Dentro de su actividad académica don José de Jesús Ledesma Uribe propuso y llevó a cabo con éxito una completa reforma del plan de estudios de la carrera de Derecho.
Confieso que empiezo a escribir estas líneas con justificado temor.
El temor que supone no estar a la altura del gran personaje a quien le dedicamos este comentario y que es todo un aristócrata de altos vuelos.
Un aristócrata no solamente porque pertenece a una de las familias mexicanas de más rancio abolengo, cuya nobleza le viene de varias generaciones.
Un aristócrata de la cultura y, de modo muy especial, de la virtud por tratarse de un caballero que vive coherentemente los valores que ha defendido y difundido durante más de medio siglo.
Me refiero a mi admirado maestro el doctor don José de Jesús Ledesma Uribe, jurista, historiador, experto en música clásica, catedrático y –lo más importante de todo– un excepcional ser humano.
En este gran caballero de la pluma y de la tribuna bien puede aplicarse con justicia aquello que Miguel de Cervantes pone en labios del Caballero de la Triste Figura: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho” (El Quijote. Parte Segunda. Capítulo XXV).
Y es que el doctor Ledesma ha sabido combinar sus viajes culturales a lo largo de nuestro ancho mundo con las horas de investigación pasadas dentro de archivos y bibliotecas.
Don José de Jesús nació en la Muy Noble y Leal Ciudad de México el 14 de febrero de 1942, siendo el tercer hijo del ejemplar matrimonio formado por doña María de la Luz Guadalupe Carlota Uribe Labastida y por don José de Jesús Ledesma Labastida.
Fue allí, en el ambiente propio de un hogar católico, donde se modeló su personalidad. Y no era para menos pues su madre era una mujer de gran cultura ya que poseía altos estudios, en tanto que su padre, aparte de abogado, era catedrático universitario.
El matrimonio Ledesma-Uribe supo coordinarse admirablemente en la difícil tarea de sacar adelante a sus seis hijos puesto que mientras él luchaba por conseguir ingresos, ella se mostraba excelente administradora del dinero que recibía para el gasto doméstico.
Exalumno del Instituto Patria en donde la formación impartida por los sabios y virtuosos sacerdotes de la Compañía de Jesús fue para José de Jesús como un sacramento ya que le imprimió el carácter de investigar la Verdad con el deseo de que fuese la Justicia la que imperase.
El ambiente familiar que le rodeaba era el propio de una casta de abogados puesto que su padre, sus abuelos y dos bisabuelos fueron egresados de la Escuela Nacional de Jurisprudencia.
Ante tales antecedentes, lo más natural era que el joven José de Jesús se decidiera por la abogacía y que, consecuencia de dicha decisión, se inscribiese en la Escuela Libre de Derecho, en donde, junto con su flamante título de abogado, obtuvo, el 13 de agosto de 1964, una muy merecida mención honorífica.
El doctor Ledesma, durante más de cuarenta años impartió en la Universidad Iberoamericana las cátedras de Derecho Romano e Historia del Derecho en México, lo cual le valió que le concedieran, en 2011, la medalla de oro Ignacio de Loyola.
Años antes, en 2002, la Escuela Nacional de Jurisprudencia le había concedido la medalla del mismo nombre. Y es que la actividad docente de nuestro personaje no solamente se enfocó a la Ibero, sino que sembró también sus semillas en otras universidades como es el caso de la Panamericana y de la UNAM, esta última donde fue secretario académico de la Facultad de Derecho.
Pues bien, si fecundas han sido sus cátedras, más fecunda aún ha sido su producción jurídica puesto que es autor de los cuatro tomos de la Historia de la Universidad Iberoamericana, así como de dos obras que considero básicas para entender lo medular de la ciencia jurídica: El Cristianismo y el Derecho Romano y El Derecho es un reflejo de la luz del mundo.
Dentro de su actividad académica propuso y llevó a cabo con éxito una completa reforma del plan de estudios de la carrera de Derecho.
Una obra de incalculable valor puesto que la misión del estudioso del Derecho es comparable a la del gran estratega que hace los planes para ganar no tanto una batalla sino más bien la guerra, dejándole a los técnicos y tácticos (legisladores y abogados) la responsabilidad de afinar los detalles necesarios para conseguir el triunfo.
Y es que, si no existe una sólida doctrina jurídica, los legisladores jamás podrán legislar con apego a la justicia y a la realidad histórica.
Y si los legisladores son incapaces de dar buenas leyes, la confusión será tal que todo se volverá un desorden.
Pues bien, uno de esos estrategas del Derecho es el doctor Ledesma, quien me distingue con su amistad, quien me concedió el honor de ser mi director de la tesis con la que me recibí de abogado en la Ibero y a quien siempre admiré y respeté como si fuese un hermano mayor.
Es este un caballero mexicano ejemplar, un sabio en la total acepción de la palabra, un piadoso católico.
Un hombre que dentro de sus Memorias expresa unos valiosos pensamientos que deberían tener presentes aquellos legisladores que hacen leyes al vapor y sin detenerse a pensar si son justas, adecuadas a la realidad y –lo más importante– si persiguen o no el Bien Común. Citamos textualmente:
“Estoy inconmoviblemente a favor de la vida salida de las manos del Creador. Por ello, no rotundo al aborto provocado, no a la pena de muerte, no a la manipulación genética fuera del matrimonio tradicional que es el único, no al matrimonio igualitario como tal, es otra figura y por lo mismo, no a la adopción de parejas del mismo sexto. Sé que voy contra corriente, pero estoy cierto de que llegará el tiempo en que esos valores tradicionales resplandecerán” (Memorias de una vida. Editorial Torres Asociados. Página 347)
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