En Navidad, muchos esperamos recibir regalos materiales, olvidando que los mejores son los afectivos.
Una virtud que reviste gran importancia en la convivencia familiar es la generosidad, cuya única finalidad es hacer felices a los demás, sin pedir nada a cambio.
En casa, los padres deben de estar atentos para dar la batalla contra el egoísmo, para que nadie se centre sólo en sí mismo, por ejemplo, mediante sus celulares, iPads, tablets, etc. y fomentar que se interesen auténticamente por ayudar a los demás.
Como acertadamente decía el filósofo danés Sören Kierkegaard: “La puerta de la felicidad se abre siempre hacia afuera”.
A este respecto, recuerdo que, en la pasada Navidad, mi amigo Alejandro les propuso a sus cinco hijos –tres niñas y dos niños– el llevar una despensa de dulces, chocolates y juguetes a un orfanatorio.
Les dijo con suficiente anticipación:
–Quiero que cada uno revise en sus armarios, las muñecas, los cochecitos, libros y otros juguetes que no usen, pero con una condición: que estén en buenas condiciones. No vamos a regalar cosas que no sirvan o estén averiadas, sino más bien, objetos que a cada uno de ustedes signifique un pequeño sacrificio el desprenderse de ellos, ¿de acuerdo?
Después les dijo:
–En la víspera de que vino el Niño-Dios, vamos a ir a visitar a unos niños muy pobres y huérfanos y quiero que sean ustedes mismos quienes les entreguen los regalos y chocolates.
Y en tercer lugar les comentó:
–Ahora, vamos a la papelería para comprar papel y, entre todos, envolveremos con cuidado los regalos y les pondremos moños, ¡así los niños se llevarán una agradable sorpresa!
En efecto, fueron el 24 de diciembre por la mañana, al orfanatorio.
Maritere, de ocho años, le regaló su muñeca a una niña, que ese día se encontraba enferma y en cama. La pequeña, que nunca había recibido un regalo similar, se puso radiante de alegría.
Como era de esperarse, todos los chiquillos se pusieron felices con todos esos regalos que no esperaban.
Martín le regaló a un niño un traje completo de futbol y un balón. El pequeñín le repetía varias veces:
–¿De veras, todo esto es para mí? ¿Entonces, tú también “le vas” al Cruz Azul?
Los hijos de Alejandro pudieron convivir cordialmente un rato con esos niños.
Ya de regreso en el coche, camino a casa, Sofía le comentó a su papá:
–¡Es la mejor Navidad que he pasado en mi vida!
Y el pequeño Carlos añadió:
–Me gustaría que todos los años hiciéramos lo mismo. ¡Desde ahora voy a cuidar mucho más mis juguetes para poder venir a regalárselos a los niños huérfanos!
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