Las enfermedades son oportunidades para sanar el organismo modificando hábitos. A escala global la pandemia por el COVID-19 se puede afrontar con diferentes recursos y actitud.
Recientemente un joven de 25 años vivió dos cirugías para extraerle un tumor cerebral y luego tratamiento de quimioterapia bajo la supervisión de un equipo de jóvenes doctores; su ejemplo de vida y actitud nos convocó a la oración en familia, que pronto se extendió a comunidades, conocidos y compañeros de trabajo, esta vivencia fortaleció nuestros vínculos de manera extraordinaria. Lo mismo sucede con las expresiones de solidaridad y servicio durante la pandemia que fortalecen la identidad y la esperanza en amplias comunidades.
Las enfermedades pueden vivirse de muy distintas maneras, según la gravedad de éstas y la disponibilidad de atención médica, pero la disposición anímica y la reflexión o negación que se puede dar durante la misma hacen la diferencia. A escala global, también la pandemia por el COVID-19 se puede afrontar o no con diferentes recursos y actitud.
Al igual que en las enfermedades, la pandemia nos ha obligado a detener nuestra actividad, e incluso a cambiar rutinas y cuidados personales, ha sucedido en casi todas partes, y el paralelismo con la vivencia de una enfermedad particular invita a la reflexión.
El dolor en alguna parte de nuestro cuerpo es una manifestación de que algo no funciona adecuadamente, y no necesariamente el dolor se siente en el lugar afectado, a veces nos duele la cabeza o tenemos fiebre por alguna infección en otra parte del organismo.
En la pandemia, se asocian cosas que no son tan fácil de conectar a simple vista, por ejemplo, se habla de la propagación del virus como una manifestación de la crisis ambiental. Y ciertamente, cada vez es más claro que la creación está intrínsicamente interconectada y que un desequilibrio en un proceso o región puede tener consecuencias en lugares completamente distintos.
Los animales “salvajes” retomando espacios en ciudades o cerca de pueblos o carreteras resaltan la falta de armonización entre la actividad del hombre y los ecosistemas; así como la reducción de tráfico y el uso de combustibles fósiles han modificado la calidad del aire.
Las enfermedades son oportunidades para sanar el organismo modificando hábitos, al reducir nuestra actividad se reduce o elimina el estrés, y la ingesta de alimentos siguiendo una dieta médica también modifica nuestro metabolismo, aliviando problemas de digestión, peso, descanso, o eliminación de toxinas.
Lo mismo sucede con el quédate en casa, que nos permite comer más sanamente y gastar menos que cuando estamos en plena actividad exterior, con menos consumo de gasolina y ahorro de tiempo en traslados.
Podemos enfrentar nuestra enfermedad suprimiendo los síntomas con drogas para el dolor tratando de regresar lo más rápido posible a hacer lo mismo, evitamos así reflexionar sobre las causas profundas de nuestra enfermedad, rehusamos identificar malos hábitos que nos enferman, y que afectan nuestra calidad de vida, y la de quienes tenemos más cerca en nuestra familia o en nuestro trabajo.
Lo mismo sucede con la pandemia, si no reflexionamos en nuestros hábitos sociales, en nuestra relación con el entorno, en nuestras prioridades, es posible que no sanemos y suframos peores consecuencias. Algunos gobiernos, entre ellos el de México, han optado por actitudes de negación frente a las crisis que vivimos: la sanitaria, la económica y la de seguridad sin buscar cambiar de actitud para atender las mismas.
De cada quien depende hacer de esta experiencia comunitaria una oportunidad de sanear nuestra sociedad a través de la oración, el esfuerzo constante, el respeto, la solidaridad y el servicio a los demás, construyendo nuevas formas de convivencia y participación para transitar de la enfermedad a la salud.
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