Círculos cuadrados

Quienes pretenden igualar cosas que son diferentes, como el caso de las uniones homosexuales y el matrimonio, lo que hacen en el fondo es dañar la armonía social, el progreso y la sana convivencia humana.



Es imposible imaginar un círculo cuadrado. Es igual de imposible imaginar que si sumamos dos más dos obtendremos cinco. Cada cosa es cada cosa, como dice el refrán. Un círculo es eso: un círculo, y un cuadrado es un cuadrado. Dos más dos nunca pueden sumar cinco. El dos únicamente puede sumar cinco cuando se le añade un tres. Dos doses juntos no tienen la capacidad de darnos un cinco.

Imaginemos ahora que a un rey se le ocurriera decir: “Ya sé que dos más dos son cuatro, pero en este momento decreto que en mi reino, a partir de hoy, dos más dos también son cinco”. ¿Se puede usted imaginar, querido lector, lo que sucedería si un monarca o un presidente o una cámara de diputados realmente dijera eso? Lo primero que sucedería es que los ciudadanos de ese país ya no podrían hacer sumas ni restas ni multiplicaciones ni divisiones, porque no sabrían cuándo dos más dos son cuatro y cuándo son cinco. Habría pleitos y zafarranchos entre comerciantes y compradores porque la imposibilidad de hacer cuentas se prestaría a hacer chanchullos de todo tipo. Además, si dos más dos son cinco, también pueden ser seis, o siete, u ocho. Pues todo dependería del capricho del soberano ¿o no? Y ya nos podemos imaginar lo que sucedería si el gobernante decidiera también que el círculo es cuadrado. Los carpinteros y arquitectos no podrían saber si sus edificios y muebles son redondos o tienen cuatro ángulos rectos. ¿Cómo medir superficies y calcular tamaños? Sería imposible construir edificios o manufacturar muebles. Además, si se decide que un círculo también es cuadrado, igualmente será factible decidir que lo redondo también es triangular u ovoide; o un paralelepípido; o algo sin forma. Es fácil imaginar el caos, el desorden, el jaleo, el galimatías, y las pendencias que surgirían entre los súbditos de tal monarca si eso sucediera. Porque entonces sería posible decidir que los caballos también son vacas, los perros también son gatos, y cualquier otra cosa que nos antoje ¿o no? Incluso podríamos pensar que robar es bueno, que asesinar al vecino o al hijo que está por nacer es un acto meritorio, que hacer trampa en el comercio es algo que merece un premio, que la esposa del vecino también es mi esposa. Y cuántas cosas más. En resumen: sería imposible la convivencia humana.

Eso es lo que sucede cuando el ser humano, o al menos sus autoridades, se creen con la facultad de decidir que dos cosas que son distintas, y que consecuentemente deben ser tratadas distintamente, sean iguales. O sea, cuando esas autoridades se creen con derecho a cambiar la naturaleza de las cosas, a decidir qué es bueno y qué es malo uno solamente puede esperar el desorden y la indefinición social. Un ejemplo de ello es cuando los legisladores quieren decidir que es lo mismo el matrimonio –formado por la unión de un varón y una mujer que quieren amarse complementándose mutuamente y engendrar hijos– que la unión de dos varones o dos mujeres, cuya complementación afectiva y sexual jamás podrá engendrar descendencia. Nuestros hijos ya no sabrán distinguir entre una cosa y otra; no tendrán jamás certeza de si ellos mismos son mujeres o varones. Y tendrán miedo de ir a la cárcel si llaman “varón” a un varón que goza del “derecho”, obtenido de los diputados y senadores, a decir que es mujer y a recibir trato de mujer. Y los padres de familia tendrán que esconderse de la policía si quieren enseñar a sus hijos que los varones son distintos de la mujeres, que un matrimonio no es lo mismo que la unión de dos hombres o dos mujeres, y que los círculos no pueden ser cuadrados, ni que la suma de dos más dos no pude dar cinco.

Lamentablemente, todo lo anterior no es ficción ni fantasía literaria. Es lo que está pasando en nuestra sociedad en este mismo momento. En esas circunstancias, ¿qué le toca hacer al católico? Él sabe que Dios desea la armonía social, el progreso y la sana convivencia humana cuando éstos están fundados en el respeto a la verdad, a la naturaleza de cada cosa. La defensa de la verdad es algo peculiarmente católico.

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