Como parte del ambiente de corrupción que permea el ámbito político, se hizo público esta semana que dos de los candidatos que se proponían para ser fiscales anticorrupción en México, fueron descartados porque habían plagiado la ponencia que debían elaborar para acceder al puesto; luego se dijo que el legislador que había encontrado el plagio también fue acusada de algo similar; y por otra parte, una candidata gubernamental a un puesto del máximo órgano de manejo de información estadística, también se le señala por el mismo problema.
La situación me hizo recordar la anécdota bíblica de la adúltera que antes de ser ejecutada a pedradas fue presentada a Jesús. Él invitó a quien estuviera libre de pecado a que arrojara la primera piedra. Todos se fueron y dejaron solos a Jesús y a la adúltera. A veces así parece en la política, que no hay en quien confiar.
Frente a tantos problemas de corrupción alguien tiene que dar el primer paso hacia un proceso de saneamiento social. En el caso de la adúltera fue ella misma, Jesús le dijo, no te condeno, “vete y no peques más” (Jn 8,11). A partir de reconocer el mal se puede iniciar el proceso de cambio, y éste quizá no será iniciado por alguien sin pecado, pero si arrepentido y en proceso de transformación.
En otra ocasión, Jesús inició una conversación con una samaritana, a pesar de que en la cultura judía no se acostumbraba hablar con mujeres y se menospreciaba a los habitantes de Samaria; para agravar la situación, ella vivía con su quinta pareja que no era su esposo. El resultado práctico de la conversación fue la conversión de ella, que la llevó a anunciar a Jesús a todo el pueblo, y luego muchos en el pueblo creyeron en Jesús y le pidieron que se quedara con ellos. Una verdadera misionera.
La invitación de Cristo a hablar y mostrar misericordia a los considerados pecadores públicos, a quienes son menospreciados por este mundo de distintas maneras, se renueva con el llamado del Papa Francisco a ir a las periferias, a mostrar misericordia a cada persona que encontremos, sin importar su “condición”.
Es difícil entender que muchas veces los excluidos, los considerados menores, los pecadores públicos, aquellos señalados por ser parte de familias rotas, las madres o padres solteros, los hijos huérfanos o bastardos, los divorciados, o aquellos que purgaron una condena hayan sido o no culpables, o los migrantes, son a los que Dios escoge para llevar su mensaje a los demás.
Los cristianos en la política o en el trabajo que se consideran gente de bien, muchas veces no son capaces de dar testimonio de Dios por corrección política, por falta de compromiso, porque prefieren parecer buenos a arriesgarse a ser señalados por algún error o caída, y muchas veces caen en la mundanidad de las prácticas comunes de corrupción escudándose en que “así son las cosas”, o “yo no me manché las manos con dinero”, pero tampoco se arriesgan a trasformar su realidad.
Es fácil señalar a los demás por corruptos y pecadores, y no ser capaces de acercarnos a otros para cambiar los procesos que están mal en nuestra comunidad; si juzgamos difícilmente, podremos reconocer nuestros propios errores y dar el primer paso hacia la transformación.
Jesús nos muestra que el cambio se inicia a partir de la fe del pecador que reconoce su pecado. En esta Cuaresma seamos como la samaritana y digamos a los demás: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho” (Jn 4, 29). Y reconozcamos que muchos a quienes en silencio juzgamos pecadores, son más capaces de reconocer el amor y la misericordia de Dios y transformar el mundo.
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