La cuaresma es un tiempo de preparación para dar gracias y celebrar bien dispuestos la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Está inspirada por el período en que a Jesús “el Espíritu le empuja al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás.” (Mc 1, 12.13) La Iglesia recomienda en este tiempo la práctica de la oración, el ayuno y la limosna.
Vivimos en una época donde la cultura al cuerpo esbelto hace que muchos practiquen ejercicio en gimnasios, que guarden dietas estrictas para mantenerse en forma; también el estrés de la vida urbana hace que otros practiquen la meditación, el yoga, y algún tipo de alimentación vegetariana para encontrar alguna sanación o equilibrio espiritual.
El ayuno, el ejercicio y la oración parecen pues prácticas que no deberían ser difíciles en esta época, sin embargo, a pesar de sus evidentes beneficios, por alguna razón no son de uso generalizado por todos los cristianos.
La parte que se refiere a la limosna, o ayudar a los demás, es la que distingue particularmente la práctica cristiana durante la cuaresma, ya que no busca el beneficio personal sino el de los demás en primera instancia, aunque también redunda en beneficio propio espiritual, solo que en el caso de la oración y el ayuno, aunque la intención sea religiosa y de preparación, tiene primero un efecto benéfico en quién lo practica.
La cuaresma es pues una oportunidad para que el Espíritu nos empuje al desierto, un espacio propicio para la oración y el ayuno, dónde podemos reconectarnos con nosotros y con Dios, es un tiempo de preparación, como en los gimnasios, dónde poco a poco se progresa en el tipo de ejercicio que uno realiza, y el cuerpo se va acostumbrando hasta estar “preparado” para una competencia.
Imaginen llegar a Semana Santa con un cuerpo más sano, con la mente en paz, reconciliado con todos aquellos a quienes hemos pedido perdón o les hemos hecho algún servicio, dispuestos a enfrentar injusticias y a dar testimonio de la verdad, metafóricamente llegaríamos entonces con un verdadero vestido blanco a la fiesta de la resurrección en domingo de Pascua.
En el desierto se siente calor, frío, hambre, sed, soledad y miedo. Caminar por el desierto significa prepararnos a un buen combate, salir de nuestra comodidad, enfrentar las tentaciones, nuestros miedos, nuestras inseguridades, reconocer nuestras omisiones y faltas contra los demás, abandonarnos a la providencia de Dios que permita fortalecer nuestro cuerpo y nuestro espíritu para luego regresar a la ”ciudad” a mostrar la ternura y misericordia de Dios con nuestras acciones.
Cada uno de estos 40 días ¿Cuánto tiempo dedico a la oración? ¿De qué cosas puedo privarme para sentir el “hambre” en el desierto? ¿Cómo estoy dispuesto a atender las necesidades de los demás y de la naturaleza? ¿Estoy dispuesto a caminar por el desierto y dar la lucha?
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