Es evidente que quien tiene por costumbre “pensar siempre en positivo”, esa conducta acaba influyendo en su cuerpo y en su mente.
Hace pocas semanas falleció un arquitecto conocido mío desde hacía cuatro décadas. Gozaba de prestigio profesional, de honradez y de su capacidad para hacer amigos.
A medida que los años fueron transcurriendo –como es lógico– le fueron apareciendo enfermedades y achaques. Pero siempre me impresionó su categoría humana para llevarlos, pero sin darles demasiada importancia y continuar realizando otro tipo de actividades de acuerdo a su edad. Añadiría que hasta con cierta elegancia, sin quejarse nunca.
Al llegar a los ochenta años comenzó a usar bastón y a los noventa no le quedó más remedio de ser conducido en silla de ruedas. Por esas coincidencias que tiene la vida, lo continuaba viendo cada semana y solía dar conferencias y pláticas a sus amigos sobre virtudes y valores humanos. Era como “el rey de esos encuentros” porque contagiaba con su alegría, buen humor y hasta el final de sus días generosamente les preparaba a sus invitados un sabroso café mañanero.
Cuando debía permanecer en cama o guardar reposo, le preguntábamos: ¿cómo estás? ¿cómo va esa salud? Y respondía con gracia: “Me encuentro de maravilla; muy visitado por mis familiares y amistades aunque hecho una ruina como el Coliseo Romano”, y se reía con mucha serenidad y paz.
Por otra parte, un experto psicopedagogo, amigo mío, me hacía ver que al llegar a la mayoría de edad hay aspectos que se deben de cuidar para no envejecer prematuramente. Recuerdo algunos de sus útiles consejos: caminar erecto porque al encorvar habitualmente el cuerpo la columna vertebral termina por afectarse; caminar con pasos firmes, levantando los pies, sin arrastrar los pies porque eso también puede afectar a las rodillas, tobillos o piernas; cuando se estreche la mano, hacerlo con la fuerza normal, sin completo de “ya no tener energías”; hacer a diario algún tipo de ejercicio: caminar, practicar la natación, gimnasia… ya que la vida sedentaria es la causa de muchas enfermedades; en las reuniones con las amistades evitar estar conversando sobre temas negativos, alarmistas, enfermedades, operaciones, medicinas, etc. porque eso –me decía– afecta a la salud mental; por último, ilusionarse con lo positivo que nos presenta la vida hoy y ahora y con lo que se vislumbra en el futuro: avances de la ciencia, de la tecnología; desarrollar aficiones como la historia, las biografías de grandes personajes, las grandes obras literarias; crear interés por saber más de física, de química y todo el amplio mundo del saber.
Es evidente que quien tiene por costumbre “pensar siempre en positivo”, esa conducta acaba influyendo en su cuerpo y en su mente. Por si fuera poco, su actitud contagia favorablemente a los que con ellos conviven y son bienvenidos en todos los ambientes. Concluimos con esta reflexión, ¿y cómo lograrlo? Como escribía aquel conocido pensador: “Nadie la hará por ti, también como tú, si tú no lo haces”.
Te puede interesar: El tiempo es breve
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com