Roma tiene bien merecidos esos tres Óscares que ganó por mejor director, mejor fotografía y mejor película extranjera.
No nos cabe la menor duda y ello es algo público y notorio que la gran noticia dentro del mundo del espectáculo ha sido en estos días la entrega de los famosos y tradicionales premios Óscar.
Tal y como se esperaba, nuestro compatriota Alfonso Cuarón fue uno de los grandes triunfadores ya que su película Roma obtuvo tres importantes premios: Mejor director, mejor fotografía y mejor película extranjera.
Esto es algo que nos enorgullece a todos los mexicanos, especialmente si tomamos en cuenta que, por medio de su premiado film, se trata un tema que durante años ha sido soslayado: la triste situación en que viven nuestros indígenas.
La gran protagonista de la película es Cleo, magistralmente interpretada por Yalitzia Aparicio quien da vida a la discreta, sumisa y en todo momento imprescindible trabajadora doméstica quien, a base de trabajo, tenacidad e interés por quienes les rodean, se convierte en una figura importantísima dentro de una familia mexicana que vivía en la Colonia Roma de la década de los años 70 del siglo pasado.
Por medio de su película, Alfonso Cuarón pretende, como antes dijimos, llamar la atención acerca del abandono y marginación en que vive un importantísimo sector de nuestra población el cual, debido a complejos racistas de superioridad, es tratado con desdén e incluso explotado.
Como cambian los tiempos, hubo una época en que la situación era muy diferente…
Nos referimos a los años del Virreinato en los cuales predominaba una legislación impregnada de un profundo espíritu cristiano cuya principal preocupación era velar por la protección y superación de los indígenas.
Ya desde los primeros tiempos del siglo XVI muchos niños indígenas fueron recogidos por los frailes y educados en los conventos. Y fue de tal calidad la educación recibida que muchas de esas niñas pasaron a prestar sus servicios a familias acomodadas españolas o criollas.
Debido a que esas niñas habían recibido una gran formación religiosa, muchas de ellas se convirtieron en nanas que educaron cristianamente a los hijos de sus patrones.
Sí, aquellas inolvidables nanas que hasta a hace algunos años eran recordadas con gran nostalgia en muchos de los pueblos de la provincia mexicana.
Con el tiempo aquello se acabó: Llegaron Juárez y los liberales, despojaron a la Iglesia de sus propiedades, demolieron conventos y ocurrió que las obras de caridad que anteriormente realizaban los frailes –entre ellas educar niños indígenas– ya no pudieron seguir adelante.
A partir de la Reforma juarista, los principales perjudicados fueron los pueblos indígenas quienes, se quedaron no solamente sin educadores, sino que perdieron también sus tierras.
Fue a partir de entonces que empezó el calvario para los sufridos indígenas puesto que los caciques liberales que se consolidaron durante el Porfiriato se encargaron de explotarlos y de reducirlos a una situación muy parecida a la esclavitud.
Desde entonces arranca el drama del campesino mexicano quien, al no contar con garantías en su terruño natal, se vio obligado a emigrar a las grandes ciudades en donde fue víctima de todo tipo de atropellos.
Eso explica la marginación de las pobres indígenas que llegaron a la capital ofreciendo sus servicios a cambio de un mendrugo de pan.
Eso explica la tragedia de esas pobres mujeres que Yalitzia Aparicio interpreta de manera tan magistral.
Nos congratulamos de que Roma haya sido premiada. Es un acto de justicia.
Mas, sin embargo, es también un acto de justicia que se conozcan las causas reales de la marginación que oprime a nuestros indígenas y –lo más importante– que se legisle de manera que se ayude a resolver tan dramática situación.
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