Miles de matrimonios mexicanos pueden dar un testimonio de su vida en pareja con tal naturalidad y normalidad que “nunca serán noticia”, pero que influyen eficazmente en el entorno social.
Recuerdo la letra de una canción de un grupo de música moderna, “Los Apson”, que decía: “Cuando apenas era un jovencito / mi mamá me decía / mira, hijito, si un amor, tratas de encontrar / no la busques, hijo, muy bonita / porque al paso del tiempo se le quita: / busca amor, nada más que amor”.
Esto viene a colación por el 14 de febrero, “Día del Amor y la Amistad”. Me gusta conversar con esposos mayores que ya son abuelos o bisabuelos porque son “como libros abiertos de sabiduría”. En esos encuentros me suelen mostrar, por ejemplo, sus fotografías desde cuando eran novios, luego se casaron, de cuando fueron naciendo sus hijos y así más fotos de su álbum familiar, y finalmente, los festejos de cuando cumplieron 50 años de matrimonio o más.
Observo su alegría y regocijo con unos relatos en los que abundan simpáticas anécdotas. Desde el momento en que contrajeron nupcias y como el esposo acababa de concluir su carrera universitaria, ganaba un discreto sueldo. Así que, los cónyuges se fueron a vivir a un pequeño departamento en un modesto condominio. Por supuesto, de renta.
Tenían sólo un cochecito viejo y destartalado. Ella se las ingeniaba para hacer rendir la quincena y también tenía un pequeño trabajo. Entre los dos se esforzaban para buscar un mayor ingreso económico para el hogar.
Los alimentos en las comidas solían ser sencillos, pero con buen gusto y sazón. También eso era una demostración práctica de amor, en la que participaba el esposo para poner la mesa o lavar y volver a colocar la vajilla en su lugar.
Luego, tuvieron su primer hijo. Por falta de medios, ella no podía ir a comprar en la tienda maternal todas las ropitas del bebé, sino que tejió lo que el pequeño iba a necesitar. Y todo con naturalidad, nadie se sentía “víctima”, sino que era ocasión de gratos recuerdos.
A base del trabajo constante y esmerado del marido y de la mamá, los ingresos en la familia fueron aumentando. Se cambiaron a un mejor departamento. Y continuó creciendo el número de hijos.
De cada hijo se guardaban imborrables recuerdos: desde cuando nacieron; sus años de infancia; cuando comenzaron a asistir al kínder o a la primaria.
Por supuesto, eran causa de bromas y buen humor las peculiaridades de cada uno, su carácter, sus ocurrencias, las travesuras infantiles. Y con orgullo relataban cuando la niña o el niño obtenían un buen promedio académico; o habían ganado en un concurso de canto, baile, futbol, o poesía. Después venían las fotografías de la Preparatoria y las de las diversas Carreras Universitarias que libremente habían elegido. “Lo importante es que hayan logrado ser personas de bien”, decía feliz el abuelo.
La abuela, a continuación, mostraba con orgullo los recuerdos las bodas de cada hijo. Ella comentaba: “Mira qué “percha” tiene mi hijo mayor”, o bien, “¡Qué guapas son todas mis hijas!”.
Les comentaba:
-“Este hijo se parece más a usted, señora”.
– Bueno –añadía– pero si lo conocieras y lo vieras actuar, hablar, sus gestos y hasta cómo camina, es la viva imagen de su padre.
Y la menor de sus hijas, ¿Qué carrera estudió? –pregunté–.
– Ingeniería Química, como su padre. Es muy inteligente y actualmente estudia la Maestría.
Intervenía el abuelo:
– En realidad, tenemos la fortuna que todos nuestros hijos son dedicados y les ha ido bien profesionalmente.
– Además ya tenemos 8 nietos y son nuestra alegría. Cuando vienen, la casa se llena de risas, gritos y algarabía, como cuando mis cinco hijos estaban pequeños –comenta ella con gusto y una amplia sonrisa–.
Él concluye:
-Somos muy felices en nuestro matrimonio. ¡Valieron la pena tantas privaciones y sacrificios por los hijos y todas estas anécdotas que ahora “nos saben a gloria”! Mi esposa y yo siempre hemos caminado en el trayecto de la vida buscando tener los mismos ideales y sueños. Desde luego, no han faltado los roces y fricciones, como en toda familia. Pero con comprensión, el saber disculpar, con cariño, todo se supera.
Ella también añade:
-A veces, me gustaría volver a empezar. ¡Fue tan hermosa cada etapa de nuestro matrimonio! Cuando me lo preguntan, no pierdo oportunidad de contar nuestra historia de amor, que no tiene nada de extraordinaria, pero sí es un testimonio de vida.
Después de la reunión, me quedé pensando en cuántos matrimonios mexicanos pueden dar un testimonio similar, pero lo llevan con tal naturalidad y normalidad que –como se dice– “nunca serán noticia”, pero que influyen eficazmente en su entorno social.
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