Concepción Cabrera de Armida servirá como fuente de inspiración para muchos.
Hace poco más de tres décadas, el cansancio por el jet lag y la emoción por mi primer viaje a Europa, se mezclaban con un sentimiento especial al celebrar el 12 de diciembre en la parroquia dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe en Madrid. El templo me pareció maravilloso, como una gran carpa de disposición circular, con el altar y la Cruz al centro y la imagen de la Virgen al fondo. Fue mi primera interacción consciente con los Misioneros del Espíritu Santo.
Después de la eucaristía, pasamos al festejo en el salón parroquial, donde un sacerdote y una religiosa vestidos de charro y china poblana respectivamente, bailaron sones con música de mariachi, entre antojitos y dulces mexicanos, ni siquiera el tequila faltó en ese festejo que unía a españoles y mexicanos en la capital española, era como si aún estuviera en México, fue una vivencia del mestizaje cultural y espiritual iberoamericano. Mi interacción con la espiritualidad promovida por Conchita Cabrera fue anterior, empezó viviendo un retiro de evangelización, participando en una pequeña comunidad cristiana y siendo catequista de documentos de la Iglesia, todo ello bajo el esquema del Sistema Integral de Evangelización (SINE) fundado por el P. Alfonso Navarro, Misionero del Espíritu Santo.
En ese tiempo también conocí un poco del pensamiento de la nueva beata mexicana en el libro De las virtudes y de los vicios; su impresionante obra misionera y evangelizadora generó en silencio las 5 obras de la cruz: Apostolado de la Cruz, Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús, Alianza de amor con el Sagrado Corazón de Jesús, Fraternidad de Cristo Sacerdote, y los Misioneros del Espíritu Santo.
¿Cómo le hizo una esposa y madre de nueve hijos para además de cumplir a cabalidad con esa ya de por sí demandante tarea, poder involucrarse en tan fecunda labor apostólica desde su condición de laica, mujer, madre y viuda? La respuesta parece sencilla y está en el nombre de sus obras: La Cruz y el Espíritu Santo.
Esta mujer mexicana verdaderamente ejemplar me ha hecho reflexionar sobre muchas cosas este fin de semana: el momento de los laicos en esta época, el papel de la familia y de la mujer, el fruto de la oración, la misión apostólica y el testimonio cristiano que da fruto en la sociedad.
Cuando la Iglesia beatifica a uno de sus miembros, propone sus virtudes como modelo a sus compatriotas, y aunque es para la eternidad, de manera especial para quienes vivimos en ese momento.
En la década de los ochenta, miles de católicos fronterizos fueron parte de los procesos de evangelización del SINE, y a muchos de ellos, su fe los llevó a participar de muchas maneras: algunos abrazaron vocaciones sacerdotales o religiosas, otros en grupos cívicos y políticos, de donde surgieron varios líderes que impulsaron la alternancia política en el estado de Chihuahua y que posteriormente se extendió a todo el país.
Muchas iniciativas de apoyo comunitario y educativo con énfasis en los más necesitados de la sociedad, son realizadas hasta hoy por laicos que asumieron desde entonces ese compromiso solidario. ¿Cuántos de ellos tuvieron su encuentro con Cristo a partir de los frutos de iniciativas de esta mujer que vivió hace un siglo?
¿Cuáles serán las nuevas gracias que Dios derramará en esta nación a través de las obras y ejemplo de esta fiel servidora suya? Beata Concepción Cabrera de Armida. ¡Ruega por nosotros!
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