantemente y, a lo largo de su historia, la Iglesia ha superado todas sus crisis por muy acentuadas que hayan sido.
Una última reflexión. Es admirable que este papa emérito continúa velando por el bien de la Iglesia. Sigue siendo fiel y congruente a sus principios: ahondar en la verdad, con energía y determinación, aunque en ciertos sectores no sean bien recibidos sus documentos y despierten ciertas críticas. Pero, sin duda, estamos ante un papa emérito santo, valiente y sabio.
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