Los disparos fueron hechos con un modesto rifle y procedían del sexto piso de un edificio que era utilizado como bodega de libros.
Fue un 22 de noviembre de 1963 cuando asesinaron a tiros al presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy en Dallas, Texas al filo del mediodía. Visitó esta ciudad, acompañado de su esposa Jacqueline, y recorría el centro –a poca velocidad– en un coche descapotable para saludar con calma a la gente que le tenía aprecio y estima. Era un presidente joven, inteligente y muy popular.
Fue tal el impacto que este magnicidio causó en el mundo que me pareció como si se hubieran “parado los relojes”. Porque nadie daba crédito que fuese acribillado en la calle el presidente de la nación más poderosa de la tierra y en su propio país.
Los disparos fueron hechos con un modesto rifle y procedían del sexto piso de un edificio que era utilizado como bodega de libros. Pocas horas después fue detenido como sospechoso un empleado del mismo inmueble de nombre Lee Harvey Oswald. De las primeras investigaciones se dedujo que fueron cinco balazos y que el quinto fue el que acertó en la cabeza del mandatario. Pero dos días después, Oswald fue asesinado en la cárcel por un gánster de Dallas que le disparó en el vientre y murió al poco tiempo.
Recuerdo que el presidente suplente, Lyndon B. Johnson, de inmediato solicitó que se formara la Comisión Warren para investigar las causas del asesinato de Kennedy. Después de estudiar detenidamente los hechos y entrevistar a numerosos sospechosos, dicha Comisión concluyó que Oswald fue un “asesino solitario”. Y, desde luego, esta conclusión no se la creyó prácticamente nadie.
¿Por qué? Porque observando con calma el magnicidio se veía claramente, del lado izquierdo del coche presidencial, tras una barda, varios francotiradores dispararon y le dieron tanto en la cabeza, como en el cuello y el pecho.
Debido a ello, se formó la Comisión Garrison quienes investigaron en otros posibles sospechosos: a) Rusia y Fidel Castro; b) el FBI y la CIA; c) la Mafia; d) Militares del propio gabinete de Kennedy que querían que se impulsara la industria armamentista para ampliar en forma notable la guerra de Vietnam. Hay que tener como antecedente que Kennedy deseaba que esa guerra concluyera cuanto antes y los militares lo consideraron como una ofensa a su capacidad ofensiva; e) Jimmy Hoffa, activista y poderoso líder sindical, quien fue amenazado por Robert Kennedy –hermano de John– de meterlo en la cárcel por sus conexiones con el crimen organizado, fraudes y negocios turbios.
Se generaron muchas presiones políticas para que esta Comisión no emitiera sus conclusiones con toda claridad, como se puede constatar en la película “JFK” (1991) dirigida por el cineasta Oliver Stone y cuyo protagonista fue Kevin Costner.
Aunque es una opinión muy personal, después de adentrarme en este caso, mi conclusión es que fue “un crimen de Estado” en la que se mezclan los intereses de los miembros del gabinete de Kennedy, la mafia y agentes de la CIA. Pero este caso persiste bajo un velo de misterio, deja muchas incógnitas y no parece que se vaya a aclarar, como tantos otros magnicidios.
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