La alegría se abre y expande en una persona que se entrega generosamente a los demás. Tiene la característica de convertir ese gozo de su existencia, en una actitud permanente y estable que se contagia a sus semejantes.
Al iniciar un nuevo año, se impone analizar con qué bríos comenzamos este 2019. Decía el célebre poeta de Castilla, Antonio Machado, en su poema “Cantares”: “Caminante no hay camino/ se hace camino al andar”. Por ello, considero que es importante visualizar con qué garbo y señorío estamos dispuestos a recorrer esta nueva etapa de nuestra vida.
Admiro a esas personas que llegan al ocaso de sus vidas con una sonrisa y siempre animosas. Una de las constantes que les observo es que manifiestan ilusión por vivir, con salud mental y buen humor ante los achaques propios de su edad. Y, habitualmente, son quienes a lo largo de su existencia han cultivado la alegría, el optimismo y el buen humor.
Sin duda, constituyen virtudes que dan plenitud en la conformación de la personalidad madura y hacen más amable la vida dentro de la familia; a la vez que resultan bastante formativas en los hijos porque todos los hombres y mujeres hemos nacido para ser felices.
Recuerdo que una conocida revista, incluía una sección fija de mucho éxito. Se titulaba: “La Risa, remedio infalible” y se solían publicar una selección de chistes y divertidas anécdotas. Así que numerosos lectores –cuando compraban esta revista– comentaban que se iban directamente a leer esa sección tan entretenida.
Y es que todos necesitamos de la alegría ya que es como el oxígeno vital que reanima nuestro estado de ánimo, aligera nuestras dolencias y nos hace ser más optimistas.
De la proclividad a la alegría surgen un elenco de virtudes, como son: la esperanza con sentido realista; la ilusión por el trabajo diario; la seguridad para enfrentar con serenidad los problemas cotidianos y sin dramatizar; el aprender a conocernos tal y como somos, con nuestros defectos y virtudes; el buen humor y el espíritu deportivo; y, sobre todo, la paz y estabilidad de ánimo.
Una idea que hay que tomar en cuenta es que cualquier bien puede ser fuente de alegría y es importante enseñar a los hijos a ser felices. Para ello es preciso fomentarla, promoverla, incorporarla a nuestra personalidad y de todos en la familia.
¿Cuál son las actitudes necesarias para aprender a ser felices?
1. Saber disfrutar de las cosas sencillas y cotidianas. Todos conocemos a personas que tienen la tendencia a mirar “con lentes entusiastas y alegres” lo que de amable tiene la vida y nos enseñan el arte del buen vivir.
2. Mostrar un sentido optimista ante las personas y los acontecimientos. Tener la capacidad de descubrir lo positivo, en mayor medida que lo negativo.
Tanto en el trabajo como en el hogar, resultan muy constructivas las siguientes actitudes: a) Valorar el trabajo de los demás: b) Reconocer el esfuerzo y sus logros obtenidos; c) Estimular, reconociendo el trabajo o el estudio bien hechos; d) Animar a los demás para que edifiquen una imagen real y positiva de sí mismos y refuercen su autoestima, eficacia y seguridad.
3. Sonreír es una manera de educar en positivo. Cuando se corrige a un hijo o a un subordinado de buen modo, de forma amable y constructiva, ¡cuánto ayuda a que los demás busquen superarse alegremente y con espíritu deportivo!
En conclusión, la alegría no está vinculada al tiempo ni a las circunstancias. Se puede ser joven o una persona mayor y vivir siempre alegres; se puede estar enfermo y llevar los padecimientos paciente y serenamente, o bien, tener un problema económico y no perder la esperanza de que esa situación mejorará. La alegría se abre y expande en una persona que se entrega generosamente a los demás. Tiene la característica de convertir ese gozo de su existencia, en una actitud permanente y estable y que –como consecuencia lógica– se termina siendo inmensamente feliz y haciendo felices a los demás, tanto en la familia como en el quehacer profesional y con las amistades.
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