Una realidad a la que nos enfrentamos año tras año es la brevedad de la vida. Cuando somos jóvenes quizá nos comiencen a parecer más cortas las semanas, luego los meses; con el paso del tiempo, nos parece que las estaciones se suceden más rápido y finalmente los años, las décadas…
Parecería que el tiempo transcurre sin darnos cuenta, mientras realizamos nuestras actividades cotidianas y estar concentrados en el trabajo diario. Con el crecimiento de los hijos comprobamos el paso vertiginoso del tiempo. O bien, al mirarnos frente a un espejo, al principio notamos algunas arrugas, menos cabello, canas… que posteriormente proliferan.
¡Qué importante es aprender a aprovechar bien el tiempo y ofrecer el trabajo para la gloria de Dios! Una labor bien hecha, acabada hasta los últimos detalles. No por manía, sino por amor al Señor. Y es que lo que permanece en la vida de los seres humanos es el amor. El amor con que servimos al prójimo, comenzando por los de nuestra casa; el amor con que buscamos la presencia y trato íntimo con Dios; el amor con el que nos entregamos a nuestro trabajo, hecho a conciencia, con deseos de agradarle.
Es frecuente escuchar el dicho: “Año Nuevo, Vida Nueva”. Pero sabemos de sobra que nuestra vida no cambia por el sólo hecho de que pasen las hojas de un calendario y caigamos en la cuenta de que estamos en un nuevo año.
Nuestra vida realmente cambia cuando ponemos empeño y lucha por crecer en las virtudes y arrancar los propios defectos. ¿Qué es tarea de toda la vida? Lo es. Pero con esa meta de mejorar cada día un poco, vamos avanzando y mejorando como personas ya que por lo pequeño se llega a lo grande.
Conocí a un Ingeniero que le iba muy bien en su trabajo y llevaba una vida económicamente desahogada. Les daba a su esposa e hijos lo necesario para vivir holgadamente. Sin embargo, no se preocupaba de sus familiares. En cierta ocasión enfermó gravemente del hígado y tuvo que pasar largos meses en reposo, sin poder trabajar. Eso le sirvió para hacer un examen sobre su vida. Y cayó en la cuenta de que, por las prisas de la vida, se ocupaba muy poco de sus parientes.
Decidió cambiar radicalmente. Y comenzó a invitar a sus familiares a su casa para conversar con ellos y enterarse de su situación personal, de sus problemas y sus necesidades. “De la noche a la mañana se volvió más humano”, me decía uno de sus más cercanos familiares. “Ahora me sonríe, me escucha, se interesa por mi vida”.
Y yo pensaba: ¿Hace falta que nos ocurra una situación similar para que cada uno nosotros nos decidamos a cambiar y ser más generosos con nuestros seres queridos? Me parece que no. Cada día de nuestra vida, hemos de levantarnos con la ilusión de servir a los demás, de prestarles nuestra ayuda, aunque sólo sea el hecho de escucharlos con atención y brindarles palabras de ánimo, optimismo y afecto.
Por ello, considero que un lema más realista, al comenzar este nuevo ciclo es: “Año Nuevo, Lucha Nueva”. Es una frase de san Josemaría Escrivá de Balaguer que nos puede servir para decidirnos a cambiar, quizá en cosas pequeñas, pero significativas y que nos cuestan porque suponen un vencimiento personal. Mientras el Señor nos sorprenda así, luchando por mejorar cotidianamente, podremos escuchar aquella frase evangélica: “Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”.
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