En estos años, en que dentro del ambiente político, observamos tantas divisiones, enfrentamientos, insidias, traiciones, venganzas, odios, resentimientos, etc. Viene bien recordar algunos conceptos sobre el perdón.
De toda convivencia se generan roces, fricciones, malentendidos, etc. Hemos de ser los primeros en aprender a perdonar, comprender y disculpar.
¿Cuál es la razón de fondo? Porque nadie es perfecto. “Todos levantamos polvo al caminar”, como dice el dicho. Cuando un matrimonio se queja contra el otro cónyuge de asuntos muy concretos, hemos de tener una visión amplia y saber que cada uno tiene esos mismos defectos y probablemente hasta más.
Por ello es que es aconsejable ser los primeros en perdonar siempre, aunque nos parezca que la supuesta agresión haya comenzado de la otra persona.
Porque es lamentable guardar una lista de agravios contra la otra persona. Eso es fuente de rencores y resentimientos.
Me ha tocado presenciar cómo existen personas que no han aprendido a perdonar. Y pueden guardar su odio durante meses, años o quizá durante toda su vida. Realizan verdaderos malabarismos por no coincidir nunca con la persona que dicen que odian.
Cuando se le pregunta al interesado las causas de sus rencores es verdaderamente ridículo y hasta causa hilaridad por sus minúsculas quejas que se pudieron haber evitado con un: “Perdóname, la culpa fue mía”. Así se hubiera arreglado el conflicto fácilmente y sin dificultad.
Resulta que en determinados ambientes el perdonar se considera como un acto de debilidad humana, cuando la verdad es que quien ha aprendido a perdonar demuestra su grandeza de ánimo y magnanimidad.
Recuerdo aquel atentado contra Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro a manos de Alí Agca. Que le disparó al Santo Padre en cuatro ocasiones, perdió bastante sangre y fue hospitalizado.
Al volver en sí, mientras estaba en plena convalecencia, el romano pontífice, dijo: “Lo perdono de todo corazón”.
No mucho tiempo después, tuvo una reunión privada con Alí Agca. Al papa le llamó mucho la atención que el injusto agresor en ningún momento le haya pedido perdón ni externara ningún otro gesto de arrepentimiento.
Pero el Vicario de Cristo no le dio importancia a este hecho y al concluir el encuentro le dio su mano, como mostrando: “Aquí no ha pasado nada”. Con lo cual demostró su grandeza de ánimo.
Pero un punto central del perdón es olvidar y para siempre. Aquí no cabe pensar: “Te perdono, pero ya me las pagarás”.
Con esa actitud no existe un verdadero perdón. Es lo más parecido a las venganzas tipo la mafia siciliana. Por la sencilla razón que hemos de perdonar de todo corazón. No dudo que en ocasiones esa actitud cueste y no poco. Pero mucho más es lo que Dios nos ha perdonado a cada uno de nosotros en particular.
Como rezamos en el “Padre Nuestro”, decimos: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Otras veces nos podemos molestar por un favor que no nos agradecen. Por eso, todas esas minucias, las hemos de perdonar con rapidez.
Para ello hemos de tener un corazón grande, generoso, que esté muy por encima de los “dichosos rencorcillos”, que en el fondo son naderías.
¿Cuántos mártires en estos XXI siglos de cristianismo no se han entregado a la muerte pidiéndole a Dios que los perdone y mueva el corazón a la conversión de sus verdugos?
Al mirar la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, en medio de tantos sufrimientos físicos y morales, son impresionantes esas últimas palabras que Jesús pronunció cuando es clavado en la Cruz: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
¡Ahí queda patente la grandeza de un Dios que perdona siempre!
Por ello en cada confesión sacramental que hacemos, nos encontramos con un Señor que invariablemente perdona. Desde luego, si hay arrepentimiento y propósito de enmienda.
Este hecho que en lo personal a mí me asombra porque el amor de Dios es inagotable como un océano y porque la misericordia del Señor no tiene límites.
Justo de ahí hemos de sacar nuestra inspiración para perdonar cuantas veces haga falta.
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