Todos los países tienen su propia perspectiva de la Navidad, pero en todos el fin común es el mismo
Meditar sobre la relatividad del tiempo siempre da perspectiva y aclara el pensamiento; lo primero es “desconectarse” aunque sea brevemente del tiempo, es preciso “mirar hacia adentro” en una aventura atemporal que nos lleva a lugares distintos al que ocupamos exteriormente.
En el hemisferio norte vivimos la Navidad en un entorno de invierno, con nieve, abrigados, sin embargo, en los países del sur del planeta, la estación es verano, caliente, un contraste de clima que pocas veces hacemos consciente, de tal manera que el “tiempo de Navidad” se vive en el mismo planeta con características de clima completamente diferentes.
En el museo que existe en el oratorio de San José en Montreal, Canadá, se pueden apreciar más de cien “nacimientos” de todo el mundo, donde se ve al niño Jesús y a sus padres con rasgos y colores de los diferentes continentes y habitantes del planeta, y al pesebre entre playas, selvas, desiertos o bosques según sea el país y la cultura de origen de la representación.
Para muchos la Navidad es un tiempo de reflexión, de pausa, y de encuentro, mientras que para otros la brutal realidad consumista los empuja a vivir en una actividad desenfrenada que busca la interacción constante en las fiestas, los regalos, las compras, las aglomeraciones. El contraste entre los significados y actitudes del mismo tiempo de adviento-navidad es paradójico.
El tiempo litúrgico de adviento es un tiempo “dinámico” porque nos “mueve” y nos hace vivir en la espera, ya sea del Cristo histórico en el niño Jesús, o del Cristo escatológico del encuentro permanente con Dios en la eternidad, ambas esperas se complementan.
En los museos de historia natural nos explican que si asumimos que la edad de la Tierra es un día de 24 horas, la existencia del hombre sobre la Tierra corresponde a cerca de medio segundo, ese dato nos debería dar perspectiva de nuestra finitud y trascendencia; si nos medimos contra los millones de años estimados de la existencia del universo, el período de la humanidad sería una fracción de ese medio segundo; con estas dimensiones en mente podríamos contrastar los años de nuestra vida en relación con el Dios eterno.
Quizá la perspectiva del contraste nos permita contemplar el misterio de la acción de Dios en el mundo que viene a compartir la historia de cada quién a través de su Hijo y del Espíritu Santo que nos ilumina, nos consuela y nos hace capaces de responder a su amor.
Contemplar al Dios eterno entrar en la dimensión temporal, quizá sea la mayor prueba de la relatividad del tiempo. Dios creador del universo nace en la mayor pobreza e indefensión en un pesebre, en condición de migrante sin hogar después de ser excluido junto con su familia del pequeño poblado de Belén, recibido en la noche por los humildes trabajadores de campo quienes fueron el comité de recepción del Hijo de Dios a la Tierra, el contraste es inconmensurable.
Dios, al manifestarse en la pobreza y el abandono, nos dio la principal clave para encontrarlo en cada pobre y abandonado. Que este tiempo de navidad nos encuentre como habitantes de la pequeña villa de Belén dispuestos a atender a los peregrinos que llaman a la puerta, o como pastores cuidando las ovejas en la noche mientras vemos las estrellas y acudimos al encuentro de Dios en el prójimo y en la eternidad.
Te puede interesar: Que la historia una y no se-pare
@yoinfluyo
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com