Alec Guinness (1914-2000) fue un actor inglés de gran talento y prestigio internacional. Su época de mayor gloria y renombre gira alrededor de las décadas de los años cincuenta y sesenta.
En su infancia fue anglicano, pero en la adolescencia cayó en el agnosticismo. Tenía una especial aversión hacia la Iglesia católica y se autodeclaraba “antipapista”. Pero esta postura se fue suavizando gracias al trato frecuente con su amigo Tomkinson, un católico que le regaló el conocido libro de San Francisco de Sales, “Introducción a la vida devota”, que le hizo bastante bien a su alma.
Pero Dios le tenía preparado un papel especial en el mundo de la actuación. Le tocó personificar en una película al célebre personaje de Gilbert K. Chesterton: El Padre Brown, que se filmó en un pequeño pueblo francés. Así que –como es lógico– para el rodaje de la película tuvo que usar la característica sotana de sacerdote católico.
Una noche, un poco cansado y aburrido de pasarse todo el día filmando –sin quitarse el traje clerical–, Alec Guinness decidió dar un pequeño paseo por las callejuelas del poblado, para despejar la mente. De pronto un chiquitín, de unos siete años, se le acercó, y dando de brincos de alegría, le pidió su bendición. El actor en un principio se desconcertó. Después, le hizo una caricia al niño. El pequeño se fue feliz y le dijo muy agradecido: “Buenas noches, querido Padre”.
“Proseguí mi camino pensando –escribió después Guinness– que una Iglesia capaz de inspirar tanta confianza en un niño y de propiciar con tanta facilidad la cercanía de sus sacerdotes –aun siendo desconocidos–, no podía ser tan intrigante y horrible como a menudo la describían. Así comencé a desprenderme de unos prejuicios aprendidos y arraigados en mí desde tiempo inmemorial”.
Simultáneamente que se rodaba esta película, recibió una dolorosa noticia: su hijo Matthew –de once años– se enfermó de polio y progresivamente comenzó a sufrir una parálisis en sus miembros inferiores.
Apesadumbrado por esta angustiosa situación, decidió dar un paseo a orillas del río de ese pueblo donde se encontraba. A lo lejos divisó una pequeña iglesia católica. Decidió entrar para tratar de recuperar un poco de paz en su corazón.
De pronto le vino una firme idea a su mente: hacer cuanto antes un trato con Dios. “Haz que mi hijo se cure –le pidió con fervor– y jamás pondré un solo obstáculo si alguna vez él desea hacerse católico”. (…) Tres meses después, Matthew era capaz de caminar y, al poco tiempo, comenzó a jugar futbol. “Y no pasó mucho tiempo antes de verme obligado a asumir mi parte del trato”, confiesa Ginness.
Inscribió a su hijo en un colegio de jesuitas. Recibió formación cristiana. A los quince años, su hijo manifestó el deseo de ser recibido en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Al poco tiempo, el actor empezó a pensar seriamente en seguir los pasos de Matthew.
Hizo un curso de retiro espiritual en un monasterio trapense. Y comenzó a platicar con cierta frecuencia con un sacerdote católico para recibir la formación necesaria en preparación para su conversión. El 24 de marzo de 1956 fue admitido en la Iglesia Católica.
“Al igual que tantos otros conversos antes y después que yo –comenta el célebre actor–, me sentí como en casa, como si siempre hubiera conocido ese lugar. (…) Era un hermoso día de sol”. Y recuerda que después se quedó contemplando largamente las colinas alrededor de su casa, meditando sobre lo sucedido y dando infinitas gracias a Dios.
Al año siguiente, mientras Alec Guinness se encontraba en Sri Lanka rodando la laureada película “El Puente sobre el Río Kwait” –que le valió el Óscar de la Academia–, inesperadamente su esposa le comunicó por teléfono una grata noticia: también ella acababa de ser recibida en la Iglesia católica.
Entre las anécdotas que se cuentan sobre su vida como católico, se afirma que este actor le tuvo una gran devoción a Jesús en la Eucaristía. Un día en Kingsway, Inglaterra, mientras caminaba por la calle, sintió la urgente necesidad de ir a visitar el Sagrario de la iglesia más cercana para rendirle un acto de amor y adoración al Señor presente en la Eucaristía. Después le entró un cierto escrúpulo, pensando: “¿No estaré exagerando en mi piedad?” Pero pronto recuperó la confianza al enterarse de que un afamado sacerdote –converso inglés y brillante escritor–, el Padre Ronald Knox, se había encontrado en más de una ocasión auténticamente corriendo para ir a visitar a Jesús Sacramentado.
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