La raíz del socialismo es entender al Estado como el primer agente, el primer responsable de la vida social.
¿Novedad política? O términos que hemos de tener muy claros ante las próximas elecciones.
Ya desde mediados de los años noventas, en los países occidentales se comenzó a hablar del surgimiento de un nuevo término: la “democracia intolerante” (illiberal democracy).
Para poner un rápido ejemplo, en las elecciones de 1996 en Bosnia, que en teoría iban a restaurar la vida cívica de un país devastado, R. Holbrooke, diplomático norteamericano opinaba que “suponiendo que la elección en este país hubiera sido declarada libre y justa”, pero que aquéllos a quienes se eligieron eran “racistas, fascistas, separatistas y opuestos a la paz e integración”, entonces, ¿qué hacer ante este dilema?
Efectivamente, este fenómeno se ha dado mundialmente no sólo en la antigua Yugoeslavia, ya que regímenes electos democráticamente, a menudo ignoran los límites constitucionales a su poder, limitando los derechos básicos y libertades de los ciudadanos.
Desde Perú a la Autoridad Palestina, desde Sierra Leona a Eslovaquia, desde Pakistán a las Filipinas vemos el surgimiento de un fenómeno preocupante en el concepto internacional: la “democracia intolerante”, esto es, oposición o carencia de liberalismo.
Si nos referimos al lenguaje popular, la expresión se usaría para describir una actitud de mente cerrada, intolerante y prejuiciosa. Esto nos dará pauta para darnos cuenta si el llamado “puntero” en las encuestas a la próxima elección presidencial posee de alguna manera estas características.
La democracia intolerante posee además otras características más amplias si ponemos como ejemplo las de Rusia y Venezuela como regímenes que no aceptan o reprimen el desacuerdo popular. Nuevamente podríamos reflexionar si al final del debate presidencial televisado, alguno de los candidatos salió de allí enojado por cerrarse a aceptar alguna discrepancia con sus ideas y su rechazo a escuchar verdades sobre sus equivocadas propuestas y sus fracasos políticos pasados.
El liberalismo intolerante ha sido asociado al autoritarismo político y en su centro está opuesto a las nociones liberales clásicas de los derechos individuales protegidos igualmente tanto por el gobierno como por la ley y por tanto es hostil a la libertad de conciencia y de expresión.
Una de las versiones más extremas de esto se encuentra en Venezuela posterior a Chávez. Sin embargo, existe otra versión menos radical de intolerancia que consiste en negar el derecho a la libre expresión y la igualdad ante la ley; es también el control de cómo piensa y se comporta la gente. Esto es realmente una amenaza al sistema democrático y hasta para la cultura política llamada ‘liberal’. La liberación ahora es enfocada en grupos, no en individuos, y el desacuerdo es considerado no como un derecho individual de conciencia, sino como arma política para derrocar la moralidad tradicional.
Hemos de recordar una y otra vez en estos tiempos en que se habla más de política, que el “totalitarismo” es un Estado que se piensa originario de la ley, creador de los deberes de los ciudadanos y ello, aunque se revista con los ropajes de la democracia.
El académico, autor y doctor Carlos Llano (“Los Fantasmas de la Sociedad Contemporánea”, Trillas, 1ª Ed. 98) decía que “en cuanto la sociedad se rige como autoridad suprema para señalar al hombre sus fines éticos, ya no importa mucho el mecanismo—democrático o dictatorial—mediante el que tales fines se señalen.. La permisividad de la drogadicción o el aborto o la pornografía equivale a un acto dictatorial frente a la naturaleza del hombre, porque el Estado se atreve a permitir que se contradigan ¡en nombre de la sociedad! a esas leyes naturales, reguladoras del ser del hombre, que están por encima de la sociedad misma.”
En estos tiempos presentes y ante la posibilidad de llegar a tener un gobierno izquierdista después del 1º de julio de este año, deberíamos reflexionar sobre la mentalidad neo-socialista. Hemos de saber que la frontera divisoria entre el socialismo totalitario y el sediciente socialismo democrático, no es tan firme como pareciera.
El socialismo totalitario ‘democrático’ es mucho más que un sistema político en el que se ha suprimido la propiedad privada. La raíz del socialismo es entender al Estado como el primer agente, el primer responsable de la vida social, de tal manera que los fines éticos del hombre y las acciones que los individuos hagan para lograrlos, deberán concebirse como esencialmente posteriores a la gestión estatal.
En el socialismo democrático, el sentido ético de la vida civil deberá atenerse no a los dictados de Dios, sino a los dictados de la mayoría –de allí que algún candidato presidencial repita lo de que todo se someta a “consulta popular”–, esto como técnica para suministrar un contenido, pero ¿será moral? ¿social? a los valores de la convivencia.
En un socialismo en el que en un futuro pudiera acontecer en nuestro país, el Estado es el que fabrica la ética para el ciudadano y en cuanto a esto, puede también cambiarla, basado en la fuerza o en razones cuantitativas, por más que se les llame razones democráticas.
El Dr. C. Llano pone un buen ejemplo:
“Marx dijo a los filósofos que bastaba ya de contemplar al mundo, porque lo que había que hacer era transformarlo”. Esta palabra transformación o “cambio” hoy se encuentra en los ofrecimientos de algunos candidatos, sobre todo en el de izquierda como término demagógico utilizado hasta el cansancio. Pero nos dice el Dr. Llano que: “si nosotros tendríamos que decir a los teóricos de la política otro tanto, pero al revés: — Basta ya de transformar al mundo al antojo de sus teorías y respeten, contemplándola, la patente verdad humana.”
Volviendo a la democracia intolerante derivada de algunos de los fenómenos descritos, la nueva izquierda ignora el liberalismo antiguo, que hablaba del individualismo y la responsabilidad moral como ‘tolerancia represiva’. Ahora, esta nueva democracia con tendencia de izquierda se enfoca en grupos, no en individuos, y el desacuerdo ya no es considerado un derecho individual de conciencia, sino un arma política para derrocar a la moralidad tradicional.
De acuerdo con la nueva izquierda, es justificable cerrar completamente los puntos de vista de la clase gobernante –de allí que se hable de la mafia del poder–, mafia que se hará fuerte en cuanto entre al poder precisamente la izquierda.
A partir de aquí, podremos esperar cualquier cosa, comenzando por el cambio que habrá del concepto de “virtud”. En el nuevo sistema, la moralidad tradicional se convertirá en una fuerza de represión, la virtud se politiza y se define ideológicamente; ya no es vista como medida de responsabilidad personal o como derecho de conciencia individual, sino como una medida del bien colectivo que supuestamente el gobierno ha de garantizar.
Ante este panorama, no me queda más que decir que es crucial tener en mente claras normas morales. Estas normas morales deben extenderse a las comunidades en sus prácticas sociales, animados por la convicción de que son parte de su prosperidad humana.
Cuando el partidismo político y la ideología cieguen la búsqueda de la verdad, las sociedades se colocan en un camino peligroso cegándose a sí mismas, cuando necesitan de más claridad. Por tanto,
“Si concebimos como autoridad máxima a Dios, entonces la autoridad humana se trivializa”.
(Profesor de Teología Randall Smith. Univ. St. Thomas, Houston Texas USA)
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