Recuerdo haber visto por televisión las escenas de la demolición del muro tras 29 años de haber sido construido. La opinión pública internacional estaba conmocionada ante sucesos tan inesperados como increíbles.
El nueve de noviembre se cumplieron treinta años de que en Alemania soplaron aires de libertad con la caída del muro que dividía a su capital y al resto de su territorio. En poco tiempo, ocurriría lo mismo con otros países de Europa del Este, Centro Europa, Rusia y sus numerosas repúblicas comunistas ubicadas en Asia. Era el fin del marxismo-leninismo instaurado por Vladimir Lenin, y muchos otros bolcheviques, desde octubre de 1917.
Recuerdo haber visto por televisión las escenas de la demolición del muro tras 29 años de haber sido construido. La opinión pública internacional estaba conmocionada ante sucesos tan inesperados como increíbles.
¿Qué recuerdo? Muchos jóvenes –obreros y universitarios– de Alemania del Oeste y Este con marros, picas y maquinaria pesada que demolieron el significativo muro. Al cruzarlo se dieron abrazos celebrando el día de la liberación del yugo comunista. Aquella noche fue de una indescriptible alegría y regocijo. Algunos tomaban pequeños trozos de ese muro como recuerdo de este suceso histórico y que avergonzaba a las dos Alemanias injustamente divididas.
Esto ocurrió siendo Jefe Supremo del Estado de la U.R.S.S. (Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas), Mijail Gorbachov, quien había iniciado una serie de cambios políticos profundos en la política y economía rusas como la “perestroika” (“reforma económica”) y la “glasnost” (política de apertura y transparencia) y de quien dependía Alemania del Este, como un “país satélite marxista”.
Años atrás, en 1970, un destacado científico y literato ruso, Aleksandr Solzhenitsyn era conocido como un escritor disidente que denunció muchos atropellos e injusticias del sistema totalitario de la U.R.S.S. Publicó obras magistrales como Un día en la vida de Iván Denísovich (de corte autobiográfico que narra el tiempo que estuvo en un campo de concentración de Siberia), Pabellón de Cáncer, El Primer Círculo, La Casa Matryona y otras historias, La Rueda Roja, Agosto de 1914 y la publicación que la crítica considera como su obra maestra, Archipiélago Gulag. En ésta última, pone al descubierto la red oculta de campos de concentración de la U.R.S.S. por todo su territorio, con una asombrosa cantidad de nombres, datos, cifras, en los que nos relata cómo miles de personas murieron y sufrieron crueldades inimaginables que en los países de Occidente se desconocían. Este autor los denunció –con valentía y a costa de su vida– y debido a ello fue condenado al exilio.
El 18 de marzo de 1976, mientras estudiaba un posgrado de comunicación en España, un grupo de universitarios y yo, pudimos ver una entrevista televisiva que le hicieron este célebre disidente y Nobel de Literatura. Fue la primera vez que escuchamos un testimonio de viva voz acerca de lo que significaba estar bajo un régimen totalitario, que aplastaba la dignidad humana y los derechos fundamentales de las personas. Y, al final de la entrevista –afirmó con visión profética– que el comunismo era un cuerpo en descomposición, que no le daba mucho tiempo de vida porque en Rusia existía una verdadera “hambre” de libertad y que ese cambio ocurriría tarde o temprano porque los ciudadanos estaban deseosos de acabar con muros, injusticias, cadenas, represiones y gozar de la libertad que se tenía en los países de Occidente.
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