Es admirable cómo tantas mujeres de todo el país, con la frente en alto, se han puesto a trabajar en serio para apoyar a sus maridos.
Ante la actual crisis económica por la que está atravesando nuestro país, muchas personas han perdido sus empleos y además se ha encarecido la vida de un modo notable.
Me resulta bastante ejemplar lo que diariamente observo por las calles de la Ciudad de México: matrimonios jóvenes que venden alimentos en la parte trasera de sus automóviles.
En los lugares de mayor afluencia de personas, desde muy temprana hora, se ponen a trabajar ofreciendo a los transeúntes: tortas de jamón con queso, con papas, o con chilaquiles; las conocidas “guajolotas”, es decir, tortas con un tamal de elote adentro; tacos de chicharrón en salsa verde o roja, de guisado, de carne deshebrada, de frijol con huevo, acompañados de atole, de refrescos, etc.
Todos los alimentos que venden se ven limpios, hechos a conciencia como sólo una madre de familia los sabe preparar. Y así se pasan las horas hasta que se agotan todos sus productos.
En otros sitios, como esquinas de comercios, banquetas, parques, se pueden mirar a señoras vendiendo los famosos tacos de canasta todavía más baratos y, naturalmente, con mayor número de personas que acuden a consumir esos ricos alimentos. Colocan una gran sombrilla que cubre a la vendedora y a su canasta de posibles lluvias, el excesivo sol o polvo.
Es fácil adivinar que los respectivos esposos de estas mujeres están realizando trabajos sencillos en algún otro punto de la ciudad, como: cuidadores de coches, ayudan a estacionar carros en un estacionamiento público o de un supermercado. O bien, en los semáforos prestan diversos servicios tales como vender limpiadores de parabrisas, artículos para computadoras; otras veces son despachadores de gasolina, colaboran en un taller mecánico. De esta manera, marido y esposa apoyan mutuamente a la economía familiar y van saliendo adelante con los gastos del hogar.
He visto hasta jovencitas en bicicletas repartiendo alimentos en oficinas y domicilios. Otras esposas están trabajando en supermercados, a propósito de la gran demanda que están teniendo las compras online, y son ellas mismas las que distribuyen estas mercancías en domicilios particulares y empresas.
Lo mismo ocurre con las farmacias en las que se han triplicado las ventas por internet y se han organizado numerosas flotillas de motos con personas de todas las edades que recorren las colonias distribuyendo medicamentos.
No hace mucho tiempo, cuando estaba más dura la pandemia y los médicos aconsejaban no acudir a las farmacias por ser fuente de contagios, solicité algunos medicamentos en una conocida farmacia.
Una hora después, sonó el timbre de mi casa, acudí a la puerta para atender a la persona que llamaba y, para mi sorpresa, era una jovencita con su moto estacionada detrás y perfectamente vestida con el uniforme de la farmacia y su casco protector debajo de su brazo.
Me dijo, sonriendo, que se llamaba Lupita y la felicité por su sentido profesional y le comenté que seguramente le debió de haber costado esfuerzo conseguir ese empleo. Y me respondió:
-Es la necesidad, patrón. Tengo a mi padre sin trabajo y a mi madre enferma, por eso es que me lancé a conseguir un empleo cuanto antes.
Se le veía contenta y satisfecha de ser un buen apoyo económico para su casa. Y por supuesto, la moto la conducía con seguridad y soltura. Decidí darle una buena propina porque me pareció muy meritorio lo que estaba realizando.
Al despedirse, como una joven militar, erguida y portando con categoría su uniforme, finalizó:
-Ya sabe entonces, lo que se le ofrezca de la farmacia, estoy para servirle.
De igual forma, me admira el empeño de tantas y tantas señoras -de todas las edades- que se levantan desde temprana hora y acuden a realizar la limpieza en numerosas empresas, hospitales, oficinas y lo hacen bastante bien.
Como tengo la diaria costumbre de caminar por las tardes largos trayectos, las observo tomando sus alimentos alrededor de las cuatro o cinco de la tarde en cajitas de Tupperware. Se encuentran sentadas, comiendo y platicando animadamente, habitualmente en el escaloncito de comercios que ya cerraron y bajaron sus cortinas metálicas o debajo de los árboles.
Es admirable cómo tantas mujeres de todo el país, con la frente en alto, se han puesto a trabajar en serio para apoyar a sus maridos. Lo hacen en forma discreta, pero sumamente eficaz y con gran creatividad. Son la fortaleza económica de los hogares mexicanos.
Te puede interesar: El arte de cultivar los buenos hábitos
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com