Durante los procesos de separación de los padres, los hijos sufren las consecuencias de la indefinición legal y de los cambios de entorno familiar y escolar.
Conocí a una joven adolescente que antes de llegar a la mayoría de edad, ya ha vivido con cuatro diferentes familias y en un albergue. Su historia contiene muchos rasgos que se pueden encontrar en un número cada vez mayor de niños y jóvenes que deben afrontar la vida fuera de un entorno familiar estable, que en no pocos casos incluye además violencia y abuso. Son los niños sin hogar.
Sus papás se separaron cuando ella aún estaba en primaria, su mamá inició una nueva relación sentimental y la separó de sus hermanos menores enviándola a vivir con una tía por un tiempo; su papá peleó y obtuvo la custodia de ella y sus hermanos, por lo que antes de un año, ya estaba viviendo en su tercera familia, ahora con la nueva relación de su papá; unos pocos años después fue rescatada de esa familia donde sufría golpes y maltrato y fue enviada a un albergue de gobierno.
Familias de Acogida es uno de los programas que han tenido que construir los gobiernos para atender la realidad de niños y niñas abandonados por sus papás, o que por distintas circunstancias no pueden ser atendidos por ellos, desde problemas de violencia, abusos, drogas, cárcel, o simplemente abandono.
Por involucrar familias desunidas con razones o circunstancias controvertidas en su separación, los procesos legales suelen ser muy tortuosos y largos, mientras los hijos además de la falta de cariño y soporte, sufren las consecuencias de la indefinición legal y de los cambios de entorno familiar y escolar.
Las familias extendidas normalmente son la primera línea de apoyo, y en muchos casos se logran generar espacios de desarrollo familiar exitosos, sin embargo, una cantidad importante de situaciones de abusos y violencia se producen por parte de familiares; otro tipo de apoyo a los pequeños se presenta en contextos de las nuevas familias formadas por el padre o la madre; lamentablemente también sucede que las nuevas parejas en ocasiones entran en conflicto o abuso para con los menores.
Los albergues son la siguiente línea de apoyo a menores, solo que cada vez hay más hijos abandonados con problemas de todo tipo, y las políticas públicas parecen no dar abasto a estas nuevas realidades de rompimiento familiar. Ciertamente, existe otra triste alternativa a esta realidad: la calle y/o la trata de menores, que fácilmente derivan en redes de prostitución, o de crimen organizado.
Frente a esta desgarradora realidad que nos confronta, necesitamos promover todos los mecanismos públicos o privados posibles para fortalecer la unidad familiar, incluyendo la preparación de los jóvenes para el noviazgo, o las familias sustitutas, desde las iglesias, las asociaciones y el gobierno.
Finalmente, se hace necesario el compromiso de líderes participando en organismos de la sociedad civil, o en diferentes áreas de responsabilidad pública, ya sea en las legislaturas, la administración pública, o en la procuración de justicia, para que con la mirada puesta en el deber ser se afronten los nuevos retos, y se manifieste el amor y la solidaridad a través de políticas públicas creativas que mejoren los procesos de adopción, las familias de acogida, y otras opciones que respondan a los niños sin hogar.
Todos los niños merecen un hogar donde sean amados, y si no fue así, no podemos dejar de luchar para que así sea. Nuestra protagonista recientemente terminó su trámite dentro del programa de Familias de Acogida que le permite ahora vivir con una familia sin ser legalmente adoptada en lugar del albergue. Ella mantiene viva la esperanza y sigue sonriéndole a la vida.
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