El 9 de noviembre de 1989, los ciudadanos de Berlín demolieron el Muro que dividía a esta importante ciudad alemana y, en un acto inolvidable, los berlineses del este y del oeste se dieron un fraternal abrazo.
Con el ascenso al poder supremo de Mijaíl Gorbachov como Jefe de Estado de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1988 a 1991, se comenzaron a respirar nuevos aires de libertad, con sus nuevas políticas como la Glásnost (apertura, transparencia) y la Perestroika (Reconstrucción). Desde 1985 había sido Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética.
Lo que originalmente pretendía Gorbachov era revitalizar y estudiar a fondo cómo crear una administración más eficaz y productiva en todas las repúblicas de la URSS. Permitió que hubiera negocios particulares, libre comercio; empresas con capital ruso, sin intervención estatal. Concedió más libertad de expresión y las críticas hacia su gobierno. En años anteriores, como en la etapa de José Stalin, hacer eso equivaldría a ser condenado a las cárceles de Siberia o a los campos de concentración llamados “Gulags”.
Anteriormente los ciudadanos de Hungría se quisieron liberar del yugo totalitario de la Rusia Comunista, pero fueron brutalmente aplastados en 1956 con la intervención del ejército y los tanques soviéticos.
Lo mismo ocurrió en la llamada “Primavera de Praga”, en 1968, cuando se pretendió proponer un “Socialismo con Rostro Humano” dirigidos por Alexander Dubcek, movimiento independentista de la URSS que duró escasas semanas.
Recuerdo en marzo de 1976, Aleksandr Solzhenitsyn, Premio Nobel en 1970, declaró a los medios de comunicación de occidente que la URSS era “un cadáver en descomposición”. Y afirmando que tarde o temprano terminaría por derrumbarse estrepitosamente porque los soviéticos ansiaban las libertades ciudadanas y el respeto a los derechos humanos. Este célebre escritor había sido encarcelado durante 8 años en Siberia por muchos años debido a sus críticas al sistema marxista-leninista y, finalmente, desde el Kremlin decidieron enviarlo al exilio. Sus experiencias las narra en el magistral libro Un Día en la Vida de Iván Denísovich.
Corría el año 1980 y en Gdnask, Polonia, el líder sindical Lech Walesa fundó la Federación Sindical Polaca, con una gran unión, lealtad y fidelidad inquebrantable de sus miembros a este sindicato, de tal manera que desde Moscú no pudieron disolver a este movimiento obrero.
Así que cuando Mijaíl Gorbachov fue designado como jefe máximo de la URSS y su llamamiento a tener más libertades, las repúblicas soviéticas subyugadas perdieron el miedo y se sintieron en confianza para realizar cambios radicales.
Así las cosas, el 9 de noviembre de 1989, los ciudadanos de Berlín demolieron el Muro que dividía a esta importante ciudad alemana y, en un acto inolvidable, los berlineses del este y del oeste se dieron un fraternal abrazo. Los que por televisión presenciamos este trascendental suceso, apenas dábamos crédito de lo que observábamos.
A continuación de este histórico hecho, los países bálticos reclamaron su libertad (Lituania, Letonia y Estonia). Gorbachov no reaccionó con la dureza que acostumbraban los anteriores dictadores, y, de la misma forma, en pocas semanas, declararon su independencia Ucrania, Bielorrusia, Moldavia, Kazajistán, Turkmenistán, Uzbekistán, Georgia, Armenia, Kirguistán, etc.
Por otra parte, en 1991, Boris Yeltsin fue nombrado presidente de la Federación de Rusia. Él impulsó con más fuerza y determinación la total autonomía e independencia de las repúblicas de la URSS. Ante Mijaíl Gorbachov y el pleno del Comité Central de todas las repúblicas, Yeltsin pidió que se votara por la prohibición del Partido Comunista en Rusia. Moción que fue aprobada por una mayoría absoluta. El 19 de agosto de 1991, los viejos comunistas intentaron dar un golpe de Estado en la URSS contra Gorbachov, pero el 21 de agosto, esa intentona fracasó y se detuvieron a los conspiradores.
Ante esta irremediable situación en que ya no tenía ciudadanos a quiénes gobernar, Gorbachov presentó su renuncia como jefe de Estado de la Unión Soviética. De esta manera concluía la llamada “Guerra Fría” (1947-1991).
Y Boris Yeltsin se quedó al frente de la Federación de Rusia hasta 1999, vigilando que se consolidara la democracia en todas las nacientes repúblicas libres e independientes.
La importante lección histórica que nos deja esta falsa y forzada unión de repúblicas comunistas, es que todas las personas aman y anhelan la libertad, sus derechos ciudadanos; que sean respetados en sus posturas de pensamiento, en la capacidad de organizarse unos y otros sin tener el yugo estatal; en montar corporativos internacionales; en gozar de la capacidad de vivir donde les plazca y de viajar por otros países del mundo, sin nadie que los esté fiscalizando.
Cuando el ex Beatle, Paul McCartney, dio un concierto a miles de personas reunidas en la Plaza Roja de Moscú, el 23 de mayo de 2003, con la presencia –entre los asistentes– de Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, pensé: “De verdad los tiempos han cambiado en Rusia”, porque los admiradores del ídolo se sabían de memoria las canciones de Paul y las cantaban a voz en cuello, bailando y palmeando. Y también meditaba: “Y si todavía vivieran, ¿Qué habrían pensado ante este espectáculo Lenin, Trosky, Stalin y Brézhnev?”.
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