El problema de las drogas trae consecuencias graves para las personas y para la sociedad, y la marihuana no es la excepción.
Ha vuelto a colocarse “bajo los reflectores” la opinión de que consumir marihuana es una droga inocua, que produce placer, bienestar y poco más, y que puede ser compatible con los estudios, el trabajo o cualquier otra actividad. Y esto lo sostienen algunos políticos, intelectuales, personas de relieve social.
El Instituto Nacional de Abusos de las Drogas señala que algunos de los efectos poco conocidos de esta droga son: ansiedad, miedo, desconfianza, pánico, alucinaciones, espejismos, psicosis aguda y una pérdida de sentido de la pertenencia de identidad. Otro aspecto es que, a menudo, de ese tipo de las llamadas “drogas suaves” se tiende a buscar a las drogas fuertes (cocaína, heroína, opio, las que tienen efectos alucinógenos, etc.) para tener, según dicen, “nuevas sensaciones”.
De la experiencia con los individuos que tratamos, nos percatamos que las personas que por una largo tiempo han consumido esta droga: 1) Se expresan verbalmente con dificultad y lentamente; 2) A menudo pierden las coordinadas de espacio y tiempo (no saben qué dijeron, en qué lugar en concreto, o si lo soñaron); 3) Suelen ser repetitivas; 4) Tienen poca capacidad de introspección o reflexión; 5) Si son estudiantes, su promedio académico tiende a bajar drásticamente; 6) No pueden rendir en su trabajo de la misma manera que el resto de sus compañeros; 7) No se acaban de hacer cargo de su propia realidad y menos de sus responsabilidades; 8) Suelen tener conflictos en su hogar o en el medio donde laboran porque se les dificulta la convivencia y tienden al egocentrismo; 9) No le conceden importancia alguna a las normas de urbanidad, cortesía y de higiene personal; 10) Al necesitar de nuevo consumirla, se tornan agresivos, inquietos y nerviosos hasta que no consiguen su porción que los mantenga otra vez relajados, con placer. Luego entonces, un adicto a ésta o a cualquier droga, se convierte en una persona conflictiva y difícil de socializar.
He conocido, por diversas circunstancias, a personas a adictas a esta droga “inocua” y me he percatado que tienen ya más de 60 años y vienen arrastrando complejos de la adolescencia, por ejemplo, hay quienes dicen: “Les voy a demostrar a todos que soy mucho mejor que Maradona” y salen, en su traje de futbol, trotando hacia una minúscula multicancha deportiva, imaginando no sé cuántas proezas magistrales y goles fantásticos…No distinguen la ensoñación o fantasía de la sobria realidad que se les presenta.
Por otra parte, en su exposición, no mantienen una ilación coherente, lógica, bien razonada, ni siquiera apuntan hacia unas elementales conclusiones. Más bien, van yendo de un tema a otro, de lo más disparatados, y al darse cuenta que se extraviaron mucho del hilo conductor, o preguntan de qué hablaban o terminan con una sonora y absurda carcajada.
Por otra parte, tenemos experimentado que donde hay un nido de marihuanos es un foco de problemas, de violencia, de robos, y con frecuencia, se comenten graves actos delictivos, entre ellos asesinatos y suicidios.
Es interesante el caso de Holanda en que, desde la década de los años setenta, se legalizaron las “drogas suaves” y, en sentido opuesto de lo esperado, se disparó su consumo en los parques, cines, teatros, cafeterías, vías públicas y, como consecuencia, en materia de seguridad esta sociedad se volvió inestable y proliferaron los robos, secuestros, homicidios… ¿Qué determinó el gobierno holandés? Restringir las áreas de consumo a unos cuantos sitios muy focalizados y en los que la policía pudiera tener mayor control.
Y en México, ¿no vamos a tomar experiencia “en cabeza ajena”? O bien, ¿vamos a empezar un largo itinerario de más de 40 años para llegar a las mismas conclusiones? ¿No es verdad que los más perjudicados serán nuestros jóvenes y niños?
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