El tiempo más que ser una categoría arbitraria, se convierte en pedazos de nuestra vida o la interacción que tenemos con la vida de los demás.
Esta semana disfruté una experiencia maravillosa al conocer personalmente a varias personas a quienes había leído acuciosamente mientras trabajaba en mi doctorado: mujeres y hombres de ciencia con muchísimos años de experiencia en temas ambientales a lo largo de la frontera México-Estados Unidos. A algunos de ellos ya tenía el gusto de conocerlos y tratarlos, de cualquier manera, el ambiente era “familiar”, un grupo de investigadores de ambos lados de la frontera con diversas áreas de especialización que se puede describir como una “comunidad epistémica”.
Además, compartimos reflexiones y discusiones sobre problemas e instituciones ambientales binacionales con un nutrido grupo de estudiantes de posgrado de ambos lados de la frontera, mucho más jóvenes, pero con intereses similares. En un momento del ejercicio, una de las jóvenes investigadoras pidió a los mayores algunas ideas sobre el rumbo que debían tomar para abordar los nuevos retos que la frontera, el medio ambiente y las instituciones plantean.
Me recordó la reiterada invitación que formula el papa Francisco para promover la interacción entre jóvenes y adultos como una manera de fortalecer la identidad de las comunidades y aprovechar la experiencia de los mayores en la construcción de mejores sociedades.
El taller incluyó reflexionar sobre instituciones que están por cumplir 25 y 75 años, así que las referencias históricas fueron abundantes, en ese contexto la vinculación entre investigadores de distintas épocas provocó una riqueza de enfoques que me hicieron considerar una manera distinta de concebir el tiempo.
Para todos es evidente que el tiempo es relativo, que usamos convenciones arbitrarias para “medirlo”, sin embargo, también sabemos que el tiempo “pasa” a diferentes velocidades en nuestra vida e incluso en momentos de la vida cotidiana, a pesar de ello, casi siempre pensamos en la dimensión cuantitativa del tiempo.
Sin embargo, también podemos expresar el tiempo como un proceso que nos conecta entre generaciones, como experiencias humanas e interacciones que logran una trama intangible, donde la dimensión cualitativa es más relevante que la cuantitativa. ¿Nuestra vida transcurre en el tiempo, o el tiempo es en realidad nuestra vida y la de los demás?
¿Al decir que hay que dar tiempo de calidad, es más importante lo que hacemos en ese periodo, aunque dure lo mismo? ¿Qué queremos decir cuándo expresamos que no tenemos tiempo? En ambos casos se trata de lo que decidimos hacer con nuestra vida, o nuestro tiempo.
Entonces el tiempo más que ser una categoría arbitraria, se convierte en pedazos de nuestra vida o la interacción que tenemos con la vida de los demás. Las partes del tiempo se convierten en mucho más que minutos, horas o días, se convierten en nuestra vida en diferentes contextos, y a los cuales nosotros podemos aumentar o reducir su velocidad.
Recientemente leí un texto sobre la época actual que nos “condiciona” a vivir “de prisa”, lo cual podría llevarnos a acabar “más rápido” nuestra vida. Aunque habrá quienes piensan que en realidad es una manera de llenar de más vida el tiempo limitado que tenemos.
La decisión que cada persona toma sobre su tiempo, se convierte en una decisión que incide en el tiempo de los demás, y entonces el tiempo se convierte en una variable de fortaleza o debilidad social. Dar tu tiempo a otros se convierte en una forma de dar la vida. Espero que la breve interacción que ofrezco a través de este texto sea significativa, que se convierta en un encuentro intangible pero real, una conexión atemporal que mejore la vida-tiempo de otros.
Te puede interesar: Empresa de locos
@yoinfluyo
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com