¿Para qué sirven los mártires?

Los asesinatos se justifican como guerra de cárteles, sus efectos colaterales o incluso como consecuencia de distintas “estrategias” de seguridad gubernamentales.



Hace algunos años visité Cerocahui junto con mi familia, es uno de esos paraísos terrenales que aún quedan en nuestro planeta, un albergue de niñas y una antigua misión católica en medio del espectacular paisaje, enmarcados por una cascada y el profundo cielo de la sierra Tarahumara. El asesinato de dos sacerdotes jesuitas y un laico dentro de su templo atrajo la atención de todo el mundo hacia este lugar paradisíaco, qué al mismo tiempo es un lugar donde la marginación, el narcotráfico, la injusticia y la impunidad contrastan con la belleza natural y la simplicidad de sus habitantes.

Esta tragedia se puede analizar como un acto de violencia irracional y rutinaria que llevó a la filósofa Hanna Arendt a acuñar el término de “la banalidad del mal” en su ensayo: “Eichmann en Jerusalén” sobre el holocausto judío en Alemania. La violencia, las desapariciones y los asesinatos de personas en todo el país a manos de narcotraficantes o sicarios del crimen organizado no se cuestionan, sino que se asumen como “normales”, y por más terribles y sanguinarios que sean, no se asumen como algo intrínsicamente malo, sino que se justifican como guerra de cárteles, sus efectos colaterales o incluso como consecuencia de distintas “estrategias” de seguridad gubernamentales.

En esta perspectiva, la indolencia, el cinismo, la mediocridad o el cálculo electoral se vuelven entonces actitudes “naturales e institucionales” frente a la banalidad del mal que implica la falta de un juicio interno sobre los horrores que se cometen y toleran.

El principal sospechoso del asesinato en teoría debió ser detenido hace muchos años, y sin embargo no pasa nada; el atraso, la marginación, la tala clandestina, la sujeción a las leyes del narco o del crimen organizado de muchas comunidades indígenas en la sierra ha sido denunciada durante años y no pasa nada. Y lamentablemente situaciones similares suceden en todo el país.

Sin embargo, también se puede vivir esta terrible desgracia desde una perspectiva cristiana; un par de ancianos sacerdotes se acercan a proteger y auxiliar a una persona que es perseguida por un delincuente que atenta contra su vida, y entonces la sangre inocente derramada adquiere un significado completamente distinto.

En la tradición cristiana, la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos, la muerte de hombres de Dios siguiendo las huellas del Maestro quien se ofreció a sí mismo como holocausto para la redención de muchos, invita a cambiar de vida, a modificar prioridades y actitudes, esto es, llama a un proceso de conversión, ¡para eso sirven los mártires, para invitarnos a la conversión! Este asesinato es un delito que clama al cielo e invita a la conversión personal y comunitaria, incluyendo a todas las autoridades que por años han ignorado o menospreciado a los habitantes de este y otros maravillosos rincones de la patria.

El sábado durante la misa de cuerpo presente tanto en la homilía del padre Ávila, compañero de los jesuitas asesinados, como en el mensaje del padre Gerardo Moro provincial de los jesuitas en México, se hizo un respetuoso pero enérgico llamado al gobierno federal para cambiar su estrategia de atención a la violencia y el crimen organizado, a evitar la polarización y también a cambiar la forma de atender a las comunidades marginadas en el país ante la evidente falta de resultados.

Este horrible crimen nos cuestiona y motiva una profunda reflexión sobre nuestro quehacer. Alejémonos de la perspectiva de “banalidad del mal”, de la intrascendencia, de la rutina, de la indolencia, del cinismo, de la mediocridad o del cálculo electoral o económico, para que la sangre de los mártires nos lleve por un camino de conversión, especialmente a quienes tenemos alguna responsabilidad de liderazgo profesional, social, económico o político.

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