La muerte es siempre una tragedia, sin embargo, la cercanía de quién muere hace una diferencia en nuestro ser y en la manera en que reaccionamos frente al hecho. Esa cercanía puede ser afectiva, familiar, pero también física, cuando estuvimos cerca del evento.
Recuerdo el dolor, la impotencia y el estado de shock del médico de guardia que estaba en el hospital cuando murió mi padre; le llamé porque me parecía que mi papá había dejado de respirar, nos pidió salir de la habitación, confirmó su muerte y se retiró a su oficina sin decir palabra, después de un rato lo fui a buscar y lo encontré perturbado y desconsolado, me dijo que era el primer paciente que moría bajo su resguardo.
Cuando la violencia crece, existe la posibilidad de que nuestra conciencia y reacción frente a la muerte se modifique, se “cauterice” y nos haga insensibles, o nos lleve a la negación o no aceptación como mecanismos de defensa, sobre todo cuando las muertes no son en nuestro entorno cercano, esto alimenta la espiral de violencia, crimen e impunidad.
Así los miles de muertos y desaparecidos de los últimos años en el país parecen convertirse en cifras de una insoportable levedad, como si la conciencia colectiva de nuestro país nos llevara a asumir que la tragedia es evidencia de la banalidad de la muerte, por lo que no exigimos respuesta.
Este fin de semana fue asesinado un estimado ser humano, alegre y trabajador, empresario y miembro de nuestra familia ampliada, el dolor, la frustración e incertidumbre es mayor respecto a otras muertes, y más por la forma, ya que no es lo mismo experimentar la cercanía de la muerte en un contexto de una muerte natural, que a partir de un accidente o de un crimen.
Está la primera reacción de dolor y solidaridad con la familia, el acompañamiento en el silencio, en la oración o en la cercanía y en las palabras de condolencia; después la memoria de la persona que ya no está y de los momentos compartidos, hasta llegar a las preguntas, a la impotencia y al dolor: ¿Por qué él? ¿Cómo sucedió? ¿Cómo fue posible?
Y nadie vive igual estas experiencias, ya que mientras más cercana es la persona, más te afecta su muerte, y además cada quién reacciona de diversas maneras y en diferentes momentos, desde las lágrimas, el dolor, la incertidumbre, la impotencia, la rabia, hasta los deseos de venganza, o de justicia, pero también la aceptación y el perdón.
Experimentar la muerte de cerca, también nos lleva a reflexionar sobre nuestra vida, sobre nuestra propia muerte o la de otros cercanos, y nos mueve la consciencia y las entrañas respecto a la experiencia de miles que como nosotros han perdido a alguien cercano. Es un momento para mirar en solidaridad y explorar la posibilidad de movernos y no esperar a que nos toque, sino de buscar opciones frente el dolor evitable, porque una vida arrebatada por un crimen reclama que no haya impunidad para que no les pase a otros.
El aumento de la violencia y la falta de justicia son un reclamo explícito a nuestra forma de organizarnos. Es un tema complejo y por lo mismo no es sólo responsabilidad de los gobernantes sino de toda la sociedad, pero en diferentes roles, en las campañas políticas se abre la posibilidad a la sociedad de exigir y proponer a los candidatos compromisos concretos para construir la paz y el bien común, y también la oportunidad de exigir a las diferentes instancias de gobierno, eficacia en su obligación de brindar seguridad y combatir la impunidad.
Estimado Rubén, nos quedamos con el recuerdo de tu sonrisa y alegría, de tu tesón y servicio; las abundantes y preciosas flores en tu funeral son un gesto silencioso del amor que engendraste en tu familia y en cientos de personas, que el Señor le de fortaleza y consuelo a tus familiares, y que a ti te tenga en Su gloria. ¡Descansa en paz!
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com