La idea es reflexionar sobre la continuidad, dinámica y múltiples interacciones que experimentamos, y como esas diversas trayectorias de eventos y personas se convierten por momentos en parte de nuestra vida.
Normalmente inicio mis colaboraciones con la descripción de algún suceso, anécdota o texto que me da pie para desarrollar una reflexión con alguna referencia tomada de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), para finalizar con alguna propuesta; en esta ocasión voy a prescindir intencionalmente del primer y último párrafo de ese formato.
La idea es reflexionar sobre la continuidad, dinámica y múltiples interacciones que experimentamos, y como esas diversas trayectorias de eventos y personas se convierten por momentos en parte de nuestra vida. A pesar de que las conexiones son reales, los contextos y tiempos de las mismas nos permiten visualizar solo una parte de los eventos y sus actores, lo que necesariamente nos lleva a emitir juicios parciales y a tener perspectivas incompletas.
Dichas interacciones son tan efímeras y esporádicas incluso con nuestros familiares o amigos más cercanos, que solo por esta razón deberíamos ser más cautos al expresar juicios u opiniones. Por otra parte, nuestra necesidad de relacionarnos con personas y entornos nos obligan a realizar conjeturas basadas en experiencias previas similares, o relacionando lo que percibimos por los sentidos con la limitada información que tenemos a la mano.
Pensemos a manera de ejemplo, ¿Cuántas horas o minutos hemos observado, escuchado y conversado con nuestra esposa(o), hermana(o), hija(o), o mejor amiga(o) en la última semana? ¿Cuánto tiempo esa persona ha interactuado con otras personas en contextos distintos esa misma semana?
Nuestra dimensión social nos permite “completarnos” como personas, las relaciones con los demás nos definen y nos permiten ser mejores (o peores). Por ello es que la cantidad y tipo de vínculos que experimentamos en familia representan quizá la mejor oportunidad de mejorarnos y prepararnos para mejorar nuestras relaciones con los demás, y de esta manera estar disponibles para iniciar procesos de bien común en beneficio de la sociedad.
¿Es posible que nuestros graves problemas de violencia, impunidad y corrupción se deriven de nuestra manera de relacionarnos, y/o de nuestra incapacidad para promover procesos de paz, justicia y solidaridad? ¿Qué pasa cuando las familias no funcionan o se convierten en parte del problema?
Quizá se nos presente la tentación de pensar que son los demás los responsables de lo malo que vemos en nuestra comunidad, sin pensar que incluso solo por nuestras omisiones somos corresponsables directos de lo que pasa.
La DSI nos propone fortalecer la familia y las vivencias que nos enseñan a amar, a respetar, a ser solidarios, libres y responsables, tolerantes, constructores de paz a través de la justicia, a practicar las obras de misericordia que incluyen además de preocuparse por apoyar materialmente a los demás, también enseñar, corregir, consolar, y acompañar a quienes la vida nos presenta cada día para construir nuestra propia vida en la interrelación.
Como prometí, no hubo una experiencia que introdujera el tema, porque estoy seguro que ustedes tendrán muchas que lo hagan, y queda abierta porque cada quién decide lo que puede hacer, porque la vida es así, como gotas de agua que forman un caudal y dan vida en constante interacción y movimiento entre el cielo, la tierra y el cauce a recorrer.
Te puede interesar: Renuncias que son denuncias
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com