Ante la ausencia de préstamos, empeños o redes de solidaridad en la sierra de Chihuahua, las circunstancias pueden hacer que la necesidad se acumule por varios días.
Una pareja de ancianos se acercó a una amiga para pedir comida en una remota comunidad indígena en la sierra de Chihuahua, no hablaban español, cubiertos de polvo de sabrá Dios cuántos kilómetros y días de camino, llegaron con la angustia, el hambre y el cansancio reflejados en cada centímetro de sus cuerpos, no pedían para ellos, a señas pedían algo para el niño que los acompañaba.
No fueron los únicos, en distintas comunidades donde algunos voluntarios habían visitado y acordado apoyar a los indígenas para construir cosechas de agua, desaparecieron los habitantes. Muchos indígenas que habitan en la sierra tarahumara salieron de sus comunidades para buscar que comer. Esta situación tiene distintas explicaciones, no todos los casos son iguales, y tampoco sucedió en todas partes.
Para quienes vivimos en la ciudad es difícil entender los delicados equilibrios que existen en las zonas de marginación en la sierra; no es que en la ciudad no exista marginación, de hecho, en las ciudades hay más cantidad de personas en esa condición que en la sierra; sin embargo, la manera de afrontar su realidad es distinta, ya que los apoyos solidarios tanto de particulares como entidades públicas están más a la mano.
En las ciudades hay mucha gente que “vive al día”, esto significa que, si un día dejan de tener el ingreso “normal” por su trabajo, tienen que recurrir a préstamos, empeños o a la solidaridad de algún miembro de la familia, amistades o alguna institución. De alguna manera las redes de apoyo y los mecanismos alternativos están a la mano, la vida se complica, hay que hacer un esfuerzo extra, optar por actividades informales e incluso ilegales para compensar su necesidad.
En las comunidades que existen en lo más profundo de la sierra también una gran cantidad de gente “vive al día”, excepto que, ante la ausencia de las posibilidades de préstamos, empeños o redes de solidaridad en su entorno, las circunstancias pueden hacer que la necesidad se acumule por varios días.
Este año hubo sequía durante el verano, la temporada de estiaje normalmente termina con las primeras lluvias en junio que permiten que escurra el agua en arroyos y manantiales; en la sierra no existen sistemas de riego, presas u otros mecanismos que les permitan aguantar el retraso de las lluvias, por otra parte, la siembra no es para comercializar, sino de subsistencia, por lo que, frente a una temporada seca, se presenta el hambre.
Las lluvias se retrasaron y empezaron a llegar en septiembre y octubre, ya para entonces no es posible hacer la siembra de temporal ya que se acerca la temporada de frío. Tradicionalmente existían programas de gobierno que podían proveer de alimentos a las comunidades en este tipo de circunstancias, sin embargo, este año el gobierno federal decidió cambiar sus reglas, programas y mecanismos de apoyo; quizá en condiciones climáticas normales no hubiera sido tan grave el efecto, pero no fueron condiciones normales.
La opción entonces de los indígenas de varias comunidades fue la de convertirse en nómadas en búsqueda de agua, alimento y trabajo, comunidades enteras desaparecieron, “vivir al día” sin mecanismos de soporte solo deja esa alternativa, migrar, caminar en busca de la supervivencia. En algunos casos, esta condición también deja a los indígenas a merced de actividades ilícitas.
Vivir al día es una condición extrema, límite, sin muchas opciones de maniobra, en la sierra esta condición se vuelve aún más grave. La soberbia de las ocurrencias políticas generadas desde un escritorio gubernamental a kilómetros de distancia, hace invisibles a los marginados; y el discurso presidencial de “primero los pobres”, se escucha como una carcajada siniestra en el fondo de la barranca.
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