Para algunos ciudadanos la Semana Santa se reduce simplemente a un tiempo de descanso, incluso hay quienes la denominan “vacaciones de primavera” con la finalidad de erradicar cualquier asomo de cristianismo.
¿Cuál es el significado profundo de este tiempo en que tradicionalmente se le ha denominado también como “la Semana Mayor” o “los Días Santos”?
La Semana Santa se centra en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Dicen los papas Francisco y el emérito, Benedicto XVI, que algunos desearían “un cristianismo sin cruz” o “un cristianismo a la carta”, similar a como ocurre en un restaurante, en que el comensal que está leyendo los platillos que se ofrecen, se decide por uno o dos. Así podría suceder con los Diez Mandamientos y que alguno comentara: “Bueno, esto de amar a Dios (Primer Mandamiento) me parece bien, muy bonito; pero estos que dicen: “No robarás”, “No desearás a la mujer de tu prójimo”, “No mentirás”, o “No cometerás actos impuros” –es decir, serios desórdenes en materia de sexualidad–, como que ya no me gustan o no me convencen…”
La actitud más dolorosa y dramática de los hombres de nuestro tiempo, es que han perdido la noción de “pecado”. Tanto si constituye una ofensa grave (pecado mortal) o una falta leve (pecado venial). En cualquier caso, lo que se recomienda en estos días, es aprovechar para acudir al sacramento de la Reconciliación y hacer una buena confesión para recibir las gracias necesarias que nos convierten de nuevo en amigos de Dios.
El Jueves Santo Jesús se reunió con sus Apóstoles para celebrar la “Última Cena”, que tuvo una enorme importancia porque constituyó la Primera Misa donde el Salvador se entregó a la humanidad ofreciendo el pan y el vino con estas inolvidables palabras: “Tomen y coman todos de Él, porque esto es mi Cuerpo…”. Y luego con el cáliz en sus manos, dijo: “Tomen y beban todos de Él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, (…) que será derramada por ustedes y muchos hombres para el perdón de los pecados”. En ese momento, aquel trozo de pan y aquella porción de vino se convirtieron en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. En esa solemne ocasión llamó a sus Apóstoles “amigos” y externó su gran afecto por cada uno de ellos, que en ese momento representaban a la humanidad entera.
Al día siguiente, Viernes Santo, sufrió todo tipo de insultos, malos tratos, burlas, fue condenado a la muerte más dolorosa e ignominiosa: cargar una cruz y ser clavado en ella a la vista de todo el pueblo como se acostumbraba castigar a los peores malhechores en esa época. Muchos teólogos afirman que hubiese bastado con que Jesús realizara algún acto de penitencia para consumarse la Redención del género humano. Pero Él quiso mostrar el inmenso e infinito amor que nos tiene a cada uno de nosotros derramando hasta la última gota de su Sangre, como escribió San Pablo: “(Dios) me amó y se entregó (hasta la muerte) por mí” (Gálatas 2,20).
El Domingo de Pascua Jesús venció a la muerte mediante su Resurrección gloriosa. Se había consumado entonces la obra de la Redención. Ya nos podríamos llamar “hijos queridísmos de Dios”.
Por ello, se recomienda también aprovechar estos días para meditar reposadamente los Santos Evangelios que abordan dichos pasajes. De la misma manera, rezar el tradicional del Vía Crucis que contempla –paso a paso– el camino de la Cruz. Es tiempo, pues, de oración y de pequeñas privaciones voluntarias (penitencia) como correspondencia a tanto Amor que recibimos.
Sin duda, ha sido el hecho más trascendental que ha ocurrido desde que existen personas sobre la faz de la tierra. ¿Por qué? Porque como se lee en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis (XXI, 4-7) en el que habla Jesucristo y afirma: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. (…) El que venciere poseerá todas estas cosas (el Reino Celestial), y yo seré su Dios y él será mi hijo”.
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