Ayudar a construir la opción solidaria, incluyente y desde lo local ayuda a fortalece el tejido social, la solidaridad, la economía civil y la innovación política.
La imagen de una persona vendiendo en la calle sombreros con un letrero que dice “cambio por comida”, o la del niño que cambia sus juguetes por una despensa nos presentan con desgarradora elocuencia la dimensión de la crisis económica agravada por la pandemia.
Nada será igual después de la emergencia sanitaria; ahora vivimos en un proceso de transición y ajuste que no permite saber cómo será la “nueva normalidad” y menos en cuánto tiempo se logrará. Los cambios, la incertidumbre y el exceso de información nos abruman y angustian. Con más razón debemos de esforzarnos por tener paz, tranquilidad y claridad en la toma de decisiones que definirán cómo viviremos en el futuro próximo.
Por un lado, hay una evidente movilización solidaria y fraterna de apoyo a los profesionales de la salud, a los enfermos, y a quienes de por sí ya tenían problemas económicos y ahora están padeciendo la falta de trabajo y dinero que se acentúa día a día. Al mismo tiempo, hay quienes buscan capitalizar políticamente los apoyos que se necesitan durante las crisis sanitaria, económica y social que apenas inician.
En México se están construyendo dos caminos para enfrentar la situación: uno, encabezado por el gobierno federal, que busca centralizar las decisiones políticas y los recursos públicos sin acuerdo con otros actores sociales, económicos o políticos, y otro, que parte de las ciudades, estados y regiones, que busca fortalecer el federalismo, con el acuerdo y la inclusión de distintas instituciones y actores políticos, económicos y sociales.
El camino que está construyendo el presidente obedece a una lógica populista y clientelar, que pasa por encima de leyes e instituciones, incluyendo las del propio gobierno federal, con una estrategia de gastar el recurso público ahorita sin fortalecer la economía o el empleo, dejando en peor condición de vulnerabilidad a la mayoría de la población por los próximos años.
El otro camino se está desarrollado a partir de iniciativas de la sociedad que incluyen grupos sociales, iglesias, empresas y ciudadanos que han logrado generar recursos para proteger al personal sanitario, así como mecanismos de apoyo material y psicológico para quienes sufren por el desempleo y la incertidumbre.
Algunos gobiernos estatales y municipales también han decidido tomar medidas que, además de proteger la salud de la población y apoyar la infraestructura de salud, generan medidas frente a la crisis económica y el desempleo. En algunos casos se coordinan con empresarios y trabajadores para definir incentivos concurrentes, y plantear mecanismos para mantener el empleo en las condiciones de cuarentena, que obliga a muchos a cerrar o reducir su operación.
En algunas ciudades y estados, ya se están dando sinergias entre iniciativas de grupos sociales, religiosos, y empresariales con gobiernos locales. Es un proceso que va de abajo hacia arriba, de la periferia hacia el centro, de la cercanía de los problemas hacia la suma de esfuerzos. A partir de estas coordinaciones locales, diversos actores institucionales proponen un acuerdo nacional, una suma de esfuerzos para atender las distintas crisis.
Estas dos perspectivas: una clientelar y centralista; otra, solidaria, incluyente y desde lo local, estarán presentes en la definición de la “nueva normalidad” política e institucional posterior a la pandemia, son dos caminos en construcción que llevan a destinos muy diferentes. Mi posición, y al mismo tiempo mi invitación, es ayudar a construir la opción solidaria, incluyente y desde lo local, porque fortalece el tejido social, la solidaridad, la economía civil y la innovación política.
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