Hay también quienes, a estas alturas de la emergencia, aún creen que no es peligroso el contagio y se precian de no observar las medidas de prevención.
Mientras caminaba temprano por una soleada banqueta, me encontré con un hombre mayor, de esos que ahora les decimos “vulnerables” por su edad, traía el ajado cubrebocas puesto, y cargaba además de su mochila de jornalero, todos sus años, enfermedades, angustias y pensamientos con la mirada en el suelo como observando un sendero invisible.
No puedo saber si era jardinero, obrero de construcción u otro oficio; tampoco sé si está batallando para conseguir trabajo, si antes tenía empleo y recién lo perdió, si es de los millones de personas que viven “al día” y que tienen que salir de su casa para buscar su alimento, y el de su familia. En cualquier caso, para mí fue evidente que era una persona que no se puede quedar en casa.
La cantidad de gente que sufre pobreza y no tiene la opción de quedarse en casa durante la pandemia varía según la ciudad o el pueblo, pero en general por lo menos es la mitad de la población. Hay también quienes, aun teniendo algún tipo de reserva o apoyo económico, recién perdieron el empleo y “tienen” que salir a buscar opciones.
Existe otra gran cantidad de personas que desde el inicio de la pandemia fue claro que no podrían quedarse en casa por brindar servicios esenciales para la población; aquí entran los profesionales de la salud, las fuerzas de seguridad y emergencia, los prestadores de servicios públicos como limpia, agua, energía, y varias funciones gubernamentales; y por supuesto las actividades económicas de transporte, comunicaciones, productores y distribuidores de alimentos y ciertos giros comerciales.
Hay también quienes, a estas alturas de la emergencia, aún creen que no es peligroso el contagio y se precian de no observar las medidas de prevención, son quienes “no quieren” quedarse en casa, y buscan cualquier pretexto para salir aún sin necesidad, ellos se vuelven factor de contagio en el ejercicio de su irresponsabilidad. Ojalá entren en razón, o cambien de actitud.
Quienes desempeñan actividades esenciales normalmente cuentan con protocolos y equipos que les protegen para realizar su actividad y siguen normas para proteger a sus familias, sin embargo, quienes buscan empleo, quienes tienen empleos precarios y quienes buscan sobrevivir día a día pareciera que se vuelven invisibles, que enfrentan la crisis sanitaria, económica y social solos.
Así en los medios de comunicación de todo tipo podemos encontrar un énfasis apabullante con el mensaje de “quédate en casa”, e incluso dan consejos de ¡qué hacer en casa! no obstante, pocos mensajes hay para aquellos que no pueden quedarse en casa y que sin duda son la mayoría de la población. Por ejemplo, consejos prácticos de higiene al salir y al llegar a casa o a los lugares de trabajo; cómo usar los cubrebocas y cuáles se pueden reutilizar; la interacción en familia y las medidas de sana distancia en lugares concurridos y en transporte público. Además de promover los mecanismos de apoyo solidario en salud, empleo y alimentación.
En esta omisión y abandono, los líderes políticos y sociales que minimizan estos cuidados y recomendaciones tienen una grave corresponsabilidad, y de alguna manera se convierten en promotores de los contagios y muertes que siguen aumentando por todos lados. Las autoridades responsables y los operadores del transporte público también tienen un rol importantísimo para evitar contagios y dar seguridad a quienes no pueden quedarse en casa.
El movimiento necesario de quienes no pueden quedarse en casa mantiene viva nuestra comunidad y paradójicamente reduce los impactos negativos de la pandemia, pensemos en ellos y actuemos en consecuencia, apoyemos a quien lo necesita, enseñemos y orientemos a quien no sabe, acompañemos a quienes sufren cualquier tipo de penuria, que su movimiento nos mueva a protegernos mutuamente y a vivir con buen ánimo y esperanza esta crisis.
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