Hace un par de meses un amigo dirigente empresarial fue secuestrado en un estado del Golfo de México. El día de su secuestro había estado llamando a sus contactos en la policía y el gobierno para ayudar a liberar a una jovencita que llevaba días secuestrada. Su fe en Dios, y como él reconoce, la oración de cientos que pidieron por su libertad le dio la paz y finalmente la libertad de sus captores.
Un prominente directivo académico fue asesinado en su automóvil después de ser asaltado al salir de misa, murió en los brazos de su esposa que fue testigo del crimen. A ella la conozco desde joven, pues asistíamos a la eucaristía al mismo templo donde recién perdió al padre de sus hijos. Otro amigo me comentó su impacto e impotencia porque participó ese día con su familia en la misma celebración eucarística.
El empresario secuestrado compartió con algunos estudiantes su experiencia y les hizo ver que, a veces en la vida empresarial, hay quienes piensan que “los negocios son negocios” y que por tanto los valores que se sostienen en la familia y el templo sobre la dignidad de la persona, se olvidan o se rechazan al convertir a las personas en mercancías. Él se dio cuenta que fue tratado como una mercancía que valía en función de lo que su familia pagara por su recate.
En el caso del asesinato afuera del templo, el robo ya se había consumado y nada impedía a los ladrones huir; sin embargo, uno de ellos regresó y disparó a la cabeza del académico. En este caso, ni siquiera era el dinero lo importante, sino un grado de inconciencia o desprecio por la vida que provoca que en un abrir y cerrar de ojos se arrebate una. En un ambiente donde los asesinatos se vuelven cotidianos, es posible que la conciencia del valor de la vida se pierda día a día casi sin darnos cuenta.
Hace no más de tres meses fui testigo de la llegada de una mujer que buscaba abortar, a un hospital. La tranquilidad con la que se llamó a un doctor para que practicara el aborto me estremeció. Al llegar el “médico”, le explicó el costo asociado al “procedimiento”, incluyendo los gastos del hospital, y ella decidió finalmente no abortar porque ¡no pensaba que fuera tan caro!
No puedo dejar de pensar en lo absurdo que siempre me ha parecido que haya “médicos” que llamen “producto” al bebé en el vientre materno, inconscientemente se puede equiparar a cualquier otro producto y evitar enfrentar la realidad de estar tratando con una vida, aunque delicada, y por tanto, con más necesidad de atención y cuidado.
El desprecio por la vida que podemos observar cuando a las personas se les considera mercancía, producto o alguien desechable, es una de las confusiones fundamentales en nuestra época, que con mayor frecuencia genera políticas que atentan contra la vida y la seguridad de las personas en vez de protegerlas.
Desde los constituyentes de la Ciudad de México que buscan promover “derechos” que atentan contra la vida y la familia, sin atreverse a garantizar el derecho a la vida que está consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y que es prerrequisito de todos los demás: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”… Hasta los diputados federales que esta semana quieren aprobar el aborto legal en México, valiéndose de tecnicismos que enmascaran el desprecio por la vida y la seguridad de las personas más vulnerables.
En una época donde la abundancia de información implica paradójicamente una fuente de “desinformación” y confusión, es necesario obligar a los políticos a atender primero la realidad y las necesidades de la gente, empezando por llamar a las cosas por su nombre, promover y respetar la vida y la familia, para brindar mayor seguridad y paz a la comunidad.
Si se promueve la cultura de la muerte empezando por los más débiles, el secuestro, el robo, la violencia y el asesinato se justifican o se toleran fácilmente; si por el contrario promovemos la cultura de la vida, el respeto por los demás nos llevará a un ambiente de paz y justicia que todos necesitamos.
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