“Ese ejemplo de trabajador infatigable fue la mejor herencia que nos dejó a mis tíos y a nosotros sus nietos”: Raúl Espinoza.
Tuve la fortuna de nacer en una familia numerosa. Del lado paterno eran doce hermanos y de la rama materna fueron once. En mi familia fuimos siete. Y cada uno de mis tíos tuvieron un promedio de cinco hijos.
Cuando nos reuníamos para festejar a alguno de mis abuelos, su casa se llenaba de tíos, parientes y primos. Era un ambiente de gran alegría y regocijo porque los mayores contaban chistes y evocaban recuerdos divertidos. Los primos nos íbamos a jugar a un enorme patio trasero, con una huerta y algunos perros.
Para mí en lo particular, lo más interesante me resultaba el conversar con mi abuelo porque –aunque trabajó hasta muy avanzada edad en la agricultura, ganadería y otros negocios- era un buen conversador, lúcido de mente y con una memoria admirable. Se daba tiempo de relatarme hechos históricos de los que fue testigo.
Por ejemplo, conservaba un vivo recuerdo de Francisco I. Madero cuando dio sus primeros discursos en la plaza principal de Navojoa, al sur del estado de Sonora, para enarbolar la bandera del “Sufragio Efectivo y No Reelección” y animar a que los ciudadanos tomaran conciencia de que el General Porfirio Díaz se había perpetuado en el poder y que ya era hora de que hubiera un cambio y una apertura hacia la democracia. A partir de esos discursos, se formaron clubes cívicos de apoyo a Madero en casi todo el país.
En 1911, tras la renuncia de Porfirio Díaz, Francisco Madero ocupó la Presidencia de México en forma democrática, pero fue en un gobierno breve, porque en 1913 el General Victoriano Huerta dio muerte a Madero en la llamada “Decena Trágica”. En esa ocasión escuchó los discursos de Don Venustiano Carranza, quien se opuso al usurpador del poder, lo mismo que los del General Álvaro Obregón de Sonora, quien se le unió en ese levantamiento armado del Ejército Constitucionalista.
Me resultaba todo aquello apasionante porque era como un libro abierto de historia del México de principios del siglo XX.
Con el paso del tiempo, se hizo amigo del General Álvaro Obregón, ya que fue Presidente Municipal de Huatabampo y, varios años después, mi abuelo fue de Navojoa. Le afectó mucho que Álvaro Obregón fuera asesinado el 17 de julio de 1928 en el restaurante “La Bombilla” de la Ciudad de México. Y sentía el deber cívico asistir cada año al homenaje luctuoso en honor de este expresidente de México y amigo personal.
En otro orden de ideas, recordaba divertidas anécdotas de cuando apareció en su poblado el primer coche de motor y que fue la atracción de los niños que lo correteaban por la novedad, haciendo ostentosos ruidos en el motor de aquellos iniciales carros, mientras desfilaban por aquellas calles sin pavimentar.
Fue testigo de la instalación de la energía eléctrica y de la central telefónica que cambió en forma notable la población porque las casas y las calles pronto contaron con alumbrado eléctrico, se iluminó por las noches y se podían comunicar con mayor facilidad a diversas ciudades del país.
También fue impulsor de una semilla de trigo que mejoraba en forma notable la cantidad de toneladas recogidas por hectárea de cultivo. Por otra parte, se asoció –junto con un grupo de inversionistas sonorenses- con Don Manuel Espinosa Iglesias para abrir la primera institución bancaria que tiempo después se le conocería como “Bancomer”.
En definitiva, era un hombre emprendedor. Recuerdo que se levantaba muy temprano para atender -con ayuda de mis tíos- sus terrenos agrícolas. Otros días iba a su rancho y, por las tardes, acostumbraba acudir a una granja que tenía en el Quiriego, cerca de Navojoa. En pocas palabras, le faltaban horas para atender tantos asuntos que tenía. Ese ejemplo de trabajador infatigable fue la mejor herencia que nos dejó a mis tíos y a nosotros sus nietos.
Nunca le gustó pregonar sus buenas obras “a los cuatro vientos”, pero por muchos años ayudo al Padre Fernando Flores, rector del seminario, en el sostenimiento económico de los jóvenes que se preparaban para el sacerdocio y, además, apoyaba a un orfanatorio. Me enteré de esas obras benéficas, cuando mi abuelo falleció, y para mí sorpresa a sus funerales acudieron algunos seminaristas y bastantes niños a rezar por él. Cada año, el día en que falleció, el Padre Fernando celebraba una Misa en sufragio de su alma.
Tanto mi abuela como él, admiraban al Presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, por haber cumplido su promesa de enviar a los primeros hombres a la Luna, el 20 julio de 1969, a bordo de la misión espacial del Apolo 11, siendo el comandante Neil Amstrong el primero en alunizar y después el piloto Edwin Aldrin Jr. mientras que Michael Collins, era el piloto del módulo de mando.
Nos decían con enorme ilusión a sus nietos que se avecinaban grandes avances técnicos y progresos importantes en la humanidad, que ellos ya no alcanzarían a ser testigos, pero nosotros sí. Como en efecto así ocurrió.
Esto es sólo un botón de muestra de la maravilla de tener buenos abuelos –con sus defectos y virtudes, como cualquier ser humano- que nos dejaron a toda la familia un rico legado de experiencias de vida.
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